Crónica Mundana / Manuel Espín ■
La invasión de Ucrania trastoca alianzas e introduce factores que hace poco tiempo parecerían imposibles o difíciles de cumplir. La Alianza Atlántica nació en tiempos de Guerra Fría y política de bloques en los que el mundo vivió bajo la amenaza de un conflicto a gran escala en ajedrez entre modelos de sociedad y estructuras militares enfrentadas: OTAN y Pacto de Varsovia. La caída del socialismo de estado con Gorbachov dejaba aparentemente sin sentido el inicial objetivo de la Alianza, que era la constitución de un bloque militar anticomunista. Lo que no debe ser confundido con democrático: a la Alianza pertenecían el Portugal de Salazar, que tenía poco de sistema democrático, lo mismo que Turquía o la Grecia de la dictadura de los coroneles. En las últimas décadas la Alianza reconsideró su identidad como ‘club defensivo’ en el que Estados Unidos seguía teniendo papel decisivo, lejos ya de los discursos de la posguerra mundial.
“La guerra de Ucrania revitaliza a la Alianza Atlántica destrozando la posibilidad de crear un sistema integrado de seguridad donde también pudiera estar la Federación Rusa”
De esta forma, estados que pertenecieron al Pacto de Varsovia y al COMECON entraban tras la ampliación al Este propiciada por Alemania, tanto a la UE como a la OTAN. La ocasión de oro se perdió en aquel momento: la inclusión de la Federación Rusa en un conjunto de alianzas de seguridad mutua Oeste-Este venciendo cualquier reticencia del pasado, participando en un mismo mecanismo de defensa. Por el contrario, Moscú ha seguido entendiendo que la OTAN, cada vez más cerca de sus fronteras tras la entrada de varios países del Este, continúa siendo una amenaza como en los tiempos de la URSS. Una de las ‘argumentaciones’ que han contribuido a la descabellada aventura de Putin en Ucrania.
Durante unos años, la OTAN desdibujaba su identidad, aunque la UE contó con ella como paraguas protector, ante la falta por el bloque europeo de una política de defensa común. No haber hecho desde la Alianza Atlántica partícipe a la Federación Rusa en lo que podía haber sido un programa defensivo compartido capaz de eliminar recelos constituyó en su día un error. Con la instalación de Putin en el poder, la sensación de declive de la Rusia de Gorbachov y Yeltsin se revierte por la vía del discurso nacionalista; no tan nuevo, puesto que utiliza conceptos del zarismo y de la URSS. Los datos son concluyentes: la Federación es el país más inmenso del planeta, pero con un PIB inferior al de cualquiera de las actuales potencias europeas casi a la par que el de España, con una población que dobla o triplica a la de cada uno de esos Estados de territorio muy reducido. Que cada vez cuenta menos en indicadores como tecnología, investigación o patentes, frente a Estados Unidos, China o el bloque europeo. Pero a su favor tiene un poderoso arsenal nuclear.
Hay un reverso: el elevado gasto militar lastra el crecimiento de la economía. Es una potencia de primer nivel en lo militar, pero con un talón de Aquiles: como ya explicaron los clásicos de la ciencia económica hay que elegir entre ‘cañones o mantequilla’. La ‘huida hacia adelante’ de la guerra de Ucrania ya se ha convertido en un fracaso del Kremlin, aunque sólo en uno de los planos, el exterior. Putin ha perdido la guerra psicológica y su imagen es lamentable. La demostración: que Suecia renuncie a un siglo de no alineamiento y Finlandiaa 80 años sin adscribirse, porque tras el episodio de Ucrania se sienten amenazadas, como no lo estuvieron en la etapa soviética. Si finalmente son socios de la Alianza como parece previsible, Putin habrá logrado el efecto contrario al deseado. El pretexto de Turquía para un hipotético veto a la ampliación por motivos tan fútiles como que en los países nórdicos se da refugio a terroristas kurdos encubre otra realidad: Erdogan es interlocutor directo con Putin y su mejor aliado en la OTAN, como lo es Orban desde la UE.
El hecho de que a estas alturas de la guerra la Federación, pese a los enormes daños producidos en vidas humanas, infraestructuras y recursos sea todavía incapaz de conquistar todo el territorio frente a la resistencia de un ejército muy inferior, demuestra el creciente fracaso de Putin. Frente a esa cara de la moneda en el plano exterior, la de puertas adentro: alcanza los más elevados índices de popularidad, como sucede a aquellos dirigentes de exacerbados tonos nacionalistas y verbalmente ‘patrióticos’, y de ellos hay suficientes ejemplos en el ultimo siglo. Los discursos únicos galvanizan a la población, seducida por la retórica ultranacionalista; pero también es conocida la velocidad con la que caen estrepitosamente esos castillos de naipes una vez que se dispersa el efecto de ese narcótico.
“Erdogan vetará la entrada de los dos estados nórdicos con el pretexto de que ‘cobijan a terroristas kurdos’, pero la verdad es su excepcional relación con el Kremlin”
Putin no sólo ha hecho retroceder el PIB de muchos Estados, fomentado la inflación, desestabilizado los mapas políticos, trastocado las políticas ambientales contra el cambio climático, generado una nueva carrera de armamento que obliga a más gasto militar restándolo de investigación y Estado del Bienestar, sino que provoca lo imprevisto: dentro de poco la totalidad de su frontera occidental lo será con estados de la OTAN porque la amenaza del jerarca los lanza a los brazos de la Alianza. En esta situación inestable, el miedo es que un Putin acosado en el plano exterior acabe por cumplir a la desesperada las represalias que anuncia contra Finlandia y Suecia. Con sus erráticos pasos es un personaje de quien ahora nadie se fía. Ha conseguido dar cohesión e identidad a la Alianza después de décadas desdibujada. Logrando que las opiniones públicas occidentales acepten destinar mucho más dinero para gasto militar aunque ello suponga recortar en educación, sanidad, pensiones o investigación contra el cáncer.