Humor asalmonado / Mateo Estrella■
¿Cuál es la causa de que Rafael del Pino Calvo-Sotelo haya anunciado el traslado de su compañía Ferrovial a Países Bajos? Dicen unos que la creciente inseguridad jurídica sufrida por las multinacionales en el solar patrio. Desde el lado contrario le acusan de malqueda y antipatriota, tras haberse forrado con los contratos de obra pública.
Allá por 1952, su padre, Rafael del Pino y Moreno, puso en marcha la empresa importando desde Alemania traviesas de madera para Renfe. De ahí pasó a situarse entre las grandes fortunas, transitando de las vías ferroviarias a los aeropuertos y a las autopistas, ya en los años 60. Dice la tradición de empresas familiares que la segunda generación consolida el patrimonio, pero que en la tercera surgen herederos gandules que lo dilapidan. No tiene por qué ser el caso.
Hace cuarenta años no hacía falta montar mudanzas masivas para entrar en la Bolsa estadounidense
Hoy por hoy Ferrovial no sólo dejará España; también Madrid al mismo tiempo. Esa ciudad donde, según Isabel Díaz Ayuso, reina la libertad de emprender gracias a los bajos impuestos y a los bocatas de calamares sin restricciones. Por su parte, Pedro Sánchez y Nadia Calviño temen que se haya dado el pistoletazo de salida para que otros grandes magnates se larguen al extranjero.
He tenido la inmensa fortuna de toparme con un viejo amigo, y sin embargo periodista, cuando yo investigaba las causas profundas del ‘no es no’ empresarial, en plena trifulca sobre el ‘sí es sí’ judicial. Coincidimos en la calle frente a la sede de la constructora, cuando intentamos en vano que Rafael del Pino Jr. se asome a la ventana y nos cuente a viva voz sus razones sobre la controvertida decisión.
—¿Crees —le pregunto— que existen motivaciones políticas? Al igual que la fuga empresarial se propició en Cataluña para debilitar a los ‘indepes’ y reforzar a Mariano Rajoy, este desafío buscaría desgastar al gobierno socialcomunista frente a las elecciones que vienen, fortaleciendo a Alberto Núñez Feijoo y haciendo méritos para cuando el PP convoque sus licitaciones estatales.
—Qué poco entiendes la estrategia de los multimillonarios —me rebate—. Para los Del Pino, como para los demás dirigentes cotizados, España es el chocolate del loro. Sus negocios de gestión y servicios, más allá de la construcción, crecen año tras año en Estados Unidos, Reino Unido, Italia, Australia, Hungría, Singapur…
—¿Me vas a decir que nunca se entrometen en la política?
—Baja del guindo, Mateo. Cuando lo hacen explícitamente se la pegan ¿Recuerdas cuando a Mario Condele bajaron los humos por aspirar a la presidencia del gobierno? ¿Ignoras que Florentino Pérez se la pegó con el Partido Reformista Democrático? Mucho más cómodo es que elijan a sus elegidos.
—Ya —memorizo titulares—, pero es bueno internacionalizarse los mas posible para cotizar con garantías en Nueva York.
Me dedica una sonrisa compasiva.
—Escucha, majete. En los años 80 publiqué un reportaje en un joven semanario económico, titulado «El banquero de Águilas que cotiza en Nueva York». ¿A quién me refería? Pues a Alfonso Escámez, el presidente del Banco Central que empezó de botones y llegó a lo más alto. Hace cuarenta años no hacía falta montar mudanzas masivas para entrar en la Bolsa estadounidense, ni hacer miles de kilómetros al mes en jet privado. Menos necesario es ahora, cuando todo se soluciona online. Luego tanta movida tiene otras motivaciones.
—No obstante —me niego a rendirme—, si las sociedades del Ibex-35 abandonaran el solar patrio, se produciría un daño irreparable a nuestra imagen y prestigio en el mundo.
Aprovechan sus desplazamientos para pasar revista a sus posesiones inmobiliarias, y a sus rendimientos financieros atípicos
—Repites tópicos —me ningunea— desde tu mentalidad precaria. De hecho, los ‘mega ricos’ están continuamente fuera, de viaje por el mundo. Aquí paran poco. El lujo y la ostentación se manifiestan con más esplendor en compañía de los otros amos del universo. No olvides que aprovechan sus desplazamientos para pasar revista a sus posesiones inmobiliarias, y a sus rendimientos financieros atípicos.
—Seguramente tienes razón —le concedo—, y mi punto de vista es cutre. Pero me convence el cirujano Pedro Cavadas cuando escribe que «los seres humanos necesitamos poco para llevar una vida digna. Comida y agua, que no nos disparen mucho a nosotros o a nuestra familia, y atención sanitaria básica».
—Tradúcelo por manjares y champán, guardaespaldas y clínicas de lujo, para entender aquello que los pudientes consideran vida digna. No entro en otros placeres invisibles para la case de tropa.
Me callo que no estoy de acuerdo con lo último. Acostumbro a ojear el ‘¡Hola!’ cuando espero turno en el dentista.