Cultura & Audiovisual / Equipo Lux
El ‘viejo’ género del cuento ¿infantil? ha merecido múltiples lecturas. De entre todos ‘La Cenicienta’ es un emblema: la muchacha modesta víctima de una madrastra tenebrosa que quiere casar a sus hijas y desprecia a la que no es más que una criada, pero acaba casándose con el príncipe. Rossini con libreto de Jacopo Ferretti compuso una ópera de partitura fresca, ágil, contagiosa, divertida, llena de chispa desde el punto de vista musical, que fue adscrita a un subgénero alegre y jocoso. En esta versión del director de Escena danés Stefan Herhein, puesta en escena en Madrid por Steven Whiting, hay mucho más de Lewis Carroll que de Perrault, poco de cuento para niños y bastante de viaje a un mundo lleno de recovecos.
“Hasta el 9 de octubre con ‘La Cenerentola’ de Rossini el Real ofrece esta imaginativa puesta en escena donde el cuento de Perrault es engullido por una visita ‘al otro lado del espejo”
Para empezar se abre con una limpiadora en el escenario antes de que suene la obertura y acaba precisamente con la misma imagen: la ‘princesa’ vuelve a ser una asistenta, o una ‘kely’. Todo forma parte de un sueño. En ese largo recorrido no hay madrastra sino ‘Don Magnífico’, un personaje desconsiderado pero a las vez disparatado, un padrino como ‘Alidoro’, y diversos tipos, incluido el príncipe, que juegan a la farsa: nadie es como se presenta, y todo forma parte de un juego si no de espejos, de personalidades cambiadas. ¿Qué es verdad, y cuál es la mentira? La demostración más evidente, el inesperado, abrupto y original final de esta versión que transmite distintos estados de ánimo al espectador.
De ‘La Cenerentola’ se conocen variadas versiones teatrales, y se representó en el Real hace dos décadas. Esta producción de las óperas de Oslo y Lyon hace una propuesta estética y conceptual muy diferente, en la que destaca un espacio escénico versátil, dinámico y cambiante en el que con ayuda de decorados, y vídeo utilizado con propiedad, se generan climas diversos bajo una diseño visual, donde la fantasía se distancia del tratamiento convencional de los cuentos de hadas, pero sigue presente el ‘naif’ y se realza el sentido del humor. Desde esa aparición de Rossini como personaje descendiendo en una nube del techo del escenario, nube que se utiliza varias veces en la acción, a la broma del principio del segundo acto donde el propio director de orquesta se esconde antes de bajar de nuevo al foso; en una de las muchas ironías que encierra la producción, al igual que el ‘divino’ juguete de los rayos y truenos.
Este tratamiento teatral se adecúa muy bien al sentido de la partitura, que es todo menos plúmbea o plana, pero cuya adecuación escénica está muy lejos de Disney y de Perrault. El juego se demuestra en un elemento tan insólito como en el ‘atrezzo’ en movimiento, el carro de la limpieza que se convierte en la carroza, las máquinas de humo, las mesas donde cobran vida los personajes, o el insólito papel que cumple un coro, con mascarilla, que no sólo está muy presente en la acción, sino que presta gran servicio escénico más allá de lo vocal, como parte fundamental del juego teatral.
La dinámica empapa a las voces, a las que se exige participar en un permanente movimiento donde hay comedia de suplantaciones y una acción que exige tirarse literalmente (y cantar) por los suelos, subir y bajar escaleras y participar en un uso del decorado que va más allá de lo funcional y decorativo. Karine Destrayes y Aigul Alehmetshina son las protagonistas de cada uno de los repartos en un papel que exige mucho para una soprano-actriz. Dimitry Korchak y Michele Angelini como tenores en el papel de ‘Don Ramiro’. Los barítonos Renato Girolami y Nicola Alaimo en ‘Don Magnífico’.
“Producción de las óperas de Oslo y Lyon que utiliza unos decorados cambiantes, un uso deslumbrante del vídeo y la iluminación, y un ‘atrezzo’ que cobra vida”
Como ‘Dandino’ Florian Sempey y el gallego Borja Quiza, una presencia habitual en el Real cuyas condiciones escénicas superan el espacio del arte lírico por su sentido de la comicidad y gran desenvoltura en los escenarios. Los bajos Roberto Tagliovini y Ricardo Tass como ‘Alidoro’. Más las sopranos Rocío Pérez y Natalia Labourdetteen el papel de ‘Clorinda’ y Carol García como ‘Tisbe’. Cualquier parecido con una Cenicienta convencional es inexistente. No sólo porque Riccardo Frizza como director musical se mete como un guante en una partitura de Rossini especialmente fresca y sin desperdicio, sino porque la maquinaria de esta producción funciona con un diseño estético poco convencional donde ‘Cenicienta’ tiene mucho de ‘Alicia’.