Mar de Fondo / Raimundo Castro
En catalán se llama el ‘pal de paller’. Es la estaca del almiar que sostiene la paja almacenada de los campos de Cataluña, España y toda Europa, por no decir de todo el mundo donde se guarda el heno cuando no hay pajares cubiertos, normalmente en las faldas de montaña. Son la de los almiares, las medas, los pajares en términos más genéricos.
Jordi Pujol, en 1974, cuando fundó Convergència Democrática de Catalunya en 1974, tiró de esa metáfora porque tuvo que reconstruir un catalanismo políticamente disperso (Convergència fue un movimiento, no un partido, en el que cupo todo el centroderecha, desde socialdemócratas hasta no quiero señalar gente que se había arrimado al franquismo desde el conservadurismo más primitivo aunque se sintieran tan catalanes como el que más, según ellos). De hecho, hasta tuvo que pactar con la democracia cristiana antifranquista de Unió Democrática de Catalunya para cerrar el círculo del ‘paller’ porque eran en el fondo socialcristianos acogidos por la Unión Europea y sus gobiernos vinculados a la iglesia, gente que se habían enfrentado a los nazis, no como los conservadores de Madrid.
Como contaba muy bien Francesc-Marc Alvaro en ‘La Vanguardia’ en 2016 (aunque Carles Puigdemont no parece haberlo tomado en cuenta), en el Programa econòmic i social de CDC, editado en enero de 1977, antes de las primeras elecciones, el objetivo de Pujol se explicaba así: “CDC, en su voluntad de vertebrar un gran movimiento nacionalista catalán, se dirige principalmente a la gente nacionalista y demócrata, a la gente con actitud constructiva y con mentalidad de hacer país”. Y añadía: “La CDC nueva nace, en cambio, cuando el mapa de partidos ha explotado y está en recomposición. Y cuando un cambio generacional y de mentalidad muy profundo obliga a repensar”.
La visión caudillista de Carles Puigdemont lo ciega. Y pedalea contra todo y contra todos, incluso los suyos, porque sabe que si deja de pedalear se cae de la bici
No coincido con él, visto lo visto, en este punto. Aunque me refiero a las aspiraciones personales de Puigdemont. Sobre todo cuando añadió: “El ‘pal de paller’ construido por el tándem Pujol-Roca ha desaparecido. No se prevén nuevos ‘pals de paller’. Estamos en un tiempo que no quiere ni pide partidos que agrupen a todo el mundo, aunque la coalición Junts pel Sí podía apuntar a lo contrario. Hoy ya sabemos que esta alianza entre convergentes y republicanos fue el espejismo de un verano excepcional. Por lo tanto, el nuevo partido de los convergentes parte –debería partir– de la aceptación de que dentro del independentismo tendrán que convivir (colaborando y/o compitiendo a la vez) varios proyectos y ofertas electorales, con todo lo que eso representa. La centralidad no sólo se ha movido desde el 2012, también se ha redistribuido entre más actores. Esta mutación es más importante de lo que parece: la nueva CDC, aunque quiera ser mayoritaria y plural internamente, ya no será un ‘catch-all party’ como su antecedente. Los nuevos convergentes deberán hacer un esfuerzo para marcar bien su perímetro ideológico, sobre todo respecto a ERC, la otra formación independentista con vocación mayoritaria. Que Demòcrates no se haya sumado a esta refundación ilustra lo que decimos, e invita a pensar que el minifundismo es el gran peligro del independentismo de centro y centroderecha. En Catalunya no habrá nada que se parezca al SNP de Escocia, verdadero ‘pal de paller’ soberanista allí”.
O sea, que ser el ‘pal de paller’, en consecuencia, sólo es decisivo para los que viven de los símbolos. Pero el problema es que Carles Puigdemont vive de los símbolos.
No puede aceptar que Oriol Junqueras y ERC pasen a ser, ni siquiera simbólicamente, el ‘pal de paller’ de los independentistas de Cataluña por más que los hechos demuestren que lo son. O deben serlo. Me cuentan que Jordi Pujol lo asume y se lo comenta a los amigos que pasan por el pequeño despacho de la calle Calabria de Barcelona al que todavía acude de vez en cuando. Un despacho, por cierto, que está en la misma calle, a sólo a unas manzanas de la sede de ERC.
Será lo que cada cual considere que es, pero nadie puede afirmar que Pujol es un insensato. De ahí la importancia de su visión respetuosa del cambio en Cataluña que Carles Puigdemont no quiere asumir. Su visión caudillista le ciega. Y pedalea contra todo y contra todos, incluso los suyos, porque sabe que si deja de pedalear se cae de la bici.
Tiene, por supuesto, razones democráticas para protestar. Incluso radicalmente. Pero me recuerda a la Iglesia católica cuando te dice cómo tienes que vivir. Porque sólo queremos que nos dejen vivir como nosotros queremos. Nosotros no boicoteamos cómo quieran vivir ellos (aunque les paguemos los sueldos a los curas).
¿Pero por qué Puigdemont no deja que pruebe ERC a resolver el conflicto catalán con el diálogo, que es por lo que ganaron las elecciones en el seno del independentismo, coincidiendo con los vencedores de verdad, el PSC?. Sus declaraciones invocando la confrontación de cara el Onze de Setembre, asegurando que nunca habrá referéndum pactado, calentando la calle y envenenando la relación con Pedro Sánchez, suenan a republicanos traidores, a cuanto peor mejor. Ni siquiera la CUP, lúcidamente contraria al sistema, se esté o no de acuerdo con ella, hace planteamientos tan infantiles. Sólo que el infantilismo, en política, siempre encubre intenciones perversas. Y egoístas.