Crónica Mundana / Manuel Espín ■
Si ajustado fue el resultado de la primera vuelta, igual o más lo ha sido en la segunda, con un ganador (Lula) que aventaja a Bolsonaro en una cantidad menor a los dos millones de votos. Al Partido Liberal(ultraderecha) de Bolsonaro le funciona un discurso de odio, de explosivas declaraciones y maniqueísmos de blanco o negro, como ha venido haciendo Trump; junto a Putin, uno de los referentes del excapitán del ejército convertido en presidente. En las últimas horas repitió parecidos discursos advirtiendo de la “catástrofe” que se avecina sobre Brasil y los “ataques a las familia tradicional” (es decir, la profundización en políticas de género, defensoras de los derechos de igualdad y LGTBI, de rechazo al racismo y la discriminación por motivos de raza o de opción personal) con el aborto como «gran atentado contra los valores familiares». Bolsonaro, ferviente evangelista, ha encontrado en los activos grupos de esa identidad su caladero de votos tanto como entre los más ricos de la escala social. Lula, que evita cualquier discurso radicalizado porque su mayoría electoral, aunque mínima es plural y está compuesta tanto de la izquierda tradicional, nucleada en torno al Partido de los Trabajadores, como de formaciones de centro y centroizquierda, ha «agradecido a Dios» el resultado y afirmado que «gobernará para toda la ciudadanía, aunque en el centro de su acción de gobierno estarán los más necesitados».
“Escasos dos millones de votos de diferencia separan al candidato de la izquierda (50,8%) al presidente de la ultraderecha (49,1%), que seguirá teniendo un gran poder territorial en importantes estados”
Ese es el verdadero reto de Lula en su tercera elección que le devuelve a la presidencia del segundo país más habitado de América. Con una economía emergente, pero bajo la contradicción, como ha reconocido el presidente electo, «de que en el estado con la tercera agricultura más importante del planeta, un porcentaje muy amplio de la población no llegue a completar su dieta». Lula tiene que lanzar desde el 1 de enero un plan de reactivación con ayudas a los sectores más desfavorecidos, que además son quienes le han votado de manera masiva. Los últimos meses de Bolsonaro en el poder han sido dramáticos para las clases medias y bajas, con un estallido de la inflación, secuela de la guerra de Ucrania, y una situación social muy dura para millones de personas, a las que la administración saliente buscó paliar con cheques-ayuda.
Lo importante para Lula será gobernar un país tan enorme siendo consciente de que lo hace en una sociedad muy polarizada, donde una parte muy importante del poder territorial está en manos de la extrema derecha, con un giro de papeles que es común a otras sociedades occidentales: la pérdida de protagonismo o la renuncia de la derecha tradicional liberal-conservadora con discursos más o menos integradores, frente al arrollador alboroto de una ultraderecha que se crece en la provocación y en la polémica, bajo conceptos grandilocuentes y expresiones retóricas, que penetran en muchas capas de la población incluso en las que pertenecen a la pequeña burguesía o a sectores de la clase trabajadora. Bolsonaro ha sabido utilizar ese tensionamiento de expresiones altisonantes y términos radicales llevando a su terreno al hasta ahora voto de la derecha moderada, diezmado o fagocitado por la ultraderecha de mitomanías parafascistas. Las horas anteriores a las votaciones han sido dramáticas, incluso finalmente negativas para Bolsonaro, con personajes de su partido disputando públicamente con el arma en la mano. O el episodio de las retenciones policiales a autobuses de votantes.
Tan inquietante como el prolongado silencio de Bolsonaro después de ofrecerse los resultados electorales, con nada menos que ocho semanas por medio hasta la toma de posesión de Lula. En estos dos meses pueden pasar muchas cosas, como las que ocurrieron en Estados Unidos tras ser apeado Trump de la Casa Blanca. Si Estados Unidos supo gestionar el insólito y desagradable asalto al Capitolio, Brasil es un estado con tradición de golpes militares y dictaduras, afortunadamente con el retorno a los sistemas democráticos. Lula, que pasó un largo periodo en prisión antes de ser anulada su condena por corrupción, tiene que actuar con sentido de la realidad en la que vive, pero a la vez del rigor en la implantación de medidas que busquen la mejora social pero también el mayor consenso, hasta de quienes no le han votado. En su primera intervención tras conocerse los resultados aludió al apoyo de las mujeres, uno de los sectores peor tratados por Bolsonaro.
El otro es la política ambiental. El presidente de ultraderecha negacionista del cambio climático, describía las preocupaciones del ecologismo y la búsqueda de una economía sostenible, como un impedimento para el desarrollo. El resultado de estos cuatro años: un aumento de la desforestación en la Amazonía, territorio fundamental para la vida del planeta. Lula tendrá que evitar la desaparición del bosque tropical en favor de los cultivos del monocultivo industrial.
“Lula dice que “gobernará para todos, pero serán los más necesitados quienes estarán en el centro de su política»
En su programa electoral defendía la participación de Brasil en las convenciones internacionales que responden al cambio climático y a la explotación irracional de los recursos naturales. Pero no solamente en este capítulo, sino en los demás: Lula habló de la restitución de Brasil a la comunidad internacional, y su protagonismo más allá del peculiar discurso retórico y descalificador de Bolsonaro, junto a Putin y otros personajes de la escena internacional, uno de los que en su día peor respondieron a la pandemia.