Crónica económica / José García Abad
Desde Winston Churchill en la Segunda Guerra Mundial, los jefes de los gobiernos han recurrido a la apelación a la sangre, al sudor y a las lágrimas para encubrir las amargas recetas que se proponían administrar a los ciudadanos ante las crisis económicas.
Pedro Sánchez se ha puesto la venda antes que la herida, augurando que “vienen tiempos duros” pues “la guerra de Putin va a hacerlo todo más duro y difícil y sin duda va a tener impacto en los precios”. Rebaja la dramática apelación de Churchill a la inflación, puñetera pero no sanguinaria.
“Pedro Sánchez se ha puesto la venda antes que la herida, augurando que “vienen tiempos duros” pues “la guerra de Putin va a hacerlo todo más duro y difícil y sin duda va a tener impacto en los precios”. Rebaja la dramática apelación de Churchill a la inflación, puñetera pero no sanguinaria”
Que Dios y sobre todo la presidenta del Banco Central Europeo le atiendan, pues la inflación es mejor receta que la sangre, el sudor y las lágrimas, inherentes a las guerras.
La inflación, si no supera ciertos límites, es una receta indolora e insípida, como el agua. A diferencia del petróleo, que es el adelantado en experimentar las consecuencias de las crisis, que ya ha alcanzado los 130 dólares el barril. También se están encareciendo las cosas de comer como los cereales con los que se fabrica el pan nuestro de cada día. No hay que olvidar que Rusia está entre los mayores exportadores tanto de petróleo y gas como de cereales y Ucraniaostenta el honor de ser el granero de Europa y de medio mundo.
El peligro no es tanto la inflación en si misma sino la estanflación, fórmula siniestra que suma el estancamiento con la inflación, un peligro que no ven probable, hoy por hoy, los economistas más perspicaces como Emilio Ontiveros, aunque nadie se compromete a aventurar hipótesis si la guerra dura mucho, digamos más de tres meses.
El actual gobierno de la Unión ha aprendido del pasado
Es de esperar que la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, y su jefa, Ursula von der Leyen, salvando la autonomía de Lagarde y del banco, se mantengan en la línea que ha seguido el gobierno de coalición presidido por Ursula, un gobierno con rostro humano que acabó en buena hora con la pesadilla del anterior, marcado por un liberalismo salvaje que transfirió el peso de la carga de la crisis financiera del 2008, de la que aún no nos hemos repuesto del todo, como tampoco nos hemos repuesto de la del Covid-19, castigando a los ciudadanos mas indefensos que sí sufrieron la sangre, el sudor y las lágrimas.
“La inflación, si no supera ciertos límites, es una receta indolora e insípida, como el agua. A diferencia del petróleo,o que es el adelantado en experimentar las consecuencias de las crisis, que ya ha alcanzado los 130 dólares el barril. También se están encareciendo las cosas de comer como los cereales con los que se fabrica el pan nuestro de cada día”
Hay que reconocerle a Mario Draghi, antecesor de Lagarde, el acierto de proclamar aquello de que haría todo lo que fuera suficiente para financiar la salida de la crisis y así lo hizo regando de euros a las finanzas europeas y que ahora nuestra querida presidenta Von der Leyen los ha llevado a la economía real con unos fondos benditos.
Esperemos, pues, las benditas palabras de Lagarde, que ya mostró en su cargo de directora gerente del Fondo Monetario Internacional cierta sensibilidad social, suponemos que aplaudida por el antaño ministro español de Economía y hoy vicepresidente del BCE, Luis de Guindos, un hombre de derechas a quien tampoco le regateo dicha sensibilidad.
De momento sólo contamos con el olfato de los analistas que prevén que Lagarde mantenga las inyecciones habituales por lo menos hasta el mes de octubre a sabiendas de que afectará a una subida de la inflación para este año y el siguiente. España es ya campeona de la inflación con un 7,4%.