Crónica Mundana / Manuel Espín ■
En toda guerra hay aspectos que van más allá de las materias bélicas y se convierten en estratégicos. Ucrania, considerada durante mucho tiempo como ‘granero europeo’ especialmente en materia de cereales, a partir de la intervención militar de la Federación Rusa sirvió de pretexto para que subieran hasta la estratosfera los precios de la cesta de la compra en buena parte de los países, contribuyendo al disparo de la inflación. Hay que tirar de las hemerotecas para referirse a España catorce meses atrás. En muy pocos días de diferencia, el precio del aceite de girasol dio un estallido arrastrando a la subida del resto de las grasas comestibles bajo el supuesto de que la guerra de Ucrania provocaría un déficit de suministros, mientras en los almacenes españoles se encontraban suficientes cantidades para seguir abasteciendo a la población. El subterfugio se empleó para subir el precio de la cadena de los cereales con incremento del pan a las galletas, de la avena al pienso. Y a su vez la bola de nieve alcanzó a otros productos y servicios de uso cotidiano hasta el incremento récord de la inflación de los últimos meses que tanto malestar social genera.
“Los países del Este, bajo la presión de sus agricultores, prohiben las importaciones de cereales de Ucrania”
Más de un año después del inicio de la guerra, los combates y acciones militares se mantienen, e incluso incrementan con bombardeos y la actuación de drones rusos capaces de provocar explosiones, pero no todo el país de gran superficie territorial es escenario de combates y la agricultura ucraniana sigue produciendo suministros agrícolas, especialmente cereales, que no tienen fácil salida comercial hacia el mercado externo. En la presente fase se pone en evidencia la actuación de los Estados del Este contra la importación por la UE de productos de la agricultura de Ucrania, especialmente cereales, por la presión de sus agricultores, que temen la competencia ucraniana en terceros mercados.
De esta manera, se escenifica una paradoja total: mientras países como Polonia son especialmente beligerantes contra Rusia y rearman su ejército hasta extremos de primera potencia militar y piden aviones y armas para expulsar de Ucrania a las tropas de Putin, ponen toda clase de zancadillas a la llegada a los mercados de Europa Occidental de cereales ucranianos porque representan una competencia para sus productos. Esas exportaciones siguen siendo muy necesarias para la maltrecha economía ucraniana.
Días atrás, Zelenski dirigió una protesta diplomática contra Varsovia por las restricciones compartidas con Hungría, Eslovaquia, Bulgaria y Rumanía, que han prohibido la importación de cereales ucranianos hacia sus territorios, y en el caso de Polonia también de su tránsito hacia la Europa del Sur. Kiev afirma que la prohibición atenta contra el acuerdo de adhesión Ucrania-UE y contra las reglas del mercado interior sin fronteras de la Unión, evaluando en unos 200 millones de dólares mensuales de pérdidas el boicot a la importación de productos hacia Europa.
La situación revela una jugada pintoresca muy habitual en los conflictos internacionales: por una parte, se utiliza el lenguaje de la solidaridad en términos de retórica para pedir a Occidente armas para combatir la invasión de Putin, y por otra se deja a Ucrania sin una de sus fuentes de financiación como ha sido tradicionalmente la exportación de productos agrícolas y especialmente cereales. Bajo esa decisión emerge un clientelismo político: la Polonia ultraconservadora que gobierna hunde sus raíces en un medio rural escasamente sensible a los cambios.
Para paliar la crisis, Bruselas y Varsovia acordaron que el veto a las importaciones agrícolas ucranianas afectara exclusivamente a los cereales pero no al resto de los productos de la agricultura de Ucrania. El gobierno ucraniano acusa a Polonia de imponer el boicot a todas las importaciones agrícolas e impedir el paso por su territorio. La presencia de cereales ucranianos en mercados del sur de Europa contribuiría a aminorar la escalada de precios de 2022 que influye en las altas cifras de inflación.
Esta inesperada crisis agrícola es otra consecuencia más de un proceso no cerrado y bajo un guerra aparentemente sin salida. Putin, con uno de los mejores ejércitos del planeta, ha fracasado incapaz de alcanzar los objetivos por los que lanzó la invasión de febrero del pasado año, mientras Ucrania, cuya resistencia ha constituido una sorpresa, ahora bien dotada por armas del exterior, tampoco ha sido capaz de expulsar a los rusos de su territorio y de recuperar su integridad territorial. Con la continuidad en las pérdidas de vidas humanas, también civiles, a lo largo de estos meses, y las enormes destrucciones, que en su momento han de obligar a la creación de un plan de inversión internacional para reconstruir sus infraestructuras.
La única diferencia respecto a semanas anteriores podrían ser los intentos de la diplomacia secreta para conseguir un alto el fuego que pueda dar paso a negociaciones. Con planes a la vista en el que se mueven peones sin que sus resultados trasciendan aún. Uno hay que cifrarlo en la posible intervención de China, y el otro de la diplomacia vaticana al que el propio Papa Francisco se refería de manera epidérmica en su visita a Hungría (donde por cierto apeló al gobierno para la acogida de refugiados e inmigrantes frente a la política de Orban de tintes xenófobos).
“Zelenski evalúa en 200 millones de dólares por mes las pérdidas”
Lo importante es que, en las próximas semanas, cuanto antes, se pueda poner fin a esta pesadilla y las armas dejen de sonar. Aunque el paso a otra situación tampoco parece un camino de rosas. Se están viendo las costuras tras las declaraciones rimbombantes de teórico apoyo a Ucrania contra la invasión de Putin, y su supuesta entrada en la UE. A la hora de la verdad, una parte importante de la sociedad del Este, fundamentalmente sus agricultores, vendría a poner obstáculos a la competencia de los cereales ucranianos en los mercados europeos, como ahora se está viendo con los vetos de sus países fronterizos a la llegada de esos productos a terceros mercados.