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Al designar Zapatero a Pedro Solbes ministro de Economía, no tenía necesidad de explicar la política económica del nuevo gobierno. La tranquilidad del mundo empresarial estaba asegurada. No así la de algunos amigos unidos en torno a Miguel Sebastián, vicepresidente económico por un día, que renunció antes de que el nuevo presidente pudiera manejar el Boletín Oficial del Estado. Fue entonces cuando, al parecer por sugerencia de Felipe González, designó a Pedro Solbes.
Las tensiones entre ambos, el vicepresidente y el director de la Oficina Económica del Presidente, fueron continuas e imposibles de disimular. No eran, sin embargo, las únicas que podían detectarse. La primera bronca tuvo como campo de Agramante el Salario Mínimo Interprofesional.
Fue el primer Consejo de Ministros del primer gobierno. Solbes se opuso a la propuesta que Caldera formulara de proceder a un incremento notable del salario mínimo, pero Zapatero dio la razón a su ministro de Trabajo y el SMI se situó en los 600 euros. Fue la primera desautorización a su ministro de Economía, con el agravante de insidiosa publicidad, de perpetrarla ante los demás ministros reunidos en consejo. Después se convertiría en hábito.

Las tensiones entre el vicepresidente y el director de la Oficina Económica del Presidente fueron continuas e imposibles de disimular. / EP
Había quedado claro que Zapatero no seguiría la norma de Felipe González, que solía decir que él seguía la recomendación de Olof Palme, el primer ministro sueco: «Yo acepto el 98 por ciento de lo que propone el ministro de Hacienda».
Jordi Sevilla le recrimina a Zapatero la humillación a la que somete a Solbes:
—Hombre, eso no se hace así. Se lo dices antes del consejo, pero no delante de todos, poniendo a Pedro entre la espada y la pared. Sevilla sostiene que no lo hizo por desconocimiento ni torpeza, sino porque le gusta subrayar quién manda. Por «gimnasia del poder».
Rara vez se ponían de acuerdo
Unas veces ganaba la batalla Sebastián y otra Solbes, pero rara vez se ponían de acuerdo. Chocaron por la reforma fiscal, la del tipo único, que fue llevada al programa electoral y que, en opinión de Sebastián, habría salvado a España de la crisis del ladrillo. No se hizo porque se negaron el ministro y Miguel Ángel Fernández Ordóñez.
Otra victoria de Solbes fue la de los nombramientos del equipo económico, de los consejeros de los organismos reguladores –CNMV, CNE, etc.–. Zapatero le había dicho a Miguel Sebastián que se los repartieran entre Solbes y él, pero lo decidió el vicepresidente con la excepción de la designación de Carlos Arenillas, amigo de Sebastián desde los tiempos de su común trabajo en Intermoney, como vicepresidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores.
Sebastián ganó la batalla de los 400 euros. La desgravación de 400 euros para everybody, ricos, pobres y sectores intermedios, para Botín y su jardinero, fue un costoso error que todavía seguimos pagando; como el «cheque bebé», aprobado por iniciativa de Jesús Caldera, ministro de Trabajo, y la supresión del impuesto sobre el patrimonio, a lo que Solbes se oponía, aunque propuso su perfeccionamiento buscando la forma de limitarlo a las clases altas.
Estas medidas detrajeron del tesoro público 8.000 millones de euros que hubieran podido aplicarse a otros fines. Como es natural, nadie quiere responsabilizarse de este error, pues los aciertos tienen muchos padres, pero los errores suelen ser huérfanos de padre y madre. En realidad, la responsabilidad corresponde a Zapatero, pero la comparte, aunque a regañadientes, Miguel Sebastián.
El presidente llama a su amigo, que tras su derrota en las elecciones para alcalde de Madrid estaba en la universidad, pero a quien el presidente seguía consultando. Zapatero se reúne con Miguel Sebastián y David Taguas, su segundo cuando Sebastián dirigía el servicio de estudios del BBVA, un genio desgraciadamente fallecido.
Contra los 400 euros
Tiene lugar la conversación que transcribo resumidamente y en la que no puedo distinguir precisa y separadamente lo que dicen Taguas y Sebastián.
