Con derecho a réplica / Ignacio Vasallo. Director de Relaciones Internacionales de la Federación Española de Escritores de Turismo Y fundador y primer director de Turespaña ■
Los aeropuertos abarrotados, las colas interminables, las huelgas imprevisibles, las carreteras atascadas, las playas llenas, los precios por las nubes, el calor insoportable, el personal escaso. El resultado: un verano magnífico.
Las ganas de viajar eran tan fuertes, el síndrome de abstinencia vacacional tan potente, que los turistas, nacionales y extranjeros estaban dispuestos a sufrir lo que hiciera falta con tal de pasar unos días de asueto, aunque no fueran de relajo.
Los destinos tradicionales han tenido una ocupación similar a la del año anterior a la pandemia que, recordemos, fue la mejor de la serie histórica. El impulso –el ‘momentum’ que dicen los ingleses– puede durar unos meses a pesar de los oscuros nubarrones que nos amenazan. Las bolsas de las familias llenas por no haber gastado más que en lo necesario en los dos últimos años. La botella de champán en el congelador a punto de estallar. Era imposible aguantar más. No sabemos si podremos reponer la botella. De momento nos la bebemos y luego ya veremos.
Cuanto más caro era el producto, más fácil fue venderlo. La amenazante inflación aconsejaba gastar ahora el dinero que, el año que viene, valdrá menos.
No importó que no viéramos ni a un oriental ni a un ruso, provenientes de los dos mercados en los que tantos ‘expertos’ tenían puestas sus esperanzas para mejorar la ‘calidad’ de nuestro turismo. Al final han sido los de siempre, nuestros vecinos europeos, los que se han dejado aquí el dinerito que tenían en la hucha. Los de siempre han optado por lo de siempre: “vacaciones en el mar”. Los norteamericanos, cuyo billete verde se ha ensanchado notablemente, también han ayudado. Los turistas de negocios, ¡menuda contradicción!, vuelven a moverse, pero despacito.
Los nuestros, que han ido descubriendo nuevos lugares en la variada geografía nacional, se han lanzado en tromba hacia el Norte mque antes tenía fama de fresquito, y los sobrantes han ido en busca de eso que llaman “rural”.
Los turoperadores han tenido un buen año. Habían reservado sus cupos en los hoteles antes de la guerra y vendieron a precios que daban la impresión de ser baratos cuando se realizaron los viajes.
Los ingresos han sido superiores a los del 19, pero si tomamos en cuenta la inflación la subida es moderada.
Los turistas han ocupado la mayor parte de las plazas disponibles, daba igual que fueran de hotel, de alojamientos turísticos o de camping. Incluso los alojamientos, irónicamente llamados por el INE de “no mercado”, que ocupan los que van a visitar a amigos y parientes, se han llenado. Uno de cada seis turistas extranjeros tiene amigos o parientes con un piso o una casa en España en la que les dejan pasar unos días ‘gratis et amore’, una generosidad que no se extiende a la hacienda de su país de origen ni con con la española, que tienen ahí un filón por explotar, eso sí, a profundidades a las que es difícil acceder.
Los propietarios de los hoteles, alojamientos, restaurantes y chiringuitos reconocen que han tenido un espléndido verano, económicamente hablando, aunque ya empiezan a avisar sobre las dificultades que se avecinan, que son muchas.
Nuestros dos principales mercados, el británico y el alemán, entre ambos representan el 40% de los ingresos por turismo internacional, tienen problemas. En Gran Bretaña el nuevo gobierno conservador ha aplicado la vieja política de reducir impuestos a los más ricos, al tiempo que aprobaba un ambicioso plan de ayudas a las familias de rentas más bajas para el pago de las altas facturas de gas y electricidad. Los mercados reaccionaron con una fuerte caída de la libra. El Banco de Inglaterra subió los tipos e inicio un programa de compra de bonos. Hay temor a que las medidas provoquen aún más inflación.
También subió los tipos de manera violenta el Banco Central Europeo.
En Alemania los analistas prevén una recesión el próximo año lo que daría lugar a un mayor ahorro de las familias según es costumbre allí.
En ambos casos –y en el resto de Europa– o continúa la inflación o el dinero costara más, encareciendo las hipotecas –ya esta ocurriendo– y los viajes financiados. De cualquier manera, disminuirá la renta disponible, que es el factor individual más importante a la hora de tomar decisiones turísticas. Parece que la guerra irá a peor, los gobiernos europeos, sin gas ruso, pueden tomar medidas que dificulten este negocio y los orientales pueden tardar en volver.
Si los mercados emisores encogen, la lucha será por la cuota de mercado. En la experiencia mas cercana de una situación que puede ser similar, en los años posteriores a la crisis del año 2008, España mantuvo la suya. Lo previsible es que ahora ocurra lo mismo cuando captemos parte de los 5 millones de británicos que viajan cada año a Estados Unidos y al Caribe, que optarán por viajes más cortos y a destinos donde no se pague con el caro dólar con el que también hay que sufragar el combustible de aviación. Nuestra posición geográfica, la seguridad de nuestros destinos y el conocimiento de éstos por los millones de repetidores nos dan una posición de relativa ventaja.
De momento, uno de los datos que mejor suele indicar cómo será la siguiente temporada, las solicitudes de derechos de despegue y aterrizaje de las compañías aéreas, no parecen indicar un temor generalizado al futuro inmediato. Después ya veremos.