Crónica Mundana / Manuel Espín
Para cualquiera que tenga nociones de Economía Política el dilema ‘cañones o mantequilla’ le asaltará a la primera de cambio:¿cuáles deben ser las prioridades a la hora de administrar los recursos? En Europa, y todavía más en el mundo, en estos momentos no deja de ser un clamor la demanda de prestaciones típicas del Estado del Bienestar (educación, sanidad, vivienda…) junto a las imprescindibles (sociales, jubilaciones, generación y protección del empleo, transportes) y otras hoy tan inseparables como cultura, fomento de la igualdad, medio ambiente, digitalización… Todas cuestan dinero y éste sale del bolsillo de la ciudadanía. Nadie que esté cuerdo puede llegar a pensar que las cosas se regalan, o que la UE ahora reparte dinero sin más.
Y es cada día más necesario para pagar las cosas más variopintas, desde las vacunas y el crecimiento inexcusable de la inversión en sanidad, a la dotación en recursos educativos, las prestaciones de los ERTEs o los incentivos para el recalentamiento de una economía golpeada por la pandemia en los más diversos sectores. A su vez, impuestos que se deben pagar bajo un principio de justicia distributiva y criterio de progresividad: quien percibe más renta debe abonar mayor cantidad, porque no es igual el sacrificio de un 15% de sus ingresos a quien percibe 20.000/euros año que quien gana 200.000. Por eso se ‘inventó’ hace muchísimos años el concepto de equidad y progresividad en los impuestos, especialmente los directos, es decir el IRPF, base del sistema.
“A estas alturas se polemiza en España sobre los impuestos y su utilidad”
Se puede discutir si los tramos son más justos o menos, si hay que eliminar o no deducciones, si es necesario simplificar y reducir tramos, si es necesaria su reforma y mejorar su articulado… Lo que no cabe es poner en entredicho la existencia de los propios impuestos haciendo un canto a los paraísos fiscales, bajo el criterio de la ‘nula o escasa tributación’ equivalente a ‘cero prestaciones’. Los paraísos funcionan porque más allá de lo puramente declarativo para la galería y lo políticamente correcto, sectores dirigentes y de los gobiernos prefieren mirar de reojo y pasar página, sin una acción decidida para su eliminación, por mucho que la ONU lo reclame todos los años.
Ni siquiera la UE ha sido capaz de alcanzar la armonización fiscal entre sus Estados miembros para acabar con la competencia desleal de territorios como Holanda o Irlanda que se benefician de una reducida tributación a la localización de ciertas empresas.
De igual manera, la ciudadanía puede discrepar de las prioridades en la acción pública –¿qué son primero los ‘cañones’ o la ‘mantequilla’, o de qué manera se pueden hacer compatibles los respectivos porcentajes?– y exigir el máximo rigor a sus administraciones en el manejo de sus cuentas y en sus inversiones, poniendo en valor un concepto como el de rentabilidad social que hoy tiene más importancia que el del equilibrio contable en el balance.
Lo que ahora parece peculiar en que cuando se piden más y más recursos para hacer frente a la crisis más grave después de la guerra (civil o mundial) se quiera poner en cuestión la existencia de los impuestos, asistiendo a un debate (?) casi imposible entre ‘youtubers’ advenedizos y medios de comunicación. En estas condiciones y este momento pedir un bajonazo en la presión fiscal representaría renunciar a prestaciones indispensables. Choca la actitud de esos ‘influencers’ digitales con el documento de los dos centenares de multimillonarios americanos que al principio de la presidencia de Trump pidieron más impuestos como una forma de mejora de la cohesión social, frente a las rebajas fiscales del expresidente a quienes ganaran más de 200.000 dólares.
Es natural que todos queramos reducir nuestra factura de impuestos, y que en un clima de bonanza económica se pueda discutir sobre la presión fiscal o las prioridades en los presupuestos (estatales, autonómicos, provinciales o municipales), pero en estos momentos de crisis sanitaria, social y laboral, jalear como ha hecho algún parlamentario bajo supuestos argumentos ideológico-políticos la tributación en paraísos fiscales parece escasamente patriótico, y menos democrático.
“Sin impuestos el Estado del Bienestar no podría existir”
A la vez, hay que salir al paso de formas de demagogia populachera que corren por las redes. Reemplazar las subvenciones a los partidos por las donaciones o las ayudas directas significaría dejarlos en mano de los sospechosos donantes (estamos viendo lo que se destapa en torno a ciertas interesadas ‘donaciones’ ). De la misma manera que en otros países se discute sobre las retribuciones a quienes trabajan como funcionarios en las administraciones, como ocurre en algunos estados de Centroamérica o África: a más sueldo de miseria, mayor predisposición para dejarse comprar o recurrir a la coima o la corrupción de las pequeñas cosas.
Otro debate muy distinto y que en su momento también tendrá que ser abordado son las retribuciones de los altos puestos de la política, con diferencias notables entre presidentes de Comunidades, o la incongruencia de aquellos que desde un puesto de menor exposición pública superan ampliamente el sueldo de presidente y ministros. Aunque también es un debate con muchas capas: lo ideal sería que los talentos con mayor capacidad estuvieran en el espacio de lo público. Pero esto no siempre es fácil ni lógico, cuando los puestos en listas se asignan por otro tipo de criterios, entre los que no se excluye el clientelismo, el amiguismo o el intercambio de favores.