—ZP: Quiero hacer un recorte de impuestos. Dame ideas.
—MIGUEL SEBASTIÁN/DAVID TAGUAS: Pues muy sencillo, supongo que quieres hacer una rebaja progresiva; no bajar el tipo, porque si bajas el tipo, a Botín le das unos cuantos miles de euros y a sus empleados muy poquito.
—ZP: Sí, sí, tenemos que hacerlo progresivo.
—MS/DT: Muy sencillo: sube el mínimo exento.
—ZP: Eso no lo entiende nadie. Pensad otra cosa.
Y entonces Sebastián y Taguas se ponen a ello y se les ocurre dar 500 euros a todos los contribuyentes y para hacerlo progresivo piensan en quitar al segmento alto, pero después estiman que es muy complicado y que su gestión sería más cara que lo que podría ahorrarse.
Solbes está en contra de los 400 euros, pero se resiste a enfrentarse con tanta frecuencia con el presidente. La confidencia se la hizo a José García Abad un hombre de confianza del vicepresidente:
—Zapatero siente que le sobra dinero y le compra la mercancía a Bush. Acuérdate del primer debate entre ZP y Rajoy, en el que nuestro amigo nos sorprende defendiendo las medidas de Bush. El presidente quería bajar los impuestos y Pedro le dice: «Tengo 4.000 millones de euros a tu disposición para las deducciones fiscales que quieras hacer». Se inicia entonces una discusión sobre quiénes deberían beneficiarse de ella: ¿todos o sólo los de rentas más bajas? ¿Incluimos o no incluimos a los autónomos? Predomina la idea de que se beneficien las clases medias. Uno de los asistentes dice que le expliquen quiénes son las clases medias, que él no las conoce. Zapatero cree que se pueden dedicar a esta rebaja 6.000 millones de euros en lugar de 4.000 y que entonces pueden beneficiarse todos. A la gente de Solbes les parece una barbaridad, pero, si el jefe se empeña…

Los colaboradores aludidos se juntan una tarde de domingo en el reservado de un hotel en uno de cuyos salones Solbes tenía una intervención pública, en los días de la campaña electoral. Cuando Pedro se incorpora a la reunión le exponen sus críticas:
—No se pueden levantar de la noche a la mañana 6.000 millones de euros, una broma de un billón de pesetas, así de pronto… del Tesoro, pero, Pedro, no sabemos si debes quemarte en esta batalla, que bastante te has enfrentado ya con el presidente. No te enfrentes con esto, pues parece que el jefe está muy decidido.
Los reunidos fueron diez, pero los más conocidos son cinco: David Vegara, secretario de Estado de Economía; Juana Lázaro, subsecretaria; Juan Manuel López Carbajo, secretario general de Financiación Territorial, autor de un libro que se considera la Biblia del IRPF, que es el que hacía los números en razón de cada propuesta que se iba poniendo encima de la mesa; Enrique Martínez Robles, presidente de la SEPI, la entidad que agrupa las empresas que siguen en manos del Estado, y Francisco Fernández Marugán, portavoz socialista en la Comisión de Presupuestos del Congreso de los Diputados.
Zapatero no piensa como los socialdemócratas en términos de clase, sino de ciudadanía, y le gusta la idea de “devolver a la sociedad los bienes del Estado”. El presidente se lo expresa con toda claridad a una amiga que le escucha aterrada:
—Voy a devolver dinero a los ciudadanos.
Y ella se escandaliza aunque sólo lo exprese tímidamente, pero cuando sale de Moncloa se desfoga con un amigo:
—Como si el Estado fuera un logrero, un Leviatán que chupa la sangre a los honrados ciudadanos… Es un discurso del Partido Republicano USA, es una idea ‘neocon’. Enrique Iglesias dice una frase ocurrente: «Se ha repartido el dinero sobrante entre los accionistas».
