Crónica Mundana / Manuel Espín
Podría parecer extraño que en el país tradicionalmente presentado ante el mundo como emblema de liberalismo democrático aparezcan sombras de duda en torno al respeto a los datos de las urnas en el mes próximo. El presidente ha dicho en el ‘debate’ (?) televisivo con Biden que “no aceptará el resultado si se manipulan decenas de miles de votos”. El sistema electoral norteamericano tiene un inconveniente: no son los ciudadanos los que otorgan la presidencia, sino que sus votos pasan a un colegio electoral por Estado, con distorsiones como las de hace cuatro años, cuandoHillary Clinton obtuvo más sufragios que Trump, pero no ganó. Ahora la incógnita es saber si en caso de un reñido resultado el republicano estará en disposición de asumir el abandono de la Casa Blanca y el turno pacífico entre administraciones, agravado porque entre el martes de noviembre y la toma de posesión del nuevo presidente en enero pasan casi dos meses, y Trump seguirá teniendo desde el Despacho Oval los poderes en la mano. Este relato supuesto que podría derivarse de un país tercermundista ocurre en la denominada primera potencia del mundo. A la vista de lo que se ha escuchado desde Cleveland (Ohio) en el primer encuentro televisivo presidente-candidato, se quiebran usos cada vez más oxidados: el llamado centro político al que teóricamente se reconocía la capacidad de decisión en contiendas electorales se evapora. En EE UU compite la extrema derecha (Trump) contra el centro (Biden) al que apoya un espectro político de tonos variados.
“Planea una incertidumbre sobre las presidenciales de noviembre: que se respete el veredicto de las urnas sin manipulaciones”
El ‘insulto’ a Biden llamándolo “socialista” utilizado por el presidente no se sostiene: empresarios y altos ejecutivos de grandes empresas piden el voto al demócrata por la incertidumbre ante las decisiones del republicano, que acusa a su rival de “marioneta de la extrema izquierda y de los radicales”. El discurso es bien conocido: la ultraderecha lanza acusaciones de extremismo porque azuzar el fantasma del miedo entre los electores produce réditos en un electorado timorato que tiene miedo a los cambios sociales y a la modernidad; aunque los verdaderos extremistas sean ellos. El espectáculo del encuentro televisivo fue penoso, con un Trump ‘caliente’ que logró sacar de sus casillas al ‘frío’ Biden haciéndole de manera equivocada entrar en su terreno al llamarle “payaso”. El tono general del ‘show’ parecía terrible y… pesimista, porque acarrea una imagen cada vez más declinante sobre la ausencia a unos modos democráticos, la capacidad de diálogo, la elegancia dentro de las relaciones entre adversarios políticos, e ideologías contrapuestas; pero que a pesar de sus enormes diferencias en los modos de ver la sociedad o la vida están dispuestas a respetar las reglas de juego. Los tonos del ‘match’ Trump-Biden remiten a un lenguaje callejero, de taberna barriobajera, con la misma expresión sin matices y bajo griterío con la que se comentan los lances del fútbol. Su problema: el vale todo aparece en los más variados espacios, y los tonos insultantes de las redes saltan a los medios, se suben a titulares en los que el quien más vocifera y dice más barbaridades gana más protagonismo mediático, y esos ecos se escuchan en parlamentos, también en el español.
“Dudas sobre si se celebrarán nuevos debates entre los candidatos a la vista del vociferante primer encuentro con Biden”
A juzgar por los resultados carece de sentido celebrar los otros encuentros previstos porque no va a haber debate y llamarlo así es un engaño. Trump sabe que tiene que confirmar a sus electores de las pasadas presidenciales con el mismo argumento de radicalidad verbal. Dice que el origen de los desórdenes nada tiene que ver con el supremacismo blanco: “No es un problema de la derecha, sino de la izquierda”. Sobre la gestión de la crisis sanitaria vuelve a echar la culpa a China y dice que está en contra de “quienes pretenden cerrar el país y los negocios, con el pretexto de evitar los contagios”, y se atribuye “haber recuperado la industria” en estos años frente al “abandono de los demócratas” que “la entregaron” (a los países extranjeros).
En cambio, ni palabra sobre la investigación del ‘New York Times’: en torno a sus ejercicios fiscales de 2016-17 el multimillonario Trump pagó 750 dólares de impuestos. De ser verdad, todos los discursos patrióticos, las retóricas nacionalistas, la apelación a la defensa de las fábricas americanas frente a China y Europa, los muros contra la inmigración y agitar de miles y miles de banderitas, caen por su peso ante la desnuda verdad de los datos. Sobran las palabras.