Humor asalmonado / Mateo Estrella ■
Un amigo del colegio, que se forró en principio con su consultora de estrategias electorales, ha cerrado el chiringuito en vísperas de las elecciones del 28-M. Me topé con él de casualidad, miraba hacia el suelo en una fila de desocupados, a la espera de comer gratis en la parroquia del barrio. Le reconocí a pesar de su aspecto demacrado, le rescaté de la cola, y le invité a unas cañas con ración de oreja a la plancha y pinchos de tortilla. Dejó los platos relucientes, rebañando como un poseso. Me contó sus cuitas a los postres.
“Un despacho en el barrio de Salamanca por la mañana; otro en Villaverde Alto con horario de tarde”
—Aquel año 2015, cuando Ciudadanos y Podemos irrumpieron en la vida pública como debeladores del bipartidismo y adalides de la nueva política, monté dos despachos: uno en el barrio de Salamanca por la mañana; otro en Villaverde Alto con horario de tarde. A primera hora, con traje de Armani, recibía al centroderecha. Después de comer me ponía polo y tejano de Carrefour para atender a la extrema izquierda.
—¿Cobrabas la misma tarifa a ambos?
—Sí, porque entendía que a una la financiaba el Ibex-35, y a la otra el gobierno venezolano. Me pagaron puntualmente con sus primeros éxitos. Luego me han dejado a deber, según iban perdiendo votos. Pero antes de que me cerraran el grifo, se produjo un encuentro funesto para mis intereses.
—¿Entre Amancio Ortega y Nicolás Maduro?
—No digas tonterías. La textil cerró sus tiendas en Caracas hace dos años. ¿Recuerdas aquellos cafés amistosos que compartieron Pablo Iglesias y Albert Rivera en el Congreso de los Diputados, cuando parecía que se repartían el relevo generacional? Allí debieron desvelar mi doble juego.
—Lo recuerdo –memorizo–, fue en agosto de 2019, y en los comicios de noviembre empezaron a desangrarse. ¿Fue por culpa tuya?
—Eso sería matar al recadero. Más bien empezaron a dar bandazos, cada uno a su estilo, y perdieron la confianza de la clientela.
—Un duro golpe para tu negocio…
—Así es. Sobreviví una temporada tirando de las reservas. Cuando me fundí la Visa Platinum, llamé inútilmente a la puerta del PSOE y del PP. Tanto Iván Redondo como Teodoro García Egea me consideraban un apestado que contaminaría sus rigurosas hojas de ruta.
Intento extraer leña del árbol caído para redondear mi crónica. Que se gane el convite.
—Como politólogo residual, ¿cuáles son tus pronósticos sobre las inmediatas municipales y autonómicas? Puedes pedir una copa de orujo.
—Que dormirán muy tranquilos Juan Manuel Moreno Bonilla, Pere Aragonès, Alfonso Rueda, Íñigo Urkullu y Alfonso Fernández Mañueco.
—¿Y eso? —me coge desprevenido.
—Porque no hay elecciones en sus comunidades —se bebe de un trago la copa, para que no se la arrebate.
“Iván Redondo y Teodoro García Egea me consideraban un apestado que contaminaría sus rigurosas hojas de ruta”
—Muy gracioso -–me mosqueo–. Dame al menos un vaticinio sobre las municipales.
—Me remito a la sabiduría de un gallego ilustre.
—¿Alberto Núñez Feijoo? No me vale, por su visión subjetiva. Repite y repite que van a barrer a los socialcomunistas. Igual que Pedro Sánchez afirma que aplastará al facherío.
—No, me refiero a Mariano Rajoy y a su frase irrefutable: «Es el vecino el que elige al alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde». No se puede expresar con mayor ambigüedad, sin mojarse con una profecía que la realidad pueda desmentir.