Mar de fondo / Raimundo Castro
Yolanda Díaz lo tiene muy claro. Tanto ella como Pedro Sánchez hubieran preferido alcanzar un acuerdo con Podemos antes de las municipales y autonómicas del 28-M. Pero las exigencias de Pablo Iglesias –el líder en la sombra del principal partido a la izquierda del PSOE y el muñidor de la operación renovadora que lidera la vicepresidenta de Trabajo– han sido tan elevadas que ha resultado imposible.
Aunque ahora los morados se llenan la boca con la palabra unidad, han sido ellos quienes han convertido el diálogo en un trágala. Su pretensión de topar la cúpula de la nueva Sumar con cargos de Podemos es una de esas cosas que Yolanda Díaz ha dicho que no podía aceptar y que la ha llevado a decir que ella no es “de nadie” para desmarcarse de su promotor Iglesias.
Lo que prima es el convencimiento de que, a la postre, Pablo Iglesias acabará pactando lo que pueda
Díaz ha preferido esperar. Y volverá a intentar negociar con Podemos. Pero con el Podemos posterior a las elecciones del 28-M, que darán la auténtica medida de sus fuerzas.
En realidad, lo acontecido recuerda mucho el nacimiento de Izquierda Unida después de que Santiago Carrillo cediera la Secretaría General del PCE tras el desastre electoral de 1982. En contra del parecer de los más, Carrillo colocó de líder a su fiel y casi desconocido escudero Gerardo Iglesias, a quien pretendía dirigir desde fuera como una marioneta. En ese autobús, Gerardo Iglesias se hartó de decir que él no era de nadie, en alusión a Carrillo. Justo lo que dice ahora Yolanda Díaz.
Parece mentira que, siendo un gran politicólogo, Pablo Iglesias no lo hubiera calculado cuando la propuso. En política, como en tantas cosas en la vida, lo de matar al padre, ya se sabe, es sagrado.
Y en eso estamos. Es cierto que hay fuerzas dentro de su nuevo movimiento político (desde la liderada por Iñigo Errejónhasta el Compromís valenciano, pasando por toda la panoplia de las lideradas por las ‘víctimas’ de Iglesias) que consideran que llevar en la cabeza de sus listas a los líderes de Podemos quita más que suma votos. Pero no es su caso. Ni el de su valedor Pedro Sánchez, aunque en este último caso lo que los socialistas valoran es que Podemos no se descomponga como un azucarillo en un vaso de agua porque se daría la circunstancia de que ganando el PSOE el 28-O en muchas autonomías y grandes ayuntamientos, tenga que ceder su gobierno a un PP perdedor que se apoye en la muleta de extrema derecha Vox.
Para Sánchez, lo ideal hubiera sido que Díaz pactase con Iglesias y que las aguas se tranquilizasen cuanto antes. Es más. Pensó que el reparto de puestos en las listas podría ser decisivo porque considera –más bien sabe– que seguir en los sillones ha sido el escollo principal que ha imposibilitado el acuerdo. Aunque, todo hay que decirlo, ha optado por dejar hacer a Díaz. Quizás porque su objetivo es volver a gobernar España. Y cree que con sumar será posible, pero muy dificultoso con Podemos porque la suma no le daría para repetir el Gobierno de coalición.
Además, tiene muy en cuenta que en las generales puede haber una corriente de simpatía a su persona allí donde votar a su izquierda no suma escaños. Y en la duda, antes la amenaza de PP y Vox, muchos electores optarían en diciembre por el PSOE aunque lo hiciesen tapándose la nariz, según la expresión castiza.
En todo caso, lo que prima es el convencimiento de que, a la postre, Pablo Iglesias acabará pactando lo que pueda. Ni Sánchez, ni Díaz, temen que el líder de Podemos repita la catastrófica política que con los 40.000 votos de Sánchez Matoen Madrid –a quien él apoyó– acabó por echar a Manuela Carmena de la alcaldía madrileña y que su división en las autonómicas potenciase a Isabel Díaz Ayuso. No lo ven haciendo de Sansón y gritando el “muera yo con los filisteos” pensando que lo son todos esos dirigentes que expulsó de Podemos. Un partido, su legado, que se la juega con él.
Periodista y escritor