Zapatero se niega a pronunciar “crisis”
Cuando en el inicio de la segunda legislatura la catástrofe se nos echó encima, el presidente se negó a aceptar la realidad de la misma y se resistió a pronunciar la palabra fatídica «crisis». Estábamos en una simple desaceleración, en un decrecimiento del ritmo de crecimiento que pronto daría paso a la normalidad, a la vuelta a los grandes crecimientos del PIB, a una economía dinámica que nos había permitido adelantar a Italia, alcanzar al Reino Unido y que pronto nos situaría por delante de Alemania.
No era entonces consciente de que esta visión, o mejor dicho esta falta de visión, constituiría el principio del fin de su buena estrella. Cuando no tuvo más remedio que aceptar la realidad, asumió personalmente la dirección de la economía ninguneando a Pedro Solbes, su vicepresidente y ministro de Economía, que había contribuido a su triunfo en 2008.
Cuando la tensión con éste se le hizo insoportable, lo cesó y nombró a Elena Salgado, poco predispuesta a llevarle la contraria. Solbes había dicho en público y privado que su compromiso concluía en 2008; sin embargo, continuó en las circunstancias de todos conocidas: por pública petición de José Luis Rodríguez Zapatero en un mitin electoral. El presidente se dio cuenta de lo que le debía y le situó entre los grandes del gobierno durante quince días. A partir de entonces lo olvidó.
Una persona de la confianza del ministro le había comentado: «Pedro, esto te lo hará pagar –en referencia al ruego que le hiciera en público de que continuara–. Y, en efecto, no le volvió a hacer caso. De los ocho debates parlamentarios que se hicieron sobre economía, siete los protagonizó el presidente y en las reuniones que éste celebró con los banqueros, la ausencia del ministro de Economía fue lacerante».
Solchaga no lo hubiera aguantado
Carlos Solchaga declaró a la revista Vanity Fair que él no habría aguantado lo que soportó Solbes. Lo dijo sin menoscabo del ministro, sino todo lo contrario, tal como indicó Solchaga al director de ‘El Nuevo Lunes’. “A Pedro le vi el otro día, cuando coincidimos los cuatro ministros de Economía en la presentación del libro de Guillermo de la Dehesa. Tenemos muy buena relación y él sabe que cuando yo digo eso no lo estoy minusvalorando, al contrario, estoy diciendo que es un santo varón. Yo no hubiera aguantado lo que él; yo tengo más mala leche; en política hay que tener algo de mala leche, en el sentido de que hay cosas que no debes aguantar, no porque te creas más que nadie, sino por lo que representas”.
Evidentemente, las razones de discrepancia entre el presidente y su hombre para la economía eran más profundas que las que pudieran deducirse del resentimiento por deberle el triunfo en 2008. Zapatero, siempre aconsejado por Miguel Sebastián, estaba en contra de la visión demasiado ortodoxa de su ministro en un momento de crisis excepcional en la que Zapatero no compartía, entre otras cosas, el sagrado horror al déficit de Solbes. Lo que tuvo que tragar este hombre desde que dijo aquello de «ya no tenemos margen», refiriéndose al gasto público, hasta que vio cómo el déficit cabalgaba desbocado sin poder impedirlo.
La explicación que se dio tras su cese es que se necesitaba un ritmo más veloz. En una entrevista para la revista ‘El Siglo’, Jordi Sevilla, que todavía era un diputado importante como presidente de la Comisión Mixta para el Cambio Climático, comentó: «Había una distinta percepción de lo que hacía falta entre el anterior ministro y la actual. Por eso, seguramente se produjo el cambio de gobierno. El nuevo ritmo que, dijo Zapatero, quería imprimir con el nuevo gobierno, seguramente significaba desbloquear cosas que estaban bloqueadas. La pregunta es, ¿estaban bien bloqueadas?». Y Sevilla hacía a continuación una dura crítica. Según el diputado, los grupos de poder más importantes del país, banca, constructores, eléctricos, «están más cómodos con este gobierno que con el anterior».

