Crónica Mundana / Manuel Espín
Ser un personaje público reconocido y votado por mayoría, ejercer un liderazgo, aparecer como una celebridad, actuar de deportista, artista o figura reconocida internacionalmente, pertenecer a una familia real o a la aristocracia, ¿llevan aparejado un tratamiento de privilegio y exención de responsabilidad? ¿Justifica un trato diferenciado ese gran estrellato cuando se incumplen reglas generales de aplicación a toda la ciudadanía, cuando las actitudes públicas no son precisamente éticas aunque todavía no hayan sido calificadas penalmente y se traduzcan en el archivo de una causa o una irregularidad administrativa? Lo estamos viendo estos días con personajes en principio presentados ‘por encima de lo divino y lo humano’, y mucho más en una situación de crisis sanitaria mundial ante la que no deberían caber exenciones en el rigor de las obligaciones. Pero sin embargo, éstas se producen, y un reconocimiento público de estrellato mediático parece permitir la bula.
“El primer ministro británico se enfrenta a una posible moción de censura por su frívola actuación durante los peores momentos del Covid”
Las cosas se ponen difíciles para Boris Johnson, que ya no puede seguir apoyándose en su enorme mayoría absoluta para justificar lo injustificable: una actitud a menudo frívola que en otros momentos podría resultar una anécdota divertida, la excentricidad de un personaje caracterizado por el populismo mediático y su enorme capacidad para ofrecer titulares en cada comparecencia pública. La prensa ha ido revelando un goteo de contenidos sobre la irresponsable actitud del primer ministro británico desde la primavera de 2020 y el inicio de la crisis del coronavirus. El político conservador, que al principio de la situación ofreció destellos de irresponsabilidad al dar pábulo a bulos de los que finalmente se ha tenido que arrepentir (incluso con recomendaciones pseudosanitarias no demostradas parecidas a las de Trump o Bolsonaro) ha acabado hundido en aguas pantanosas al conocerse que, pese a la prohibición de actos de su gobierno, él los vino celebrando por su cuenta sin hacer caso a las obligaciones del resto de sus compatriotas.
La acumulación de situaciones va más allá de la anécdota y toca la fibra sensible de sus ciudadanos. Entre ellas las ‘parties’ privadas, las ‘fiestas del vino’ de los viernes, o las previas al funeral por Felipe de Edimburgo, acto celebrado con medidas muy estrictas porque la reina tiene 95 años. Pero mientras se obligaba a toda la ciudadanía (y a la propia monarca) a fuertes restricciones éstas parecían no existir para Johnson. Bajo ese fariseísmo de la doble moral, ¿el ‘premier’ británico está en su derecho a incumplir no una sino varias veces todo aquello que obliga a sus compatriotas? El político se enfrenta a una moción de censura mientras sus índices de popularidad han caído en picado. La justificación pública de un miembro de su gabinete para ‘pasar página’ carece de consistencia, aludiendo a la ‘buena gestión’ de la crisis sanitaria en términos de ciego fan; tampoco puede aducirse la ‘inmensa mayoría’ que tuvo en los últimos comicios, porque el sentido del voto es volátil y los resultados electorales no duran para siempre ni dan derecho a la inmunidad.
El ‘culebrón’ Djokovic tiene matices comunes. Ser número 1 del tenis a escala mundial, un verdadero genio de la raqueta, y cabecera de una ‘marca’ y una ‘industria’ gracias a su genio deportivo, no debe eximirle de cumplir con todas las obligaciones sanitarias pertinentes. Los fallos han sido evidentes en una estrella que cada paso lo hace acompañado de un ejército de asesores y consejeros. El tenista puede ser todo lo antivacunas que quiera o tener los escrúpulos que considere ante la vacunación, pero también debe saber que incumplir una normativa de otro país le impedirá el acceso a ese territorio. Las opiniones del presidente serbio, Vucic hablando de una «humillación y maltrato a él, su familia y a toda una nación libre y orgullosa» son expresión de un nacionalismo retórico, vacuo y vergonzosamente populista: Serbia y sus ciudadanos son verdaderamente más importantes y están por encima de los fallos de su primera estrella deportiva: la utilización de términos grandilocuentes no hace sino poner en evidencia esas posibles equivocaciones del tenista o de su equipo de consejeros que han determinado su expulsión del país por un tribunal. Dentro de la galería de despropósitos la opinión del padre del tenista comparándolo con la persecución y sacrificio de Jesucristo puede formar parte de la galería del disparate: ¿es que no había nadie en su millonario equipo de ayudantes y asesores que hiciera valer algo de sentido común?
“Vucic, presidente serbio, dice que el gobierno de Australia ha sometido a «humillación y maltrato al jugador nº 1 del mundo, a su familia y a toda una nación libre y orgullosa». Pero, ¿debe tratarse entre privilegiados algodones a las grandes estrellas?”
Ser ‘alguien’ o tener una imagen de gran proyección pública no exime de cumplir las mismas reglas que el resto de los nacidos, y más ante una situación como la presente. Aceptar la excepción por el mero hecho de ‘ser quien eres’ significa poner la imagen pública al nivel de una república bananera. En el primer gobierno socialista de Felipe González un director general que venía de muy a la izquierda fue detenido en un incidente de tráfico y no se le ocurrió más que mencionar el ‘usted no sabe con quién está hablando” ante los agentes. Fue destituido tiempo después, se le acabaron los trajes elegantes a los que no parecía estar acostumbrado y el coche oficial, y de su carrera política nunca más se supo. Todo el mundo tiene derecho a defenderse y explicarse sin ser linchado ni su fama derramada en el arroyo. Pero también a cumplir el resto de las obligaciones, sanitarias, fiscales, éticas o morales; especialmente en quien administra su propia imagen pública y está obligado a dar ejemplo porque se ha convertido, a lo mejor a pesar suyo, en referente social.