José García Abad
Los periodistas debemos mucho a Manuel Martín Martín, un hombre sabio, amable y bondadoso. Un honrado economista trabajador de la banca que fue para nosotros, los periodistas, fuente informativa y formativa de primer orden; una fuente limpia en el panorama en la información económica donde predominaban las fuentes contaminadas.
Fue fraile en el estricto sentido de la palabra antes de cocinero, antes de meterse en el proceloso mundo de las finanzas. Los periodistas económicos nos reuníamos una vez al mes con él, entonces secretario general técnico del Banco Popular, que lo fue hasta diciembre de 1998 cuando fue sustituido por Pablo Isla, el actual presidente de Inditex.
Manolo nos daba cuenta con fuerte voz y habilidad didáctica trufada de ingenio y humor de su opinión sobre la situación económica nacional e internacional, la del sector bancario y la de su propio banco, el Popular, entonces un ejemplo mundial presidido por Luis Valls Taberner con quien mantuvo relaciones complejas. Fue crítico y leal o critico a fuer de leal, lo que Valls supo apreciar mientras se mantuvo lúcido.
Además de esas charlas mensuales con la Asociación de Periodistas de Información Económica (APIE), Manolo siempre estaba disponible para nuestras preguntas y lo hacía con una honradez que no era fácil encontrar en los portavoces de la competencia empresarial. Se ganó en buena lid que la APIE lo nombrara por unanimidad asociado de honor.
Su jubilación anticipada en el banco marca la fecha en que el Popular inicia su decadencia. Luis Valls lo utilizaba cuando no quería que se tomaran decisiones aventuradas. Entonces le decía: “Manolo, hay que hacer un trabajo para demostrar que eso no se puede hacer, que es una barbaridad”.
La claridad sin tapujos de sus informes provocó el resentimiento de algunos consejeros. Uno de ellos le espetó a raíz de uno de sus informes: “Manolo, cómo se nota que no tienes ni un duro en el banco”. Y Manolo le replicó: “Hay algunos que están aquí porque son hijos de papá y sólo piensan en su interés. Mi único interés es la salud del banco”.
«Manolo, tu y yo –le confió Luis Valls– somos personas tranquilas, observadores desapasionados de la realidad, que observamos el valle desde el monte para ver cómo se va desenvolviendo la vida».
Luis Valls, que calaba bien a las personas, encontró en Manuel Martín la persona adecuada para mostrar a los directivos de la entidad la auténtica realidad del banco. Disfrutaba lo indecible encargándole sesudos y convincentes informes, que podían contrariar lo que pensaba el Consejo de Administración o la Comisión Delegada.
Luis Valls no imponía nada, pero tenía cauces eficaces, vías técnicas, por las que su opinión se convertía en ley. Y, desde luego, los consejeros del banco, incluidos los sucesivos consejeros delegados, entendían sus opiniones como voluntad de Dios.