Crónica Mundana / Manuel Espín
No es la primera vez que en estas páginas se ha hecho la pregunta de por qué Colombia no se encuentra todavía en el grupo de cabeza de las naciones emergentes. Cuando se trata de uno de los países del mundo con mayor abundancia y diversidad de materias primas y recursos, gran riqueza de patrimonio monumental y cultural, y lo más importante, con un enorme y potencial capital humano por desarrollar. ¿Por qué Colombia no ha llegado todavía ser una primerísima potencia mundial, ni se ha erigido aún en una sociedad del bienestar? En buena medida por una mala distribución de la riqueza, por un sistema social donde sectores importantes de la ciudadanía han carecido de la capacidad de acceso a bienes fundamentales, bajo un modelo de fuertes contrastes en función de la renta o el origen social. El grave problema de la violencia es una de las secuelas de esa sociedad injusta y propia de referencias caciquiles de otras épocas. En su día el expresidente Santos dio pasos muy importantes tras las negociaciones con las FARC para que esa guerrilla renunciara a la vía armada, aunque el proceso ha tenido altibajos. Pero la pacificación va unida a cambios sociales y transformaciones en la actividad productiva que fomenten la integración de sectores tentados por la marginalidad, en una sociedad con un enorme potencial de jóvenes que no han tenido fácil el acceso al mercado laboral.
“Unos 700.000 votos de diferencia han hecho ganar las elecciones al primer presidente de izquierdas en la historia del país, en unas elecciones donde se apuntaba la diferencia entre nuevas y antiguas generaciones”
En tiempos recientes, Colombia vivió un proceso con muchas similitudes con Chile: una protesta encabezada por jóvenes urbanos y estudiantes contra las condiciones de vida en una sociedad caracterizada por un gran clasismo y una desatención pública hacia los sectores más desfavorecidos. Los procesos tuvieron puntos en común, y su desenlace ha sido paralelo: hoy en Chile se sienta en la presidencia Boryc, de la misma forma que dentro de unos días lo hará Gustavo Petro en Bogotá. Ambos representan a una nueva izquierda capaz de armar bloques o candidaturas heterogéneas compuestas de una gran diversidad de intereses y entidades por encima de las siglas. La novedad en el caso de Colombia es que Petro es el primer presidente netamente de izquierdas que llega a la primera magistratura del país; como está ocurriendo en otros estados iberoamericanos, el mundo no se rige por los horribles esquemas del tiempo de la Guerra Fría. Pero a la vez porque los referentes revolucionarios de antaño, como ocurría 60 años atrás con la cubana, se han quedado obsoletos, desfasados y fuera de tiempo. Petro puede haber estado en la guerrilla en los años de juventud, pero también ha hecho suyos planteamientos reformistas destacando la importancia de la capacidad de gestión, y de la capacidad de diálogo y necesidad de establecer amplios pactos con sectores diversos para implantar una política de profundas reformas.
Lo que se ha puesto en evidencia en las recientes elecciones colombianas tanto como ocurriera en Chile meses atrás ha sido la divergencia entre generaciones, con jóvenes que han votado por Petro (Pacto Histórico) frente a los mayores que lo hicieron por el candidato Hernández (Liga de Gobernantes Anticorrupción), un trumpista heterodoxo. Ambos finalistas en la segunda vuelta han tenido un digno resultado, con una ventaja de 700.000 votos a favor del izquierdista, frente al apretado resultado que vaticinaron las encuestas. Parece explicita la dedicatoria del triunfo electoral que ha hecho la candidata a vicepresidenta, Francia Márquez, una mujer de color, dedicada a «abuelos y abuelas, mujeres, jóvenes, personas LGTBI, indígenas, campesinos, trabajadores, víctimas. mi pueblo negro, los que resistieron y los que ya no están».
Porque trasciende la diferencia entre lo que podía significar la ‘vieja’ izquierda preocupada básicamente por el reparto de la riqueza y la lucha de clases, y la ‘nueva’ empapada de las esencias e ideas de la burguesía urbana y progresista, en materias como la igualdad de género, la diversidad sexual, el ecologismo o la lucha contra el cambio climático. Matices muy importantes que van más allá de la mera adscripción ideológica. Bajo esos matices Castillo (Perú) representaría el modelo más arcaico en temas como su escasa sensibilidad ante los temas de género, frente a la prioridad que tanto estos como los LGTBI representan para Boric o Petro.
“Imprescindible continuar por la senda de pacificación iniciada por Santos y abordar las imprescindibles reformas que mejoren la calidad de vida de muchos sectores de población”
Hay un matiz también muy importante a tener en cuenta ante esta generación de presidentes iberoamericanos que vienen de los movimientos sociales, alejados de la disciplina de los viejos partidos: la valoración que puedan hacer respecto a los acuerdos y pactos con los más diversos sectores y grupos económicos, puesto que en nuestros días un gobierno que se quiera presentar como progresista, reformador y capaz de generar una verdadera sociedad del bienestar, ha de ser consciente de que gobierna para todos y todas, y no sólo para quienes le han votado.
Este factor puede tener una relevancia singular ante la nueva etapa que vivirá Colombia a partir de ahora, un país con importantísimos recursos de todo tipo que debe gestionarlos con gran sentido de la realidad y conocimiento para obtener la financiación necesaria para atender a las reformas sociales que el país necesita para facilitar el acceso a la educación, los servicios de salud y los recursos imprescindibles para sectores de la ciudadanía que tradicionalmente han sido ignorados en las acciones de gobierno. A la vez que la profundización en las políticas de derechos y de igualdad. El radical rechazo y la condena sin paliativos a la vía de la violencia implica en paralelo la construcción de una sociedad democrática con mejores condiciones de igualdad para sus ciudadanías.