Con el solsticio de verano, más conocido por verano a secas, se acentúa la influencia de Coca-Cola en nuestras vidas. Esa combinación de frescor, calorías, aditivos y adictivos, se ha adueñado del mundo con las excepciones de Cuba y de Corea del Norte.
El otro día, una visión antigastronómica me reveló la pujanza del brebaje. Eran las fechas previas a la cumbre de la OTAN en Madrid. Paseaba yo por la Plaza Mayor, sumido en las contradicciones inherentes al ser humano. Mi mente oscilaba entre las turbias previsiones macroeconómicas para el tercer y cuarto trimestre, y mis dificultades para encontrar alpiste a precio razonable, con el cual alimentar a mis dos canarios. En ambos casos, la crisis de cereales provocada por Vladimir Putin tiene efectos determinantes.
“La empresa de Atlanta representa un fenómeno por encima de las doctrinas. Supera con creces a la influencia de Facebook, Google y Amazon”
Un grupo de turistas, previsiblemente estadounidenses, degustaba un arroz-con-cosas en una terraza reservada a los ‘guiris’. No me impresionó tanto el aspecto apelmazado del menú, como que los comensales habían empapado la paella precocinada con churretones de ‘ketchup’. Y maridaban el manjar con cocacola normal, light, light sin cafeína, zero y life, según los gustos.
Uno de ellos, ostentoso ‘Rolex oyster’ en la muñeca, había pedido una botella de tinto Valbuena, que mezclaba en un vaso de sidra con el mítico refresco, obteniendo una sangría de luxe a la altura de su capacidad adquisitiva.
«En este mismo momento», reflexioné, «cientos de millones de seres humanos comparten la conocida como ‘chispa de la vida’». Actualmente es mucho más que una chiribita espumosa. Aspira a garantizarnos la felicidad en la tierra. Algo nunca conseguido por las diversas religiones, que aplazan la conquista de la dicha a un Más Allá mal explicado.
En el Más Acá, la empresa de Atlanta representa un fenómeno por encima de las doctrinas. Supera con creces a la influencia de Facebook, Google y Amazon —tres dioses laicos— en el control de nuestras mentes y bolsillos.
Produce algo más que ‘bebidas chatarra’, como las llaman los mexicanos, siempre reticentes con el poderío aplastante de sus vecinos del Norte. Léase este párrafo sobre los planes 2022 de Coca Cola Company.
«Nosotros lo tenemos claro: queremos refrescar Europa Occidental, Australia, Pacífico e Indonesia y marcar la diferencia. Apostar por el crecimiento de nuestro negocio junto a nuestros clientes, empleados, comunidades. Queremos hacer todo esto ¡y más! de forma sostenible para un futuro mejor (…) con el mejor equipo, el mejor servicio y las mejores bebidas y marcar la diferencia en la vida de las personas y del planeta».
Con tan loables intenciones, esta sociedad fundó hace décadas el Instituto Coca Cola de la Felicidad. Así explicaron sus objetivos: «Investiga las variables que influyen en la felicidad de nuestra sociedad. Realiza importantes estudios junto a prestigiosos investigadores e instituciones como la Universidad Complutense de Madrid o la Universidad de California».
James Quincey, el británico que preside este empeño sublime, tuvo como vicepresidente a un español, Marcos de Quinto, hasta 2017. El personaje entró en Ciudadanos hace tres años, de la mano de Albert Rivera, supuestamente con la misión de que los españoles fuéramos más felices. Sin embargo, pronto renunció al buenismo de la empresa que le hizo mundialmente famoso, convirtiéndose en uno de los diputados más broncos de su legislatura. En dura competencia con Hermann Tertsch , el europarlamentario por Vox.
«El Instituto Coca Cola de la Felicidad investiga las variables que influyen en la felicidad de nuestra sociedad, junto a prestigiosos investigadores e instituciones»
Dimitido del fugaz partido que iba a terminar con la corrupción de la vieja política, De Quinto se ha refugiado en Twitter, desde donde hostiga al gobierno socialcomunista con especial encono hacia Pedro Sánchez. Un botón de muestra, muy reciente, de su estilo nada cocacoliano.
«España contempla sumisa cómo un hortera plagia-tesis se apropia de las instituciones (abogacía, fiscalía, CIS, CNI, RTVE…), compra a las empresas (medios de comunicación, Indra…) y ataca a quien se le resiste (INE, BdE, CNMV, Poder Judicial, Corona…) Será que nos lo merecemos?»
Por otra parte, la Compañía por antonomasia ha estimulado las ansias de felicidad de los rusos. Tras su retirada de la ‘Rossíyskaya Federátsiya’ en solidaridad con Ucrania, a la par que otros iconos yankies como Starbucks y Mac Donalds, los exsoviéticos han elaborado a toda prisa un sucedáneo. Se llama CoolCola. Sus fabricantes pretenden que actúe como dopaje del alma eslava, tan propicia a la depresión y al ensimismamiento.