Crónica Mundana / Manuel Espín
El Grupo Parlamentario Popular (PPE) en Europa tenía desde hace tiempo un problema con su socio de Fidesz, el partido de Orban, indiscutible líder de la política en Hungría bajo unos perfiles cada vez más cercanos a la autocracia. Un conjunto de fuerzas europeas de carácter conservador-liberal-democristiano no podía mirar hacia otro lado cuando uno de los miembros de su formación encendía las luces rojas de las instituciones europeas por su falta de respeto a la división de poderes y a la carta europea.
“La inaceptable actuación antidemocrática del líder húngaro propicia la salida de su partido del Grupo Popular”
Era un contrasentido que desde el grupo se hicieran severas críticas a la deriva de Venezuela hacia un autoritarismo descarado donde las reglas de la democracia liberal no se respetan, mientras en su filas permanecía Orban y su partido, que no se caracterizan precisamente por defender las libertades.
El reto para las instituciones europeas era sancionar a los gobiernos de Hungría y Polonia por prácticas nada acordes con el sistema de libertades y derechos de la UE; pero todavía lo era más para el PPE, primer grupo del Parlamento de Estrasburgo, al que pertenece el partido de Merkel. Las buenas relaciones comerciales de Alemania con Hungría hicieron que durante un tiempo se mirara de reojo a Orban con una cierta condescendencia, mientras el PP español, tan activo en la denuncia de Maduro, nunca se posicionó contra Fidesz. Hasta que las cosas han llegado a un punto de no retorno.
Ante el riesgo de una expulsión del PPE, el carismático líder de Hungría ha preferido salirse con sus once eurodiputados antes de que lo echen. Ahora estudia en qué grupo acogerse o generar otro nuevo, en pleno proceso de restructuración de las variadas extremas derechas europeas.
Dos formaciones han venido acogiendo en Estrasburgo a esos partidos. Por un lado Identidad y Democracia donde está el partido de Marine Le Pen; el AFD alemán -con quien Merkel y el resto de la Cámara aplican una técnica de total cordón sanitario’, como si no existieran-; formaciones ultras de Austria y otros Estados, más La Liga de Salvini -nombre que vuelve a cotizar al alza en los sondeos realizados en Italia-, y Chega en Portugal.
Por el otro, el grupo de Conservadores y Reformistas Europeos, caracterizados por el ultranacionalismo y la oposición a una concepción federalista de la UE; entre los que se encuentran Ley y Justicia, mayoritario en Polonia, Hermanos de Italia y Vox. En principio esta última ‘familia’ podía ser la nueva ‘casa’ de Fidesz; pero Orban puede reajustar la cámara europea promoviendo un grupo con sus afines, principalmente Ley y Justicia.
Toda esa derecha no liberal tiene una presencia en las instituciones europeas y especialmente en los países del Este que antaño formaron parte del Pacto de Varsovia. Dicha concepción se une a un discurso heredado del trumpismo de exaltación nacional y rechazo de la inmigración.
Bajo una fraseología y unos términos muy directos, sin floritura alguna, capaz de calar en sectores populares con un discurso radical donde el ‘enemigo’ son los intelectuales, los inmigrantes, el feminismo, la diversidad LGTBI, y se exalta ‘lo nuestro’ frente a lo de fuera; es decir se recela o desprecia lo que viene de Bruselas, Berlín, del internacionalismo, los intelectuales…
Una concepción que ha calado en Hungría y Polonia , mayoritaria gracias a un sistema de proteccionismo social ‘tutelado’ y con capacidad de fidelización y clientelismo en capas de población dependientes de ayudas públicas bajo un prisma de paternalismo. En el que se desconfía del otro, del diferente, el extranjero, y se utiliza una retórica anticapital, aunque a la vez se rinde a un mercado de corte neoliberal sin demasiados controles ni fiscalización.
“En vías de crear una alianza de toda la oposición (de derecha a izquierda) para crear una candidatura frente al primer ministro ultranacionalista, antifeminista y anti-LGTBI, que viene ganando mayoritariamente en las urnas”
En paralelo, se revitaliza un discurso supuestamente ‘tradicional’ de identificación de valores ultraconservadores con la ‘patria’ como un absoluto, como el que Polonia se aplica para eliminar el aborto. Orban, que en los años 80 era uno de los activistas que luchaban por un marco pluralista frente a la rigidez del sistema soviético, ha pisado como Ley y Justicia y otros partidos ultras un terreno resbaladizo, deslizando críticas no sólo con inmigrantes -ninguno de los dos países admitió cuota alguna de refugiados frente a la generosidad de Merkel en Alemania-, sino también contra los judíos.
Con un resonar de ecos lejanos que muchas décadas atrás contribuyeron a desatar la enorme tragedia europea de la mitad del XX. Visto hoy desde una perspectiva histórica y social diferente, desde una lectura democrática debe entenderse que cualquier motivo de descalificación contra judíos o musulmanes, lo mismo que contra feministas o defensores de derechos, es inadmisible e intolerable bajo un marco de libertades como el de Europa. Tanto en Polonia como Hungría, donde es innegable el respaldo en las urnas al populismo de extrema derecha, las variadas oposiciones intentan articular plataformas plurales y diversas desde el punto de vista ideológico de carácter liberal-progresista y cuyos resultados todavía parecen inciertos.