Destacado / N. L.
En la campaña electoral y de forma precisa en su libro: “2018. La salida. Decadencia y renacimiento de México”, que lo llevaron a ganar las elecciones en julio de 2018 y a alcanzar el poder en diciembre de 2018, Andrés Manuel López Obrador, a quien se le designa por sus iniciales, AMLO, apostó por una nacionalización de la energía que cambiaba de sentido la reforma privatizadora de sus antecesores, Enrique Peña Nieto y Enrique Calderón, a quienes denuncia con frecuencia ásperamente.
Una nueva política nacionalizadora que el nuevo presidente une a la lucha contra la corrupción, dirigida especialmente contra las empresas españolas, que representan el segundo inversor en México. No es pues una reforma, sino más bien una contrarreforma. Y, sobre todo, una pieza ideológica fundamental basada en el nacionalismo inspirado en su interpretación de la historia bajo el lema: “Por el rescate de la soberanía”, para lo que cuenta con la aportación de su esposa, la historiadora Beatriz Gutiérrez. Arremete contra Hernán Cortés y pide a Felipe VI que pida perdón. Procede a una vuelta de tuerca patriótica y regeneracionista en la que integra su proclamada lucha contra la corrupción que atribuye a las empresas españolas.

“No sólo se le compra caro –argumentó el presidente mexicano refiriéndose a Iberdrola–. La CFE (Comisión Federal de Electricidad) les compra a estas empresas a precios elevados, sino que además las subsidia. Entonces, al aprobarse esa reforma legal nos vamos a ahorrar mucho dinero y, ¿qué podemos garantizar con ese ahorro? Que no nos cueste más la luz a los consumidores”. / EP
Una vez instalado en el histórico Palacio Nacional parecía haberse calmado a este respecto y no insistió en sus denuncias electorales, lo que permitió respirar a las compañías españolas, especialmente a Iberdrola, que entendían que una vez en el poder el presidente actuaría con realismo comprendiendo que las fuertes inversiones de esta compañía y las nuevas previstas mejorarían la capacidad energética mexicana.
Contra las “corrupciones españolas”
Sin embargo, la semana pasada AMLO se ha manifestado con claridad respecto a sus intenciones al tiempo que arremetía de nuevo contra las “corrupciones españolas”, lo que ha provocado la decisión de Ignacio Galán, cuya empresa lleva más de veinte años en México, de congelar las nuevas inversiones que tenía previstas dentro de su ambiciosa política de incrementar su presencia en el mundo.
López Obrador imparte una charla a los mexicanos cada mañana. En la del pasado viernes cargó contra Iberdrola y subrayó: “Ahora está en debate lo de la iniciativa que envié al Congreso para fortalecer a la Comisión Federal de Electricidad, que la querían desaparecer para favorecer a empresas particulares, sobre todo extranjeras, corruptas. Imagínense cuánto nos vamos a ahorrar si se dejan de entregar subsidios a estas empresas extranjeras”. Una corrupción que en este caso se limita a acusarlas de beneficiarse de las ayudas públicas. O sea, de aprovecharse de la legislación vigente.

“No sólo se le compra caro –argumentó–. La CFE (Comisión Federal de Electricidad) les compra a estas empresas a precios elevados, sino que además las subsidia. Entonces, al aprobarse esa reforma legal nos vamos a ahorrar mucho dinero y, ¿qué podemos garantizar con ese ahorro? Que no nos cueste más la luz a los consumidores”.
Sus bestias negras: OHL, Repsol e Iberdola
El hoy presidente de México se quejaba en su citado libro de que “los gobiernos y las empresas extranjeras de los países considerados desarrollados no han cumplido en sus relaciones comerciales y de negocios con México, con los estándares mínimos de moral internacional. Las más deshonestas en este aspecto han sido autoridades y empresas españolas, las cuales no sólo hacen tráfico de influencias –‘lobby’, le llaman, con políticos conservadores y de la supuesta izquierda–, sino que sobornan con dinero y acciones a integrantes mexicanos de la mafia del poder”.
Los proyectiles más potentes los dirigía AMLO contra OHL, que aprovecha para propinar una patada a los expresidentes Peña Nieto, López Portillo y Carlos Salinas en el trasero de Juan Manuel Villar Mir.
“Hoy, asegura López Obrador en su libro, editado por cierto por Planeta, la mayoría de las carreteras de paga en esta entidad están en manos de los dueños de OHL, y transitarlas cuesta más que en ninguna otra parte del país y, posiblemente, del mundo. El manejo del influyentismo es la especialidad de estos falsos empresarios. Existen grabaciones que prueban cómo sobornan a funcionarios para conseguir contratos y lucrar con las finanzas públicas. Luego de la llegada de Peña a la presidencia, OHL se volvió un pulpo”.

