Crónica Mundana / Manuel Espín ■
En Occidente, las fuerzas conservadoras se alinean entre dos polos: una derecha liberal que mira hacia el centro, habla de derechos y de libertades, se abre a reformas (no olvidemos que Simone Veil, defensora en su día de la regulación del aborto no pertenecía a un partido de izquierdas), y carece de prejuicios a la hora de gobernar con partidos que representan otra ideologías; como Merkel en su gran coalición entre democristianos-socialdemócratas, o la participación de CDU en gobiernos regionales y locales con SPD, Liberales o Verdes incluso con Die Linke (partido de la izquierda hoy en crisis y en fase de reconstrucción).
“El expresidente, que competirá por la nominación para volver a la Casa Blanca llama «frikis, globalistas y tontos» a parte de sus compañeros”
Frente a esa derecha enmarcada en estructuras democráticas-parlamentarias y abierta a reformas más o menos progresistas, hay otra populista, altisonante, de tonos radicales y expresiones de alto voltaje con lenguajes maniqueos de ‘buenos y malos’. Esa doble perspectiva respecto a lo que hasta ahora podía enmarcarse en el espacio conservador-liberal se ha puesto de nuevo en evidencia durante la Conferencia Política Conservadora celebrada en Washington. Donde Trump arremetió contra el Partido Demócrata, la justicia que no para de abrir procesos en contra suya «evitando que Biden o su hijo Hunter tengan que rendir cuentas por corrupción» (acusación lanzada al aire, sin pruebas), y contra los grandes medios de comunicación. Metiendo en el mismo saco a otros republicanos a los que definió como «un grupo de frikis, globalistas fanáticos de las fronteras cambiantes y tontos».
No es la primera vez ni será la última que Trump descalifica a ‘compañeros’ de su mismo partido, competidores en la carrera que se decidirá este otoño hacia la nominación presidencial. El ‘ex’ y magnate de la construcción posee un ego que no le cabe en el cuerpo y que acabará por envenenarle, y vuelve a presentarse como un elegido de Dios. Reivindica su antigua amistad con Putin del que dice que «Rusia no tomó ningún país porque yo me llevaba muy bien con él», a la vez que se ofrece a poner «fin a la decadencia de Estados Unidos en el mundo» que atribuye a los demócratas, a los que presenta como “agentes del socialismo». Azuza a una base de sus potenciales electores esgrimiendo la competencia de otros países y atribuyendo la desindustrialización y la pérdida de puestos de trabajo a las facilidades de la administración Biden con los extranjeros. A la vez que repite sus ataques frente a quienes se preocupan por el cambio climático a los que acusa de destruir empleo y acabar con la nación.
Trump echa leña al fuego posicionándose en la línea dura respecto a las leyes ‘trans’ buscando el apoyo de los sectores evangelistas integristas, y no se recata en denunciar a la desinformación de los medios, donde a menudo es vapuleado, especialmente tras el asalto de sus partidarios al Congreso. Mantiene un diccionario de duros términos contra los aspirantes republicanos que pese a representar puntos de vista muy conservadores utilizan lenguajes menos desabridos y guardan las formas más que él.
En su escala de populismo ultra, Trump tuvo como telonero a Bolsonaro y su hijo, que hicieron acto de presencia en la Convención, dentro de la identificación mutua de ex aspirantes a volver a primera fila del poder a costa de lo que haga falta. Para Trump el reto es doble: reivindicarse a sí mismo cuando su imagen pública ha sufrido un revolcón tras el lamentable 6 de enero de hace dos años en Washington donde se produjeron muertos, y tratar de rearmar a unas bases sensibles a los discursos ultranacionalistas, patrioteros y grandilocuentes para inclinar a su favor la balanza del Partido Republicano; que en su día se abrazó a la figura de un hombre con éxito en los mercados inmobiliarios y en la construcción lanzado como paracaidista aventurero a la arena política.
“No se reprime en reafirmar sus lazos de amistad de otra época con Putin y dice que con él «no habría empezado ninguna invasión»
Las consecuencias del estrés al que se somete al partido que representa a la derecha norteamericana saltan a la vista, con la descalificación de aspirantes de expresión moderada y tono menos grandilocuentes. La clave es saber hasta qué punto esos lenguajes extremados y populistas ultras mantienen su capacidad para calar en una base afectada por la inflación, las subidas de precios o la competencia de China y la UE en un mundo diversificado (en esta ocasión, el encuentro anual de la derecha, teórico trampolín de relanzamiento de Trump, ‘pinchó’ según la prensa americana: no se llenó como otras veces y las ausencias fueron notables). Y a su vez, prever hasta qué punto el Partido Republicano seguirá tolerando esos discursos encendidos de un personaje que no parece dispuesto a retirarse.