Crónica Mundana / Manuel Espín ■
En una carambola de la historia, la nueva primera ministra británica, la conservadora Liz Truss, apenas tuvo tiempo de presentarse en Balmoral horas antes del fallecimiento de la reina Isabel II. Una dilatada presencia al frente de la monarquía a lo largo de 70 años había convertido a la monarca en un broche para muchas generaciones. No puede extrañar que tras la dilatada acumulación de honras fúnebres, funerales y homenajes –con situaciones tan esperpénticas como la de la Comunidad de Madrid yendo por libre aunque sea a costa de la extravagancia– y la asunción de la corona por el antes príncipe Carlos, la sociedad británica y la primera ministra tengan que enfrentarse en los próximos días a una hora de la verdad con muchos retos. El primero tiene que ver con la inflación subsiguiente a la guerra de Ucrania: en el Reino Unido (RU) hacía cuarenta años que no era tan alta la subida de los precios, y lo peor puede venir en las próximas semanas cuando la carestía de la electricidad y el gas en un otoño-invierno lleno de incertidumbres haría que la factura energética en los hogares ascienda a un 80%. Truss sigue el programa de su antecesor Boris Johnson y lanzará en los próximos días un paquete de ayudas y bonos para paliar el alza de los precios, en una situación en la que se especula con acuerdos con las compañías para congelar las facturas.
“Liz Truss se enfrenta a la más alta inflación en cuatro décadas y a una subida espectacular de los precios de las facturas de electricidad y gas”
Como conservadora, la primera ministra promete una reducción de impuestos de 34.770 millones de euros a la vez que inversiones para mejorar el desastroso nivel de la sanidad pública británica, que en otras épocas parecía modélica a nivel mundial y hoy se encuentra en uno de sus peores niveles de calidad. Aunque no se sabe dónde puede estar el ‘milagro’ para bajar impuestos a la vez que se realizan fuertes inversiones en uno de los contenidos más sensibles para los ciudadanos. La nueva ocupante de Downing Street elegida por menos porcentaje del que se esperaba por los afiliados conservadores, se beneficia del ‘huracán electoral’ que aupó a su antecesor antes de caer estrepitosamente en desgracia. Boris fue un fenómeno por su capacidad de comunicación que lanzó a los conservadores hacia las estrellas; pero los años de la crisis Covid fueron desastrosos y los escándalos minaron su capacidad de gobernar hasta despertar división en su partido. La tercera primer ministra británica (tras Margaret Thatcher y Theresa May) se apoya en la cómoda mayoría de su antecesor; pero los tiempos no son los mismos. Sectores del Partido Conservador defendían las elecciones anticipadas, en vez de exponerse a la incógnita Truss frente a los malos tiempos que vienen.
Todo hace pensar que la primera ministra tendrá que desenvolverse con dosis de pragmatismo en un escenario incierto. Está considerada un ‘personaje veleta’ de la política, con capacidad para girar en una o en otra dirección. Sus anteriores tomas de partido o posiciones de juventud han quedado arrinconadas por otras asumidas con entusiasmo. De familia de izquierdas, cuando era más joven estaba a favor de reemplazar la monarquía por una república. Ahora, y más tras la muerte de Isabel II, el sistema dinástico se ha vuelto a revelar como un perfecto símbolo-escaparate más cercano a un rito o a una ceremonia que a un sistema político, su papel es puramente simbólico y de escaparate. Parece ridículo que en algunas televisiones españolas se haya preguntado a invitados sobre la “política (?) que practicará” Carlos III, no más allá de ejercer de emblema, al que sin embargo se debe exigir la máxima transparencia personal y rigor en su vida pública y privada, lo mismo que a cualquier otra monarquía moderna cuya capacidad de poder es muy reducida o nula.
Ejemplo de esa permeabilidad mimética de Liz Truss a las percepciones de la opinión pública lo es su cambio en la postura sobre el Brexit. En 2016 todavía se manifestaba en contra de la salida de la UE. Hoy es una firme partidaria de haber roto los lazos formales con Europa, aunque está convencida de que se necesita la cercanía comercial a la UE. La primera ministra está obligada a actuar con flexibilidad y capacidad para variar de posiciones según se planteen los problemas. Que hoy por hoy son los mismos que para el resto de las sociedades occidentales y para Europa: la guerra de Ucrania está constituyendo una pesada losa para las economías… Los meses que faltan hasta las próximas generales, Truss, que en otra época de su vida estuvo cerca de los liberal-demócratas y no de los conservadores, tendrá que hacer esfuerzos para paliar el efecto de una inflación que en buena medida depende del exterior, aunque ahora RU pueda gestionar su economía sin depender de Bruselas.
“La nueva primera ministra está considerada una política-veleta, que ha pasado por los más variados papeles: fue de izquierdas, se consideró republicana, en 2016 anti-Brexit, hoy ferviente partidaria de la salida de la UE, y conservadora flexible”
La capacidad para dar brillo a los emblemas y al símbolo se ha visto estos días con ocasión de las exequias de Isabel II. Ese carácter de espejismo rige ese elegante ‘jarrón’ que es la Commonwealth, una de las estructuras más simbólicas del planeta: por mucho que el rey Carlos III ejerza como monarca de Estados tan importantes como Canadá, Australia o Nueva Zelanda, éstas constituyen repúblicas coronadas. Justificar un desparramado homenaje a Isabel II como el de Madrid bajo el pretexto de que fue «reina de un tercio de la población mundial» parece una concesión al pintoresco estrambote o al boato de británicos nostálgicos del Imperio; cuando su verdadera competencia no iba más allá del emblema, la foto o el reportaje en una revista o un programa o serie de televisión. Aunque nadie pudiera negarle su característica deslumbrante de mito y símbolo.