Crónica Mundana / Manuel Espín
La firmeza contra Vladimir Putin debe ir unida a la prudencia. En los últimos días hemos escuchado las más extravagantes y descabelladas ideas para parar al agresor, incluso con pintorescas acciones que se han quedado en el alero, como la posibilidad de que Polonia entregue a pilotos de Ucrania sus aviones Mig a cambio de que Washington le suministre modelos de última generación. Desmentido por ministros del ejecutivo de ese país, pero más tarde anunciado por su gobierno, al que Joe Biden ha parado los pies, aunque parlamentarios de la derecha radical americana lo apoyen. Este ‘trueque’ representaría una entrada directa de la OTAN en la guerra, poniendo a Europa y al planeta al borde de un desastre de imprevisibles consecuencias; tal y como han analizado con acierto altos militares españoles conscientes de que en este reto no se puede actuar bajo péndulos pasionales, y hay que ser extremadamente frío en las respuestas sabiendo lo que nos jugamos con un paso en falso.
“Es Imprescindible el alto el fuego en Ucrania y la negociación para detener la guerra, pero con mucho tiento para evitar un enfrentamiento con la OTAN que sería letal para Europa y el mundo”
Lo primero debe ser presionar en favor del alto el fuego y la negociación. Entre otras cosas para parar la sangría de víctimas y el desplazamiento de millones de refugiados. La comunidad internacional tendrá que empezar a evaluar la posibilidad de un plan de reconstrucción para Ucrania, cuyos daños en comunicaciones, obras civiles y daños en viviendas y equipamientos van a la par que los producidos en sus instalaciones de defensa. En esa presión sobre Putin para lograr una negociación deben intervenir aquellos que no condenan abiertamente la invasión militar de la Federación Rusa sobre Ucrania pero se sienten muy incómodos con las consecuencias que este disparate puede provocar en el comercio y las relaciones internacionales, como China o Turquía. Los planes del Kremlin pasan por instalar un gobierno títere en el país; pero esto no va a ser fácil, y la desestabilización de Ucrania puede convertirse a medio plazo en un grave problema para la Federación Rusa, que necesitaría miles de soldados y leyes extremadamente represivas para lograr imponer el orden público. El sueño imperial de Putin no se ha parado a pensar en los problemas de una larga ocupación, cuando ahora la inmensa mayoría de los ciudadanos de Ucrania considera a la Federación una agresora y al jerarca ruso un ‘señor de la guerra’. Con bombas, muerte y destrucción no se gana a una opinión pública.
La petición de Ucrania de ingreso en la UE, atendida y apoyada verbalmente por los gobiernos e instituciones comunitarias, no deja de ser una expresión de buenas intenciones; de la misma manera que también lo han pedido Moldavia y Georgia. Pero puede provocar precisamente la airada reacción de Putin, a quien le viene inquietando la incorporación de Estados a la OTAN, auténtico motivo de guerra para las aspiraciones rusas. En unas hipotéticas negociaciones sobre el futuro de Ucrania, y los otros Estados que se sienten amenazados, el mundo occidental puede jugar con una baza: la neutralización de Ucrania, como una Suiza del Este, sin necesidad de integrarse en la OTAN ni en la UE, pero con amplios acuerdos en materia de comercio, como los que ahora mantiene, y que deberían ser ampliados. A la vez que podría mantener lazos con el mercado euroasiático que promueve el Kremlin.
En una espiral como la de estos días, la irresponsable acción de Putin ha hecho que el mundo vuelva a un enfrentamiento tipo guerra fría, donde el componente ideológico ha sido reemplazado por el nacionalismo exacerbado, con un gravísimo riesgo de ir un paso más allá y desatar la catástrofe. Hay que imputarle también una crisis económica de consecuencias imprevisibles que obliga a los Estados a una virtual economía de guerra, y cuyo malestar social va a ser utilizado por las fuerzas más antidemocráticas del planeta. Desde el punto de vista ambiental, la situación es muy negativa; ante el riesgo de desabastecimiento energético se vuelve a poner los ojos en la nuclear, e incluso hay quien pide una ‘amnistía’ para los combustibles fósiles, los transgénicos y contra la pausa en los cultivos. Por suerte, la UE pretende utilizar esta crisis para dar definitivo carpetazo a los fósiles y no seguir dependiendo de los suministros rusos, acelerando su eliminación para lo que da la fecha 2027.
“Biden ha parado la rocambolesca idea de parte del gobierno de Polonia sobre entrega a pilotos ucranianos de aviones reemplazados por norteamericanos de última generación”
El problema: en una situación tan cambiante y en vilo, como no conocía el mundo desde hacía muchas décadas, la crisis energética y alimentaria, las subidas de precios hasta la estratosfera y el miedo a la desestabilización social puede deshacer caminos andados y líneas firmes, como la prohibición de los transgénicos en este lado del globo, o la permisibilidad hacia cultivos y actividades de elevado coste ambiental. Putin no sólo es el causante de la nueva carrera de armamentos, y el motor de una crisis económica de dimensiones planetarias, además habrá que imputarle el daño que causará a los planes de implantar una economía sostenible.
El talón de Aquiles de Putin son sus limitaciones económicas, acentuadas por el boicot occidental que podrían agravarse si Europa central encuentra otro producto que reemplace al gas y petróleo ruso, poniendo en entredicho la principal fuente de exportación de la Federación. Por mucho que el discurso casi único siga siendo utilizado por los medios de este Estado, cuando las dificultades económicas se perciban en toda su amplitud la fría retórica patriotera de Putin podría pinchar. Rusia es un enorme Estado, con toda clase de materias primas, bajo una economía sin la capacidad de otras superpotencias, y con una elevada inversión militar que lastra su PIB, y ahora necesitará más recursos para sostener una ocupación en Ucrania que no le va a ser nada fácil.