Crónica Mundana / Manuel Espín ■
La sensación de que la historia se repite se quiebra en las últimas décadas con la percepción de que no hay nada escrito. Ya fue insólito el salto de Donald Trump, un millonario del ladrillo con un ego fuera de lo común (¿para cuándo una antología de sus cameos en películas, y las apariciones estelares como conductor de programas en la pequeña pantalla?), en un principio un advenedizo político ajeno a la fontanería del Partido Republicano capaz de hacerse con el mando del mismo, aun a costa de entrar como un toro en la fábrica de cristal de La Granja, y desatar una furia interna dentro del mismo. El ‘trumpismo’ se basa en el ‘blanco o negro’, en el maniqueísmo extremo para el que los matices no existen.
“La trayectoria del expresidente es extravagante e insólita, sin antecedentes en la vida pública de Estados Unidos”
Trump es la antítesis de lo politicamente correcto: no le importa utilizar los términos más duros y las calificaciones más exageradas contra quienes le salen al paso o le hacen sombra, porque ese tensionamiento de lo público es la clave de su éxito: lanzar demonios al ruedo para lograr respuestas radicales de quienes se dejan influir por unas imágenes básicas de calor/frío, odio/amor, amigo/enemigo, sin tonalidades ni espacio para que los contenidos puedan ser relativizados al aire del pragmatismo. Se utiliza el ‘argumento’ que usa la extrema derecha radical: Trump es América (‘Haz América grande’), en una identificación de tonos ‘patrióticos’ y quienes le ponen ‘peros’ o discrepen obedecen al ‘enemigo’, son ‘traidores’, o ‘socialistas’. La primera reacción a la noticia que venía siendo adelantada desde días atrás sobre su imputación por soborno de 130.000 dólares antes de la campaña de 2016 a una actriz porno, fue una acusación en toda línea contra el fiscal de Manhattan (Alvin Bragg) del que dice que actúa al dictado de ‘demócratas de extrema izquierda’, y de Soros, el multimillonario que aparece en todas las sopas y de quien la ultraderecha abomina; no sólo Trump, sino el premier Orban de Hungría. Soros afirma que «no conoce personalmente al fiscal neoyorquino», mientras el expresidente lo acusa de actuar al dictado del magnate.
La sensación de formar parte de «lo nunca visto’ gravita de forma permanente sobre Trump. Su presidencia a trompicones, rompiendo cualquier lógica, forma parte de un estrambote político, y deja abundantes preguntas por hacer. Desde la perspectiva de la Europa de la UE, de no haber sido el máximo representante de la primera potencia mundial, ¿Bruselas habría permitido sus constantes desplantes, hacer descarada campaña por el Brexit o remar contra la OTAN y el club europeo? La campaña para revertir el resultado de las últimas presidenciales y las acusaciones no demostradas de ‘pucherazo’ tratando de quitar representatividad a Biden dieron lugar en 2021 a actos tan insólitos como que no estuviera presente en la ceremonia de transición de poderes, tras el grave precedente de lo ocurrido el 6 de enero de ese año con el asalto de sus partidarios al legislativo en Washington; algo que más allá de lo puramente simbólico, produjo seis víctimas mortales.
El ego no le permite admitir que en la vida no siempre se gana, y que toda persona necesita disponer de un ‘plan B’ porque el éxito nunca está garantizado, y menos en política. Ahora su objetivo son las presidenciales en las que intenta la nominación republicana, sin importarle el tensionamiento máximo de la vida pública, ni la generación de situaciones insólitas. La imputación del fiscal de Manhattan y las imágenes que se van a producir del primer expresidente que comparecerá ante la justicia acusado de sobornar a una ‘actriz de contenidos para adultos’ obstaculiza su aspiración a regresar a la Casa Blanca. Su comparecencia ante un jurado la convertirá en un circo mediático, poniendo el ventilador donde haga falta para salpicar a unos y a otros, y ganar en imagen. Porque la máquina publicitaria de Trump sigue funcionando con nervio: a pocos días de su imputación su equipo dice que en un solo día se han recaudado 4 millones de dólares en favor suyo, extremo que nadie ha podido probar, pero que forma parte de su proyección hacia el espacio exterior y el mundo de las redes a las que constantemente alimenta tanto cuando se sentaba en el Despacho Oval como desde su mansión privada.
La situación no admite precedentes, mientras se refuerza la protección del lugar donde Trump comparece ante la eventualidad de una nueva edición del asalto al Capitolio de 2021. Ningún otro presidente americano se lanzó a buscar un segundo mandato tras haber perdido las presidenciales, sino al contrario: unos se pusieron a contar sus memorias (Truman, Clinton…), se dedicaron a iniciativas de paz (Carter) o a vivir la vida (Bush, Obama) en sus extraordinariamente bien pagadas conferencias y presencias públicas, no en buscar la revancha en otro mandato, aunque queden tirados en la cuneta otros aspirantes republicanos a la nominación tan de derechas como él pero con un dominio de la escena más pragmático y menos tensado, a los que Trump no ha hecho ascos en insultar en las pasadas semanas en tabernarios titulares.
“El multimillonario Soros, en el blanco de la extrema derecha, dice que no conoce al fiscal de Manhattan que ha imputado a Donald Trump”
Por el momento, el Partido Republicano le apoya porque Trump sigue representando su imagen de poder. ¿Cuánto puede durar ese respaldo? Quizás tanto como cualquiera de los que disputan liderazgo interno en ese partido –la ultraderecha, el Tea Party, los conservadores-liberales…– sean capaces de ganar el pulso interno, y decir ‘basta’ a una aventura personal que conduce al aventurerismo político y a la pérdida de la centralidad para Estados Unidos.