Subraya López Obrador que “así como Peña tiene predilección por la empresa extranjera OHL de España, en los tiempos de Calderón – (que según AMLO ha expresado su simpatía por Francisco Franco) la favorita era Repsol, también de la Península Ibérica. Recuérdese que el primer contrato de servicios múltiples que se otorgó a una empresa extranjera –violando la Constitución– se suscribió cuando Felipe Calderón era secretario de Energía y presidente del Consejo de Administración de Pemex”.
Respecto a Iberdrola, que domina el negocio de la venta de energía a la Comisión Federal de Electricidad, aseguraba López Obrador que quien recibió “jugosos contratos” durante el gobierno de Calderón fue nombrado miembro del Consejo de Administración de Avangrid, filial estadounidense de Iberdrola. Lo que le da pie para citar a Bertolt Brecht, quien aseguraba que el peor de los bandidos “es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de empresas nacionales y multinacionales”.
Con derecho a réplica / Javier Gallego (veterano analista financiero independiente)
Fusiones bancarias y todo eso
Para empezar, he de reconocer que no soy un adicto a la idea de fusionar compañías, y si son bancos, todavía menos. Además, dentro de la polución verbal en la que vivimos, reciben el nombre de fusiones las más variadas operaciones al uso. Muchas veces guiadas por los más nobles propósitos; en otras ocasiones amparadas en argumentos de incierta validez, lo que se ha dado en llamar sabiduría convencional. Por último, en no pocos casos, ideadas por diversos tipos de sofistas, oportunistas y demás.
Veamos primero algunas razones manejadas por los partidarios de la idea: el mayor tamaño reduce los costes unitarios de producción, las llamadas economías de escala, y con ello la rentabilidad aumenta. Por otra parte, la entrada en un nuevo mercado es más eficaz y más rápida si se hace a través de una entidad ya existente en el mismo, el crecimiento inorgánico, que si se construye por la propia empresa “ladrillo a ladrillo”. Además, la existencia inevitable de compañías débiles en todo sector es una tentación permanente para los vecinos que tienen los recursos y la capacidad de gestión suficiente para “darles la vuelta” y que sueñan con transformar un enfermo crónico en un ser saludable, cuando no en un campeón olímpico. Si, como suele ocurrir, este razonamiento lo hace más de uno de los “fuertes”, entra en juego la rivalidad entre ellos, convirtiendo a la presa en objeto deseado, lo que sube las apuestas para adelantarse al otro.
“En el caso de los bancos, las fusiones tienen su mejor aliado, incondicional y poderoso, en los supervisores bancarios. Las entidades más vulnerables son acuciadas a buscar su caballero blanco entre los más fuertes. Con ello, un problema menos, al menos a corto plazo, y el supervisor puede dormir más tranquilo”
Hasta aquí, los partidarios de protagonizar una fusión.
Pero es útil mirar también a los que predican las bondades de las fusiones desde la barrera. En primer lugar, obviamente todos los que tienen como negocio las fusiones de empresas: los bancos de inversión, cuyos departamentos de M&A suelen ser áreas muy rentables del negocio siempre, claro está, que haya fusiones. Esto les convierte en fervientes misioneros de la buena nueva, que predican a diestro y siniestro a los mercados financieros y a la opinión pública en general con un importante eco en los medios de comunicación.
Las operaciones grandes requieren con frecuencia el concurso de al menos un banco de inversión en cada lado de la operación y junto a éstos a un gran número de firmas de servicios profesionales. Cada una de las compañías involucradas necesita un asesor legal (a veces más de uno) un auditor externo, otro para las valoraciones y trabajos de ‘due diligence’, uno o varios expertos fiscales, otros para evaluar los factores de sostenibilidad, ESG y un largo etcétera, lo que aumenta notablemente la legión de interesados.
Pero en el caso de los bancos, las fusiones tienen su mejor aliado, incondicional y poderoso, en los supervisores bancarios. Las entidades más vulnerables son acuciadas, a veces de forma contundente, a buscar su caballero blanco entre los más fuertes, o al menos los más grandes, del sector, a los que en paralelo se dispensan los mejores halagos para que se sienten a negociar. Es curioso el poco interés de las autoridades por evaluar las consecuencias negativas de este tipo de operaciones, en primer lugar la reducción de competencia que generalmente conlleva. Con el piadoso nombre de fusión se lleva a cabo lo que no es sino una compra pura y simple en la que el pez gordo se come al chico. Con ello, un problema menos, al menos a corto plazo, y el supervisor puede dormir más tranquilo. Es posible que se esté incubando un problema mayor a futuro, ya que con un poco de cinismo ya se sabe que las soluciones de hoy son el germen de los problemas de mañana, pero eso “no toca ahora”, lo tendrá que arreglar el que venga.
En otras ocasiones, los afanes casamenteros de las autoridades los llevan a idear el concepto de “fusiones entre iguales” más piadoso si cabe que el anterior, ya que aquí nadie come a nadie, no hay vencedores ni vencidos. También mucho más peligroso. La hipótesis heroica en la que se basa es que la mera yuxtaposición de dos organizaciones, cada una con sus fortalezas y sus debilidades, dará a luz un nuevo ser superior. O sea, unamos un cojo del pie derecho con otro del pie izquierdo, a ver si así conseguimos crear un corredor de fondo.
Sin duda, la integración de sociedades por vía de adquisición es en principio razonable como estrategia de crecimiento y diversificación de negocios. La compra es la mejor demostración de que hay un ganador claro (y por tanto, es inevitable, un perdedor) que lidera la operación. Si el camino es la fusión, me gusta mucho menos. Y si además se aplica el eufemismo de la “fusión entre iguales”, entonces hay que temer lo peor.