Con Derecho a Réplica
Recogemos en nuestra sección de debate las conclusiones de un trabajo inscrito en el Círculo Cívico de Opinión, una entidad constituida en 2011 como “foro de la sociedad civil, abierto, plural e independiente, alejado de los partidos pero no neutro (y menos neutral)” integrado mayormente por empresarios y economistas y financiado por una buena parte de las grandes empresas españolas.
Juan Francisco Fuentes. Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid. Antiguo alumno de l’École des Hautes Études en Sciences Sociales de París
1. España no es diferente. El debate sobre la memoria de la Guerra Civil y el franquismo ha dado nueva carta de naturaleza al viejo tópico de la excepción española. Es el narcisismo de la pequeña anomalía, que tanto costó desmontar y que vuelve a rebufo de un debate político contaminado por estrategias y alianzas muy cortoplacistas. Pero la larga historia de las guerras civiles y del pensamiento político surgido en torno a ellas demuestra que la forma en que la transición democrática abordó la última Cuadernos 32 17 guerra civil y sus secuelas se ajusta a un viejo canon histórico, cuyos antecedentes se remontan a épocas y civilizaciones lejanas y se reconocen en la propia tradición liberal y republicana española.
El exhaustivo mapa de situación que traza Xosé M. Núñez Seixas (Las guaridas del lobo) sobre el culto póstumo a los dictadores en la Europa postotalitaria presenta una problemática bastante parecida, asimismo, al caso español con Franco.
2. La(s) otra(s) memoria(s). El principal problema que plantea el concepto de memoria histórica es la pretensión de abolir el carácter plural y contingente de las vivencias recordadas y de crear en su lugar una memoria sectorial, y a menudo sectaria, establecida como verdad oficial. Ni siquiera se puede decir que ese relato integre el de la izquierda vencida en 1939. Es más bien su negación.
La pulsión totalitaria de una memoria impuesta se entiende mejor si se recuerdan estas palabras que el conde de Mayalde, director general de Seguridad en el primer franquismo, pronunció en 1940 en un banquete-homenaje a Heinrich Himmler, de visita en España: “Si existe un pueblo de memoria histórica es el español” (ABC, 24/10/1940).
3. “Mai més un 34”. Esta afirmación del viejo Tarradellas sobre la proclamación unilateral del “Estat català” realizada por Companys en octubre de 1934 compendia las enseñanzas que los principales dirigentes republicanos sacaron de su experiencia política en los años treinta. El socialista Luis Araquistáin hizo su propio inventario en una conferencia titulada “Algunos errores de la República española” (Toulouse, 1947). El estrepitoso fracaso de la intentona independentista de 2017 en Cataluña puso de manifiesto las consecuencias de haber olvidado el consejo de Tarradellas y de sustituir los hechos históricos por determinados mitos políticos.
4. Memoria y política: una relación tóxica, con daños colaterales. Los hechos de octubre de 2017 en Cataluña no son el único episodio de la España reciente que alerta sobre la naturaleza perversa de eso que Alfonso Guerra llamó una “historia circular”. La atracción por los años treinta, señalada por reputados periodistas catalanes tras el nombramiento de Quim Torra, en 2018, como presidente de la Generalitat, está detrás igualmente de la radicalización de una parte de la derecha española, que considera roto el pacto fundacional de la transición y aboga por un regreso a la épica y a la intransigencia de los viejos tiempos. Vox es la versión castiza del “ho tornarem a fer” del independentismo catalán y la prueba de que también la derecha radical tiene “memoria histórica”.
5. Una historia interminable. Construir un proyecto político a partir de un recuerdo obsesivo y partidista del pasado entraña graves riesgos para la convivencia y para la viabilidad de un futuro digno de tal nombre. De ahí los intentos, acreditados ya en la Grecia clásica, de utilizar la reconciliación como cortafuegos de una historia traumática que, de otra forma, puede derivar en un bucle interminable de exclusión y enfrentamientos.
El consenso en torno al pasado solo se puede establecer sobre un mínimo común denominador, más allá del cual las experiencias compartidas dividen mucho más de lo que unen. Por lo demás, el propósito de imponer legalmente una concepción unitaria e indivisible de la memoria tiene difícil encaje en una democracia pluralista –en rigor no cabe otra–, por mucho que cuente con el respaldo de una mayoría parlamentaria legítima, pero circunstancial. Puede que el fin último de esa mayoría no sea otro que perpetuarse en el poder creando, a través de la “memoria”, una ciudadanía a su imagen y semejanza.