Crónica Mundana / Manuel Espín
El sistema electoral francés a dos vueltas típico de la V República y tan alabado en otros tiempos por su presunta estabilidad tiene enormes vías de agua. La principal: distorsiona la representatividad en un mapa de gran fragmentación y donde las ‘mayorías’ son puntuales y ocasionales, sólo para evitar la llegada de la ultraderecha a la presidencia de un Estado donde tiene enormes poderes diseñados en los años de De Gaulle. Macron (27,41%) vuelve a disputar en la segunda elección a Marine Le Pen (24,3) pero con una diferencia muy limitada frente a la de 2017.
“Si funciona el ‘cordón sanitario’ la extrema derecha de Le Pen no llegará al Elíseo”
Los sondeos dicen que si funciona el cordón sanitario a la extrema derecha el actual presidente volverá a ganar pero por un menguado porcentaje de votos, siempre que los electores secunden los llamamientos de todos los partidos, excluidos los de extrema derecha, para que utilicen la ‘única papeleta posible’, la de Macron, como opina Rousset, el candidato del PCF. En este supuesto, Macron seguirá en el Elíseo con un mayor número de votos prestados que en las anteriores elecciones, bajo una situación considerablemente más débil que la que en su día le llevó a la primera magistratura. Su hipotética victoria será más funcional que real, cuando la mayor parte de sus votantes no le eligieron en primera instancia sino para evitar un mal mayor. Pero, con esa ajustada diferencia, cabe el vuelco y la victoria por la mínima de los ultras.
El desgaste del sistema lo constata el dato de participación, un 4% menor que en 2017, y especialmente el espectacular hundimiento de los partidos que tradicionalmente han sostenido el modelo político francés hasta ahora mismo. El desastre se puede describir en un naufragio absoluto tanto a derecha como a izquierda. La candidata de Los Republicanos, Pecrese, el partido de la derecha conservadora-liberal tantos años hegemónico y antes ‘imprescindible’ en las instituciones francesas, no ha superado el 4,75%. Peor todavía el desastroso resultado de Anne Hidalgo, la candidata del PSF, y alcaldesa de París, con un vergonzoso 1,7%, mientras el PCF se ha tenido que contentar con un 2,33%. Todos ellos partidos que en su día tuvieron un enorme papel en la formación de gobiernos, generaron corrientes en la opinión pública, y que ahora aparecen difuminados y diezmados, carentes de cualquier eco social.
Dentro de esa ‘excepción francesa’ los datos de Mélenchon, que representa a una ‘nueva izquierda’ transversal y aspira a crear una VI República alejada de presidencias cesaristas bajo el peso de la doble vuelta electoral, han sido estimables, superando el 21,57% de los votos, y a punto de disputar la presidencia con Macron. Por su parte, a Le Pen le había crecido por el extremo más extremo de la derecha otro competidor de discurso altisonante, nutrido entre el griterío y la descalificación, Zemmour, pero su 6,9% no ha sido lo relevante que se esperaba en un principio, aunque sus votos irán para Le Pen en la segunda vuelta.
La clave para que Macron siga en el Elíseo contra viento y marea y para evitar un ‘mal mayor’ está en la fidelidad de los votantes a sus presuntos ‘líderes’. El actual presidente de centroderecha liberal apenas despierta entusiasmos y viene sufriendo un intenso desgaste, pero sigue siendo presentable y va a polarizar todo el voto anti-Le Pen, que le secundará sin entusiasmo e ilusión alguna. La alarma puede encenderse si se confirma lo que algún sondeo ponía en evidencia: una cuarta parte de los electores de Mélenchon estarían dispuestos a respaldar a la ultraderecha populista antes que a Macron.
Este es el intríngulis más relevante de estos comicios, que ponen en evidencia una realidad arrastrada desde hace años: el discurso anti-inmigración, xenófobo, que aprovecha todos los resquicios y utiliza cualquier tema polémico sin complejo alguno, generando discursos altisonantes y dando titulares constantes a través de opiniones escandalosas en las redes, ha calado en una parte relevante de la clase trabajadora, desconcertada por los cambios impuestos por la crisis económica y la caída de niveles en el Estado del Bienestar.
“Mélenchon se queda a las puertas de disputar la segunda vuelta y los partidos tradicionales se hunden en el abismo”
Ese ‘miedo al futuro’ y desconfianza ante unas élites tradicionales se traduce como en el caso de Trump en una aceptación de los discursos ultranacionalistas y ‘patrióticos’ de la extrema derecha. La clave de la segunda vuelta de las elecciones francesas se juega en ese terreno: Macron habla de “integrar a todos los franceses de las más variadas ideologías” en su candidatura; Le Pen dice lo contrario, que se necesita un cambio radical y sólo ella puede garantizar el vuelco total desde el punto de vista ideológico y social. En la cuneta, el batacazo de republicanos de centroderecha conservadora y liberal, y de socialistas en la primera vuelta debe crear en sus respectivos partidos un seísmo interno para hacer autocrítica sobre las causas que determinan su absoluto desdibuje y camino hacia la nada política.