Crónica Mundana / Manuel Espín ■
La historia provoca escalofríos. Una joven kurdo-iraní queda con un grupo de amigas a la salida de una estación del metro de Teherán y los ‘policías de la moral’ se percatan de que lleva el velo mal puesto y su vestido no es holgado ni cubre brazos y piernas, por lo que es conducida a una comisaría, y en la detención fallece. Mientras abundantes testimonios indican que el corazón de la muchacha se paró tras sufrir fuertes golpes en la cabeza, después de jornadas de protesta en la que según organizaciones humanitarias han podido desaparecer casi 200 personas, entre ellas menores de edad, Jamenei, número 1 del régimen de los ayatolás se ha visto obligado a dar alguna explicación, diciendo que «murió de un ataque al corazón», a la vez que apoya a las fuerzas de seguridad. Lo que en primera instancia indigna no son las circunstancias en las que perdió la vida Mahsa Anini en el interior de una comisaría, sino la existencia misma de una ‘policía de la moral’, idéntica a las ‘policías religiosas’ de Arabia Saudí y otros estados fundamentalistas.
“Desde hace semanas Irán vive un intenso movimiento de protesta contra los rigores de los ayatolás tras la muerte de una joven por no llevar el velo bien puesto; respuesta de una sociedad en marcha hacia un futuro de más libertad”
Irán es un país más poliédrico de lo que parece. Tres veces la superficie de España, con más de 80 millones de habitantes, gran capacidad productiva, y una clase urbana en fase de identificación con formas de vida de una sociedad más liberal. Dentro de un estado con nervio de gran potencia y un sistema de elecciones formalmente ‘democráticas’; pero bajo una severa dictadura ‘religiosa’ que impone una rígida moral desde que 43 años atrás los ayatolás llegaron al poder. Tras una revolución popular que desplazó a una corrompida monarquía dictatorial, la del Sha Reza Palevi, que proyectaba una imagen occidentalizada vista con complacencia desde esta parte del mundo.
No existe separación iglesia-estado, el poder religioso controla al político y los clérigos ejercen directamente el mando, bajo unas formas de vida en las que se impone una sola moral, dando lugar a un vergonzoso rigor donde las primeras víctimas son las mujeres. A las que se obliga a salir a la calle y a vestirse bajo códigos estrictos. Ver por satélite o internet cualquier canal de ese país con presentadoras y anuncios en los que aparecen con velo; como las de aquellos donde se las ve en estudios de televisión totalmente cubiertas dejando sólo sus ojos al aire, da la medida de la negación de su capacidad de seres humanos y sumisión a un extremo patriarcado.
La antigua Persia no es un pequeño país de una rica monarquía del Golfo, sino un gran estado con una cultura expansiva sometida al dictatorial rigor ‘moral’ impuesto por clérigos-gobernantes. En las antípodas de Afganistán desde el punto de vista socioeconómico: tiene poco que ver con una comunidad retrasada; se trata de una sociedad dinámica con gran futuro más allá de su zona geográfica de influencia. Aunque comparta con la ‘retrasada’ y ‘aislada’ Afganistán talibán el sometimiento a una casta integrista religiosa.
No vamos a caer en un discurso islamofóbico, sino al contrario, defendiendo el pluralismo religioso y la convivencia para toda clase de expresiones culturales y religiosas, y a su vez sus formas morales. Pero un estado democrático no tiene por qué imponer una moralidad frente a otras, sino proteger todas formas de expresión social y moral excepto las que atentan contra las libertades de su ciudadanía, restringen libertades o están en contra de derechos humanos. El rechazo radical a la existencia de una ‘policía moral’ como la que Irán y otras sociedades islámicas no puede hacer olvidar que las imposiciones también pueden tener lugar en Occidente.
