Crónica Mundana / Manuel Espín
La Europa político-económica-social se movió entre dos polos: a) Una zona sin aranceles (el viejo Mercado Común) aunque con unos mínimos democráticos respecto a la adhesión, y b) una estructura federalizable con legislación comunitaria inspirando a la de ámbito interior. Lo que no cabe es estar en la UE para recibir ayudas y fondos de cohesión y negar principios que afectan a la división de poderes o a derechos y libertades de los ciudadanos. Polonia, tal y como viene defendiendo su gobierno de Ley y Justicia y su Tribunal Supremo, rechaza que las instituciones europeas tengan capacidad para legislar y da prioridad a su legislación interior ante lo que considera un «ataque a su soberanía».
“Admitir excepciones a la legislación europea representa el final de la Unión”
Admitir la excepción polaca (y la de Hungría), que tienen los gobiernos más extremistas de Europa , según Bruselas, Berlín y París, significa la voladura a corto plazo de la UE y la ruptura del camino andado hacia la unidad europea. Según la ultraderecha europea (y Varsovia), «la UE invade la soberanía de los Estados miembros para imponer el aborto, niega el derecho de los padres a elegir su educación contra la ideología de género», a la vez que advierte de la «deriva autoritaria de la UE camino de una nueva URSS» y lo que ello supone de «ataque a la libertad de los estados miembros». Las críticas van más allá, y acusan a Bruselas de «estar en manos de la izquierda radical».
Orban no le va a la zaga. Defiende la supremacía de la constitución de Hungría y de Polonia y acusa a la UE de «despojar a los Estados miembros en competencias que nunca cedieron, sin enmienda previa de los tratados de la Unión y a través de subrepticias ampliaciones de contenidos».
El desafío pone en entredicho la identidad y los cimientos del proyecto europeo, en una situación más grave que el Brexit. En su caso un Estado (Reino Unido) decidió tras un referéndum abandonar el ‘club europeo’. Polonia no quiere dejarlo pero su ‘europeísmo’ de situación se reduce a mantener un mercado sin fronteras, recibiendo a cambio sustanciosas ayudas de Bruselas. Problema: la UE carece de mecanismos de expulsión de un Estado miembro que debería irse si no está de acuerdo con el principio de la soberanía de la legislación comunitaria. A la vez, la lentitud en la toma de decisiones y el obligado consenso entre los socios hace muy difícil cualquier decisión radical.
La única y poderosa arma de Bruselas es la posibilidad de cerrar el grifo económico a Varsovia y Budapest hasta tanto la oposición democrática de esos países sea capaz de convencer a su ciudadanía para que rechacen el extremismo de sus Ejecutivos ultranacionalistas. De momento penden los 23.900 millones de euros que Polonia tiene que recibir del fondo post-Covid.
La solución al conflicto no es fácil, y revela la precipitación con la que en su día se abordó la ampliación al Este. Ahora se trata de dos interpretaciones antagónicas sobre lo que es la UE, que superan cualquier matiz. Si no fuera porque hay tantos intereses cruzados en este asunto, Bruselas debería recordar las normas, y en caso de no ser aceptadas (como ahora hace el Supremo polaco y defiende su Ejecutivo) mostrar la puerta de salida. Polonia es uno de los Estados más favorecidos por el dinero comunitario y parece muy difícil o imposible que decida dar el paso del Brexit. La crisis se produce en un momento de relativo vacío de poder en gobiernos tan decisivos como Alemania, sin un liderazgo comunitario europeo.
“Bruselas puede cortar el grifo económico y tratar de influir sobre la ciudadanía para que elija un gobierno diferente al de ultraderecha”
Esta es la vía que la UE intentará para reconducir la situación, pero el tiempo apremia. Ejecutivos populistas de extrema derecha agitan la bandera de la independencia nacional, denunciando las ‘intromisiones de París y Berlín’ contra sus tradiciones nacionales, y la imposición del feminismo, las libertades LGTBI y unas normativas laicas que van en contra de una concepción cerrada e integrista. A su favor, la ocasional carencia de liderazgo de Alemania o Francia por lo que las respuestas de Bruselas son más burocráticas que políticas.