Crónica Mundana / Manuel Espín
A lo largo de las últimas semanas, Trump no ha dejado de echar más leña al fuego en la ‘teoría conspiranoica’ con la que trata de mantener la sospecha de un fraude electoral en las elecciones de noviembre, pese a que toda clase de instancias independientes y tribunales se han venido pronunciando en contra. Pero el expresidente no es un personaje fácil de convencer ni de asumir derrota con la mente de quien ha venido al mundo para triunfar a cualquier precio en los negocios y ser un triunfador inmobiliario implacable como magnate. Otro personaje más equilibrado y centrado se habría apoyado en generar una estructura con la vista puesta en las elecciones de 2022 sin volver a insistir en nuevos recuentos. Trump ya no tiene a las grandes cadenas, sino a pequeñas de información muy radicalizadas; pero sigue necesitando a los medios porque se mantiene una base electoral de antiguos votantes que por mucha evidencia legal sobre la inexistencia del ‘fraude masivo’ que llevó a Biden a la Casa Blanca le seguirán creyendo con una fe casi religiosa.
“La desautorización de la número 3 republicana por no secundar la teoría del fraude electoral revela el extremo personalismo de una deriva antidemocrática”
El problema es que Trump se hizo años atrás el ‘dueño’ del Partido Republicano por encima de cualquier decisión o poder y lo maneja como a un títere a su servicio. El episodio contra Liz Cheney, número 3 del partido en la Cámara de Representantes, es todo un exponente de a dónde puede llevar esta deriva. Cheney representa la derecha pura respetuosa del Estado de Derecho y en la tradición de un partido de muchos años que no puede de un día para otro cruzar ciertos límites salvo que quiera cargarse el marco constitucional. La representante quiso poner freno a la persistente actuación del expresidente sobre el supuesto fraude que ni un solo representante legal o independiente ha sabido detectar, y su opinión le ha costado la reprobación republicana por un partido que sigue en manos de Trump. Parecen terribles las palabras de Cheney cuando dice que «otros llevan a nuestro partido por un camino que abandona el Estado de Derecho y se unen a una cruzada para revertir nuestra democracia». «Permanecer en silencio e ignorar la mentira envalentona al mentiroso», comenta con bastante dolor.
Pero da igual. Trump maneja los tiempos como quiere y ahora toca volver a la carga imponiendo recuentos nuevos que si no producen el esperado resultado tampoco importará, pues una base de sus partidarios lo seguirán negando contra viento y marea. Las descalificaciones verbales contra Cheney y su padre, al que se califica de “belicista”, son impropias de cualquier cortesía no ya parlamentaria o política, sino cotidiana, y mucho más tratándose de quienes comparten sigla. Que Trump desee a la política «como colaboradora en la CNN o la MSONC» forma parte del juego de desprecios contra quien no piensa igual que él ni lo obedece.
El momento abre una situación inédita en Estados Unidos, donde la amenaza de mantener durante meses el fuego vivo conspiratorio -por lo menos hasta noviembre del año que viene– rondará una y otra vez sobre los candidatos republicanos para lograr el control de las cámaras en las próximas elecciones. ¿Qué se busca con esta estrategia? Alimentar una extraña candidatura que podría disputar con Biden, pese a la elevada edad de Trump dentro de tres años, en la que no tendría rival electoral, sostenida con el mito del fraude y el presunto e indemostrado engaño que llevó a los demócratas progresistas a la Casa Blanca.
Una situación cuando menos pintoresca cuyo precio a pagar correspondería al propio Partido Republicano. ¿Es una simple correa de transmisión de Trump o una plataforma para su insaciable ego personal, o tendrá algo que decir en los próximos meses ante un desatino que se prorroga más de la cuenta en el tiempo, y cuyo final no está nada claro?
“Las descalificaciones del expresidente ponen el foco en el futuro del partido de la derecha norteamericana, sometida al populismo de quien por ahora actúa como si fuera su dueño”
La pregunta es: ¿podemos imaginar en cualquier otra sociedad liberal avanzada, con instituciones arraigadas y probadas a lo largo del tiempo, una situación como la de Trump alargada mes tras mes, pese a las críticas de los grandes medios, y del sentido común, que siguen temiendo por el eco de los desatinos?
El debate lleva a muchas preguntas: ¿de quién son los partidos?, ¿qué peso tienen los electores y las bases? Para Trump el Partido Republicano es una prolongación de sus propiedades, aunque, ¿hasta qué punto se lo van a poder seguir permitiendo?