Desprenderse de Solbes no era tarea fácil
No era tarea fácil, pues significaba un reconocimiento del fracaso de la política económica. Antes de cesarle ‘pasó’ de él, excluyéndole de la adopción de decisiones. Recordaba al Rey cuando en 1980 estaba deseando que se fuera Suárez, y como no sabía cómo hacerlo, procedía a mandarle mensajes subliminales y a ponerle a parir con todos los que le visitaban. Alguno de los comentarios de Zapatero sobre su ministro trascendió, como cuando el portavoz de Esquerra Republicana de Catalunya en el Congreso de los Diputados, Joan Ridao, declaraba en ‘El Mundo’ que Zapatero le dijo que Solbes «era el problema».
Solbes, que en un principio no daba importancia a los desaires del presidente, no tiene más remedio que darse por enterado del ninguneo a que es sometido y está cada día más decidido a marcharse. Sin embargo, quería irse discretamente, sin dar un portazo. Lo había hablado con el jefe, pero no habían acordado una fecha precisa para el relevo. Nunca dijo «me voy el mes que viene», nos comenta un colaborador suyo. Ni Zapatero le dio una señal precisa al respecto.
La dimisión estaba en el aire, pero a Solbes le sorprende cuando le comunican que es cosa hecha, de forma que le dice a un alto cargo de su ministerio:
—La verdad es que no sé si me he ido o me ha echado.
No obstante, sus antiguos colaboradores prefieren apuntarse a la hipótesis de que está contento, que quería marcharse, que había comprado los billetes de avión para reunirse con su hija, técnica comercial del Estado residente en la India, etc.
Es una actitud comprensible, pues la mayoría de los colaboradores de Solbes, con la notable excepción de David Vegara, secretario de Estado de Economía, que salió del ministerio de forma airada, continuaron con Elena Salgado, su sucesora, y ansiaban ver una armonía entre las políticas de ambos, que no existía ni por el forro. El equívoco lo aclaró el exministro a los siete meses de abandonar la antigua Aduana de la calle Alcalá, hoy Ministerio de Hacienda.
El cesante, que había tranquilizado de forma un tanto malvada a su sucesora cuando se produjo el relevo, «no te preocupes, Elena, que todo se aprende», mostró toda su irritación en unas palabras off the record. El ministro hizo un comentario a un periodista de ‘El Mundo’ en Gotemburgo (Suecia), con la petición de que no lo publicara, pero que el periódico lo sacó en primera página, del que se desprendía una descalificación frontal a Salgado.
“Han hecho lo que yo no quería hacer”
Solbes decía en dicha charla informal: «Han hecho las cosas que yo no quería hacer», refiriéndose obviamente a Elena Salgado. Como ya he comentado, hay que agradecer a los micrófonos abiertos inadvertidamente y a las indiscreciones la verdad de las cosas, que raramente son como se presentan.
De hecho, Zapatero había asumido la cartera de ministro de Economía, quizás siguiendo el consejo del presidente del Banco de Santander, Emilio Botín, quien se mostraba como su más apasionado fan: «Tú eres –le dijo en un acto público, aunque en un corrillo pequeño– el gran presidente que necesitábamos. ¿Para que necesitas un ministro de Economía?». Hay que recordar que Botín, de quien se asegura que gana en todas las elecciones, fue de los pocos empresarios que asistió a un acto de la campaña electoral de Zapatero y se fotografió con él a pesar de que los sondeos no le eran propicios; y fue el primer gran empresario que apoyó públicamente al nuevo gobierno tras el 14-M.
Voy a contar una anécdota muy reveladora: Elena Salgado veranea habitualmente en Comillas. En el verano de 2009 –había sido nombrada vicepresidenta en abril– cena con unos amigos. Uno de ellos, industrial conocido, hace un análisis duro de la situación económica:
—Elena, los empresarios estamos muy preocupados… ¿No vais a hacer reformas estructurales, que te aseguro son absolutamente necesarias? ¿Qué pensáis hacer contra la crisis?
Respuesta de la vicepresidenta:
—Bueno sí, le hemos dado muchas vueltas, pero al final nos vamos a dejar guiar por la intuición del presidente. José Luis es una persona muy intuitiva y siempre acierta. Su intuición le dice que hay que dejar pasar el tiempo, así que no vamos a hacer nada.