Mar de Fondo / Raimundo Castro
El pueblo saharaui es, por segunda vez –ya lo fue cuando Juan Carlos I entregó el Sahara a Marruecos confiando en que EE UU le ayudase a ser definitivamente rey, en 1975– la víctima propiciatoria de la reestructuración del orden mundial que vivimos en todo el mundo tras la invasión rusa de Ucrania y la confrontación que China mantiene en el Pacífico con los Estados Unidos con el objetivo de recuperar Taiwán. El Sáhara Occidental es la tercera pata, la africana. Y en los tres casos, la reestructuración tiene que ver con el papel de Estados Unidos como imperio.
Joe Biden lo dejó muy claro el pasado 21 de marzo, en la reunión trimestral de directores ejecutivos del Business Roundtable. «Pronto se establecerá un nuevo orden mundial», dijo. Y afirmó que dependerá de los Estados Unidos liderarlo.
EEUU quiere que España y Marruecos se entiendan aunque sea a palos y por eso Sánchez apuesta por la autonomía saharaui en contra del referéndum de la ONU
Y en esas estamos los españoles en particular, los europeos por extensión y los saharauis muy particularmente como las víctimas directamente implicadas. Sin esa mirada de altos vuelos, con la batalla por la energía detrás de las acciones bélicas y diplomáticas, no puede entenderse nada de lo que está pasando. No sólo en Ucrania, sino también en el Sáhara Occidental.
Y dudo mucho que la decisión ‘pro autonomía’ saharaui de Pedro Sánchez no tenga que ver con ese ‘nuevo’ orden mundial. Sobre todo, cuando los días 29 y 30 de junio se celebra en Madrid la próxima cumbre de la OTAN.
EE UU está muy interesado en que España y Marruecos se entiendan, aunque sea a palos, porque Mohamed VI es su mejor aliado para controlar militarmente todo el África Occidental. Y no es cosa de Donald Trump. Es la administración militar USA la que está detrás del proyecto. Y por eso Biden no cambia el rumbo.
Buena prueba de ello es la base norteamericana de Tan Tan, la última ciudad de Marruecos considerada la puerta del Sáhara que fue español, el epicentro de las últimas prácticas militares de los Estados Unidos junto a países de la OTAN que incluía operaciones sobre la RASD, lo que hizo que España, aunque invitada, no participara. ‘Le Monde Diplomatique’ lo avisó en 2008. El Pentágono se inclinó por la “ubicación privilegiada” que ofrece el reino alauí. Se necesitaba un puerto del Atlántico que permitiera el abastecimiento por vía marítima desde Estados Unidos y un aeropuerto desde el que poder desplegar tropas a cualquier punto del continente si lo considerase necesario para sus intereses. Oficialmente, el Africom sigue en la ciudad alemana de Stutgart, pero pronto se trasladará a tierras africanas.
La base de Tan Tan está a 25 kilómetros de la costa atlántica y 300 del archipiélago canario. Son unas mil hectáreas de extensión y oficialmente tiene como objetivo hacer frente a las catástrofes naturales, las luchas étnicas y en especial al terrorismo. Para los americanos, Marruecos «es el país africano más creíble» para albergar el Africom. La idea es que desde el reino alauita, «la jurisdicción militar norteamericana se extienda sobre todo el continente, excepto Egipto, que seguirá adscrito al mando americano del Centcom, y Madagascar, que depende de la Zona del Pacífico, Pacom».
Significativamente, además de la vigilancia militar, esa base también se ocupará de controlar el tránsito de los superpetroleros que llegan a Europa siguiendo la ruta del Cabo de Buena Esperanza, así como los complejos energéticos del noroeste africano, incluida la red de gasoductos que atraviesan el Sáhara y el Sahel.
José Manuel Albares se ha hartado de decir que el Gobierno sigue defendiendo los postulados de la ONU. Pero en el Congreso no le creyó nadie. Ni a derecha ni a izquierda. Sobre todo por la coincidencia evidente del planteamiento gubernamental con el de Trump y Biden. Y por el secretismo. Sánchez tendrá que esmerarse cuando comparezca en breve. Pero lo tiene crudo.