Sin ir más lejos, en la España de los 40 se impusieron ‘dress code’ en el espacio público, la obligatoriedad del traje entero de baño de una sola pieza para mujeres, del modelo con pierna para hombres, la prohibición radical del bikini y el slip, llegando a imponer gobernadores civiles el uso imprescindible del albornoz al salir del agua, incluso a niños. En los 50 se celebraron los Congresos de la Moralidad en Playas, Piscinas y Riberas con un estricto código de imposiciones trasladadas desde los obispados al Ministerio de la Gobernación, con la pintoresca situación de policías y guardias civiles persiguiendo a atrevidos bañistas en apartadas playas, la expulsión inmediata de los extranjeros o la detención y correspondiente sanción administrativa o cárcel a nudistas españoles por ‘escándalo público’. Tampoco se puede olvidar bien avanzados los 60 la petición de un obispo (Muñoyerro) al ministro Fraga de prohibir la minifalda por decreto, bajo un contexto social en evolución donde la prioridad eran las campañas de promoción turística.
Las hemerotecas están llenas de ridículas prohibiciones en nombre de una determinada moral apelando a la intervención de la autoridad civil y las fuerzas de orden público imponiendo la expresión de una parte frente a la del resto. Desde una perspectiva democrática, podrá gustar o no desde el punto de vista de la estética, también múltiple y expresión de pluralismo, que una mujer lleve velo o cubra su rostro, brazos o piernas, si lo hace libremente, sin presión de un ‘novio-esposo-hermano-familiar’, con su exclusiva decisión (lo que no parece ser la situación más habitual); de la misma manera que nadie debería objetar desde el punto de vista moral que cualquiera se desnude en una playa, desvinculando ‘desnudo’ de ‘obscenidad’..
En último extremo la necesidad de reivindicar la libertad religiosa como derecho tiene que ver con la existencia de un sistema democrático laico, con separación iglesia-estado en la que el poder público actúa como protector del derecho de la ciudadanía a ejercer la creencia con la que se sienta más identificada o su ausencia, sin interferencias ni confusiones. Concepto antagónico al de sistemas teocráticos como Irán y otros fundamentalistas de los que emana un extremado rigor que niega a las personas libertades imprescindibles.
Imputar a ‘Estados Unidos e Israel’, como dice la cabeza del régimen iraní, la oleada de indignación levantada a nivel interno y externo por la muerte de una muchacha en una comisaría; detenida por la indigna ‘policía de la moral’, hija de La Inquisición, bajo el ‘delito’ de llevar el velo mal puesto, es otra mancha de un sistema que censura internet y pretende seguir manteniendo entre rejas a una ciudadanía en ebullición. Especialmente la de sus medios urbanos, con potencialidad de futuro, donde se decreta contra sus más prestigiosos artistas e intelectuales en nombre de la ortodoxia. La reacción externa con personajes del ámbito público, especialmente mediáticas famosas, solidarizándose contra esa muerte inútil aporta visibilidad a este hecho indignante, y potencia la imagen de una sociedad civil iraní en favor de las libertades y derechos, empezando por los de sus mujeres.
Hay que decirlo y repetirlo: cualquier violencia de género, negación de la igualdad y diversidad, afecta negativamente a toda la sociedad, generando un perverso sistema de desigualdad entre personas de primer, según o tercer nivel. Podemos quejarnos de que civilizaciones como ¨la Grecia clásica no fueran ‘tan democráticas’ por cuanto la esclavitud era la norma, de la misma manera como hoy perviven sociedades donde las mujeres carecen de derechos aunque se celebren elecciones.
“Jamenei acusa a Estados Unidos e Israel de estar detrás de las manifestaciones en las que participan hombres y mujeres”
La más importante revolución del XX fue la de sus mujeres, en una oleada que también ha llegado a ciertas sociedades islámicas, por desgracia no a todas. De la misma manera que todavía en muchas de las occidentales que legalmente tienen reconocidos los derechos a la igualdad, la realidad social dista de ser igualitaria. Causa estremecimiento pensar en una situación como la vivida por esa muchacha detenida por el ‘tremendo delito’ de llevar mal puesto el velo o dejar ver los brazos y las piernas al aire. La primera respuesta contra las sociedades fundamentalistas podrían empezar a darla las responsables públicas que en viajes oficiales visitan esos países y se ven obligadas a llevar la cabeza cubierta en las recepciones oficiales, negándose a esa imposición. No olvidemos situaciones no tan lejanas como la de la televisión española de los últimos 50 y los 60 donde se prohibía aparecer con los hombros al aire o mostrar más abajo del cuello, obligando a las mujeres a ponerse un chal cuando no era posible cumplir con el código estético-moral.