Crónica Mundana / Manuel Espín ■
En la misma noche electoral, cuando ya se empezaban a definir los resultados de las presidenciales, Macronse vio obligado a reconocer que buena parte de su respaldo era debido a quienes han querido impedir la llegada de la extrema derecha a la máxima institución de Francia, y que más de la mitad de quienes le han votado corresponden a sufragios prestados. La movilización para impedir que el Reagrupamiento Nacionalllegara a El Elíseo ha funcionado de nuevo; pero un sistema democrático muestra signos de falta de identificación con su ciudadanía cuando muchos de los votantes emiten su sufragio sin ilusión alguna, sólo para evitar un ‘mal mayor’. Hay un dato significativo en los comicios: el 24% de quienes en la primera vuelta eligieron a Mélenchon se han abstenido en esta ocasión de ir a votar, aspecto corroborado por la baja cifra de participación y el aumento del voto nulo y en blanco.
“Más diferencia de la esperada entre el 58,5% del actual presidente y el 41,5% de Marine Le Pen: el ganador reconoce que ha recibido un aluvión de votos prestados”
Macron, uno de los pocos presidentes que repite en su cargo tras los grandes mitos de la política francesa de esta República, tiene que hacer esfuerzos en los próximos años para asumir que ha de gobernar para todos y todas independientemente de ese 25% por ciento de electores que lo eligieron la primera vuelta. La enorme cantidad de ‘voto prestado’ que esta vez le ha refrendado para evitar a Le Pen representa un fuerte condicionante para la acción de gobierno. Los datos son reveladores de la relativa debilidad política con la que el presidente se enfrenta a su nuevo mandato y el riesgo de que un deterioro en su magistratura y una erosión acentuada de su gobierno puede dar lugar a lo que parece evidente en las próximas presidenciales: una polarización derecha (Le Pen)-izquierda (Mélenchon).
La atracción hacia los polos y el estrepitoso hundimiento de los ‘viejos’ partidos de derecha conservadora-liberal y socialista introduce un elemento singular dentro de la política francesa y europea. Hay un hastío ciudadano que las fuerzas tradicionales que hasta ahora encarnaban el juego de partidos desde 1958 no han sabido capitalizar. Todos han de asumir sus rotundos fallos: la derecha liberal se ha visto reemplazada por una extrema derecha populista, y ha sido incapaz de elaborar propuestas imaginativas, y la socialdemocracia del PSF como el viejo PCF han visto cómo su base electoral se evaporaba: hoy buena parte de la clase trabajadora francesa vota a la extrema derecha, y Mélecnhon arrasa en periferias como la de Marsella y recibe votos tanto de trabajadores como de clases medias progresistas.
De momento, la continuidad del sistema tradicional se mantiene en alcaldías y departamentos en uno de los estados más centralizados de Europa. La pregunta es: ¿hasta cuándo?. Por ahora el sistema electoral a doble vuelta permitía juntar votos a derecha o izquierda en la segunda fase, un sistema que ha condenado a la extrema derecha, cuya representación en el espacio municipal y regional es muy reducida y mucho menor del porcentaje de votos que recibe, pero a la vez que a Francia Insumisa de Mélenchon, representante de la ‘nueva izquierda’ le ha concedido una presencia testimonial, en favor de Republicanos y Socialistas, que todavía se mantienen. La duda es si en las próximas regionales y municipales no se va a repetir el descalabro que han sufrido el pasado abril esos partidos que ejercieron como puntal de la V República.
“La extrema derecha ganó un respaldo histórico en estas presidenciales”
La victoria de Macron es un alivio para Bruselas y los partidarios de una Europa federalizable. De haber ganado Le Pen, el proyecto hubiera sufrido su más grave revés: el rechazo a la soberanía legislativa de la UE sobre la nacional que mantienen Hungría y Polonia con sus gobiernos de extrema derecha habría logrado un respaldo fundamental si Francia hubiera dado un paso similar. En clave europeísta, ahora mismo vuelven a estar sobre el tapete diversas perspectivas sobre el futuro de la UE: una de ellas sostenida por los partidos tradicionales de los grandes países favorable a seguir avanzando en la construcción europea, y la otra partidaria de la primacía de las leyes nacionales sobre las comunitarias y de un retorno a lo que fue el Mercado Común: un espacio libre para el tránsito de mercancías sin aranceles, bajo una Europa como suma de naciones con escasas obligaciones compartidas. El tablero europeo es frágil y pasos en falso o decisiones erróneas pueden dar lugar a situaciones más graves que el Brexit. Al menos, por el momento, Macron ha salvado los muebles, también los de Europa.