Tribuna / Bárbara Berrocal Fonseca. Licenciada en Filosofía y en Filología Hebrea por la Universidad Complutense de Madrid UCM).
Es innegable que la literatura, entendida como ficción narrativa y como poesía, impregna la tradición cultural compartida en la que vivimos, este mundo de textos sobre el que caminamos. No será tan sencillo, sin embargo, delimitar desde una perspectiva filosófica el lugar que ocupa en nuestra manera de habérnoslas con el mundo. Definir la categoría epistemológica de la literatura puede acabar siendo una cuestión incómoda. Durante mucho tiempo consideré que mi experiencia subjetiva como lectora, esa que me ha acompañado desde la infancia, pertenecía a una esfera irreconciliable con una postura filosófica firme. Sin yo quererlo, me desdoblé entre una Troya racionalista y una Ítaca lectora. Ese mundo de textos se convirtió en un océano, enorme y amenazador, que era necesario atravesar para volver al hogar. Y no dudé en embarcarme en ese viaje incierto partiendo de un interrogante: ¿se puede excluir el trato con los textos del trato con el mundo?
En tanto que mi dilema tiene que ver con textos, tejidos con palabras, con lenguaje, podría parecer que el giro lingüístico del siglo XX sería un buen puerto desde el que zarpar. Pero no debemos perder de vista que el regreso a Ítaca no depende de las consideraciones sobre el lenguaje natural o su fuerza ilocucionaria, sino que tiene que ver con cómo encajar dentro de una postura epistemológica crítica esa vivencia personal y subjetiva de mi relación con los textos. Un itinerario seguro tiene que escorarse hacia el giro lingüístico, sin duda, pero encuentra una ruta más directa en la hermenéutica filosófica contemporánea. En la segunda parte de su monumental Verdad y Método, Hans Georg Gadamer desmonta los lastres epistemológicos heredados de la ilustración y propone para superarlos el diálogo como modelo de la experiencia hermenéutica, en la que entran en juego dos horizontes, dos interlocutores, que establecen entre sí una relación dialéctica de la que surge algo nuevo. Esta experiencia hermenéutica será precisamente la piedra de toque para la comprensión de nuestro trato con el mundo.
Paul Ricoeur va un paso más allá al sustituir el diálogo por la lectura como modelo epistemológico, es decir, al colocar el texto en el centro de la experiencia hermenéutica. En Del texto a la acción Ricoeur define la relación escribir-leer como algo radicalmente diferente de la relación hablar-escuchar propia del diálogo. En el distanciamiento que provoca la puesta por escrito se da una liberación respecto de la condición de acontecimiento de la conversación, de las referencias al mundo circundante y a los interlocutores. Y así aparece ante nosotros el texto, liberado de la oralidad, del tiempo, de la primacía de la subjetividad, ni autor ni lector tienen ninguna prioridad sobre él: el texto se ha vuelto autónomo. En virtud de esta autonomía adquirida en la puesta por escrito, se despliega el mundo del texto. Y ese mundo del texto, en su apertura, en su suspensión de las referencias al mundo que le rodea, es lo que despierta en mi vivencia subjetiva como lectora un géiser de nuevas posibilidades de significado.
¿Podría ese mundo del texto modificar mi relación con el mundo circundante? Con esta pregunta hemos alcanzado un punto de no retorno. La respuesta de Ricoeur será un sí rotundo, en tanto que el mundo del texto, con sus referencias suspendidas, se convierte en un laboratorio de formas, de ensayos de posibles configuraciones. No hay retorno porque hemos atravesado fronteras epistemológicas, hemos soltado las amarras de la ilustración y ahora nos encontramos en el centro de la tormenta, ante un texto autónomo que abre su propio mundo, inundado de un excedente de significado que podría llegar a verterse en el mundo que habitamos. Acabamos de adentrarnos en un mar cuya cartografía no nos resulta tan familiar como la de la epistemología cartesiana y kantiana. Quizás debamos abandonar de una vez por todas la ruta marcada por la epistemología tradicional y explorar nuevas posibilidades. Quizás la epistemología tradicional y la hermenéutica hablan idiomas diferentes e irreconciliables. Lo que parece claro es que existen rutas alternativas para navegar en este océano de textos en el que todos nos orillamos. Puede que sea el momento de explorar desde nuestra experiencia hermenéutica como lectores las opciones que nos brinda la literatura, y así ir tejiendo y destejiendo posibilidades de significado para nuestro mundo.