Humor asalmonado / Mateo Estrella
El otro día paseaba yo con un vecino que atesora sabiduría. Tanto por edad (de riesgo respecto al coronavirus), como por trayectoria ideológica, transitada desde las juventudes de extrema izquierda hasta su actual pensamiento ultraconservador, que reivindica una España como Dios manda.
—He pasado por la totalidad del arco parlamentario —me dice, contrito— pero sin pillar jamás un acta de diputado o una simple concejalía.
Atribuye su propia falta de resultados no tanto al idealismo como a la incapacidad por mantenerse unos meses tranquilo siguiendo las consignas partidistas. Para entendernos, si el internauta navega sin pausa, mi vecino se encuadraría entre los girautas del movimiento perpetuo.
«Las farmacéuticas están acostumbradas a ser las malas de la película, como lo fue Pfizer en ‘El jardinero fiel’, basada en la novela de John Le Carré»
Debatíamos sobre las irregularidades de las farmacéuticas en el abastecimiento de las vacunas contra el Covid-19. Según mi avezado interlocutor —instalado actualmente en un extraño populismo antisistema de Donald Trump con toques hispánicos—, el problema reside en que las empresas del sector no aprecian que les consideren salvadoras de la humanidad. Prefieren generar beneficios para sus accionistas y repartir bonus entre sus directivos.
—No les importa tener buena imagen. Las farmacéuticas —asegura— están acostumbradas a ser las malas de la película, como lo fue Pfizer en El jardinero fiel, basada en la novela homónima de John Le Carré.
Le ruego que refresque mi memoria sobre el argumento.
—Sí, hombre. Cambiando el nombre de la empresa y del medicamento, trataba del antibiótico Trovan que Pfizer experimentó en 1996 entre niños nigerianos, causando la muerte de once de ellos y daños irreversibles a más de doscientos. A día de hoy, apenas ha indemnizado a unos cuantos. ¿Y qué me dices de la talidomida?
—Que no tengo la menor idea.
—No me extraña. Si cuando vuelvas a casa entras en la web de la alemana Grünenthal, leerás: «La misión de esta farmacéutica es llevar verdaderos beneficios a los pacientes con una alta necesidad médica no cubierta. Estamos convencidos de que escuchar a los pacientes es la clave para desarrollar tratamientos innovadores contra el dolor que tengan un gran impacto en ellos y en su calidad de vida». Pues, hace justo cincuenta años, fabricaron un medicamento para combatir dolores de cabeza en mujeres embarazadas. Sucedió que miles de fetos sufrieron deformaciones en sus extremidades.
—¡Qué barbaridad! —no puedo por menos de exclamar—. Pero estos fallos están vigilados actualmente, ¿no? Las deficiencias en los suministros en las vacunas son una simple cuestión de logística.
—¡Alma de cántaro! —responde—. ¿Tú crees que a Hassana Bolkiah no le han dado ya los dos pinchazos de rigor?
—Si me aclaras quién es, igual te doy la razón.
—Sultán de Brunéi —muestra una vez más su cultura enciclopédica—. Su fortuna se estima en 18.000 millones de euros, en un país con medio millón de habitantes. Y está muy por debajo de los supermillonarios de la lista Forbes. La diferencia es que a Jeff Bezos, Bernard Arnault o Bill Gates, por citar a tres de los más grandes, les habrán inyectado con jeringuillas de plástico, mientras que la del sultán ha sido de plata maciza.
Entiendo que debo frenar su delirante demagogia,
—Vayamos a lo práctico. ¿Qué medidas propondrías para solucionar la crisis de la entregas en las vacunas, ya que las farmacéuticas van al mejor postor?
—Muy sencillo. Tirar de otros sectores productivos para cubrir la demanda.
—¿Me lo aclaras?
—Apelaría a la lógica del mercado y a la necesidad de que se mantenga en ebullición permanente. Ahora mismo la industria armamentista está a verlas venir, me refiero a las guerras. Ya que se ha desplomado la venta de bombas y misiles, los proveedores bélicos podrían reconvertirse a la fabricación de medicinas. Pero reconozco un escollo.
«La industria armamentista está a verlas venir. Ya que se ha desplomado la venta de bombas y misiles, los proveedores bélicos podrían reconvertirse a la fabricación de medicinas»
—¿Cuál?
—Cuando dejas un hueco en el sistema capitalista, otros acuden con presteza a cubrirlo. Las farmacéuticas crearían segundas marcas que se pondrían a desarrollar armas químicas en lugares inaccesibles al control de la autoridades.
—Vale. ¿Y cómo podrían equilibrarse las diferencias abismales de precios? He leído que cada dosis de la vacuna de Moderna cuesta 31 euros, mientras que la de Oxfortd AstraZeneca se consiguen por tan sólo 3 euros.
—Habría que liberalizar los puntos de venta —concluye—. Estoy convencido de que los bazares chinos podrían ofrecer un producto digno y barato, fabricado en la República Popular. No pretendamos que tengan el 90% de efectividad. ¡Por un euro, o menos, tampoco vas a pedir gollerías!