Crónica Mundana / Manuel Espín
En 1952, el Parlamento italiano prohibió los partidos que exaltaran el fascismo, de la misma forma que Alemania lo hizo con respecto a los signos del nazismo hoy penalizados. Fuera de Italia no se conocen lo suficiente varias bochornosas medidas de Mussolini, como las leyes raciales antijudías hechas con la única intención de congraciarse con su amigo nazi a las que se quiso dar un vergonzoso tratamiento pseudo-científico, y tiempo más tarde, el traslado de judíos italianos, entre los que se encontraban quienes habían combatido bajo bandera nacional en la Gran Guerra y familias totalmente enraizadas en la sociedad italiana hacia las cámaras de gas de Alemania.
“Tras el violento asalto de los antivacunas a la sede de un sindicato provincial italiano y a Urgencias de un hospital romano se debate en Italia sobre la prohibición de partidos y organizaciones fascistas”
En 2021, la extrema derecha se posiciona detrás de los antivacunas contrarios al ‘pase verde’, justificante de vacunación que el gobierno italiano exige a los trabajadores. La bandera pseudolibertaria es esgrimida por la extrema derecha y el neofascismo. El pasado día 9 una violenta manifestación provocó graves incidentes en Roma, con el ataque a la sede del más importante sindicato y a las Urgencias de un hospital, con la detención de militantes de Forza Nuova. El impacto de estos hechos violentos saltaba a los medios y a las instituciones, con la petición de prohibición de las organizaciones posfascistas, que suscriben partidos de centro y de izquierda, y que rechaza la derecha.
Meses atrás Draghi inauguró una inédita fórmula política de gobierno de concentración con 15 políticos de seis partidos (Movimiento 5 Estrellas, el más votado, junto a PD, heredero del viejo PCI pasado a la socialdemocracia, las derechistas Forza Italia y La Liga, más los minoritarios Italia Viva (de Matteo Renzi) y Libres e Iguales) y ocho técnicos entre las 23 carteras. Su objetivo primordial: administrar los 209.000 millones de euros de Fondos de Reconstrucción post-Covid de la UE. Entre medias, unas elecciones municipales que han dado alas a la izquierda italiana, con lo que parecía una ‘misión imposible’: lograr la Alcaldía de Roma, donde un personaje de la radio, Michetti, apoyado por la derecha y la ultraderecha, parecía tener posibilidades de ganar, finalmente vencido por la izquierda en la segunda vuelta.
Un partido no se integró en esa fórmula de gobierno Draghi: Hermanos de Italia, que encabeza Giorgia Meloni y representa a la extrema derecha, en cierta forma heredero del MSI, los posfascistas italianos. Con un fuerte discurso tanto en los medios como en la calle, la ultraderecha ha ido ganando terreno con mensajes de ‘blanco o negro’ e ideas burdas que han calado en una parte de la ciudadanía, como lo hizo Trump en su día, y ahora Hermanos aparece en cabeza de los sondeos aunque la fragmentación del mapa electoral italiano le da pocas posibilidades de gobernar si no es en alianzas.
El debate sobre qué hacer con el fascismo está presente en Italia. ¿Prohibirlo legalmente? Un Estado democrático debe vetar cualquier expresión u organización violenta o que favorezca la violencia. Pero resulta difícil prohibir ideas o tendencias, y un veto legal puede dar más vida a esas organizaciones en la clandestinidad. Por el contrario, la sociedad italiana debe intensificar su movilización democrática desde el terreno de las ideas, para combatir a quienes, aun bajo pretextos supuestamente libertarios, sostengan planteamientos y expresiones racistas, xenófobas, contrarios a los derechos de las mujeres, de la igualdad y las políticas LGTBI.
“La extrema derecha violenta capitaliza e impulsa manifestaciones antivacunas en varios países europeos y en Norteamérica”
Mientras, resurge otra pregunta sobre qué hacer con el ‘revival’ sobre el pasado mussoliniano que todavía está presente en monumentos y espacios –asunto también presente en España–, si deben mantenerse y contextualizarse para analizar sin miedo pero sin mitificación lo que pudo ser aquél horror dictatorial del pasado. La altura moral de una democracia destaca cuando combate a la discriminación sin caer en sus provocaciones. Reprimiendo con firme pulso a quienes ejercen la violencia o la jalean. Pero sabiendo distinguir que en un sistema liberal-parlamentario todas las ideas, incluso aquellas con las que no se está de acuerdo pueden ser escuchadas. Para salir al paso de esos discursos de odio está la fuerza de las ideas y la intensa movilización democrática, sin recurrir a vetos. Aunque en un sistema democrático no deben tener cabida quienes defienden el terrorismo, el fascismo o el neonazismo.