Cultura y Audiovisual / Equipo Lux
En las últimas horas del pasado –y bien fallecido– año, se cumplía el siglo del nacimiento de Juan Mariné, director de fotografía en más de centenar y medio de películas españolas, muchas de ellas especialmente populares. Por sorprendente que pueda parecer, Mariné se sostiene sin apoyo ni bastón, y es capaz de recitar de memoria los nombres y apellidos de sus compañeros en la Batalla del Ebro durante la Guerra Civil española, recordar repartos y nombres de técnicos de muchas décadas atrás, y rememorar con detalle los episodios más variados del cine y la vida española. Días antes del confinamiento de principios de 2020, Mariné asistió en el Palacio de Congresos de Madrid a los Premios Forqué vestido con traje de etiqueta, como si los años hubieran pasado de balde por su vida. Sin embargo, su trayectoria no fue un camino de rosas. Nacido en Barcelona, se sintió atraído desde muy pequeño por la técnica del cine en una época en la que se habilitaron improvisadamente en la Ciudad Condal los primeros estudios para el cine sonoro. «Desde niño me interesaba la fotografía y de ahí pasé al cine». Cuando estalla la Guerra Civil participa en los equipos de rodaje a cargo de las fuerzas de la República y la Generalitat. Bajo esa condición, rodó personalmente las imágenes del entierro de Durruti. Movilizado, participó en la Guerra Civil en las batallas del Ebro y del Segre: «No hay palabras para describir ese drama, en el que vi morir a compañeros entrañables de los que aún me acuerdo sus nombres». Tras el final de la República pasa a Francia y es internado en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer de donde logra escapar arrastrándose por una alambrada hasta en una noche sin luna alcanzar el mar, y a nado llegar a otra orilla.
“Nacido en 1920, el director de fotografía ha dedicado la última parte de su vida a la restauración de filmes”
Su peripecia de clandestino tiene fecha límite: un panadero español le aconseja cruzar la frontera española y entregarse, para evitar a los colaboracionistas y la Gestapo. Cruza la frontera y se entrega a las autoridades franquistas siendo internado en un campo de concentración en San Sebastián, de donde en un barco habilitado para presos es trasladado a otro campo de prisioneros en Andalucía. Cuando muchos meses más tarde, su padre logra visitarle apenas es capaz de reconocer a su hijo por sus malas condiciones físicas. Tras ese periodo, Mariné tiene que volver a cumplir el servicio militar, y es destinado a los Pirineos, y más tarde al servicio fotográfico. Tiempo después empezará a alternar esa función militar con su entrada en el cine español de la época, como ayudante de cámara hasta convertirse en director de fotografía. Aprende todos los resortes de esa profesión y es un avanzado para su momento.
Con los más grandes del cine
Desde los últimos años 40 trabaja con los nombres más representativos del cine y con muchos llega a tener gran amistad. Como Antonio del Amo, que en la posguerra había estado en la cárcel por militar en el Partido Comunista, y en los 50 descubrió el filón de las películas con Joselito, el niño cantor: «Recuerdo una vez que veníamos camino de Madrid y pasamos cerca de Ocaña. «¡Anda acelera –me dijo Antonio– que no quiero quedar atrapado por los malos recuerdos!», acordándose del tiempo que pasó en el penal».
Cuenta hoy Mariné: «Aquellas películas se hacían en condiciones terribles. Recuerdo el rodaje en 1953 de ‘El pescador de coplas’ que servía para el lanzamiento de un joven que trabajaba de lechero en Málaga y que cantaba cuando repartía las botellas, todo el mundo le estaba esperando para oírle: Antonio Molina. El productor dejó sin pagar el regreso del equipo a Madrid, entre quienes estaban Tony Leblanc y Marujita Díaz, y hubo que actuar en plena calle para recaudar el dinero necesario para poder volver». En 1955 le cupo el honor de rodar la primera película española en ‘scope’, ‘La gata’: «Aurora Bautista, la protagonista, era una actriz que se preocupaba mucho por su trabajo y tenía dudas sobre lo que aparecería en imagen con esa técnica todavía desconocida en España. Se hizo una proyección de lo rodado en el cine Albéniz de Madrid, sólo para el equipo, y ella se tranquilizó cuando se vio. «Ahí lo tienes, le dije». Y se quedó satisfecha». En los 40, Mariné había rodado la prueba para Cifesa de una atractiva joven manchega llamada María Antonia Abad, futura Sara Montiel.
Juan Mariné rodó como director de fotografía títulos de gran gancho popular. Entre ellos ‘La ciudad no es para mí'(1966) que lanzó como estrella total a Paco Martínez Soria: «Le conocía de Barcelona en los tiempos de la Guerra Civil. Estuvo en la CNT, pero le echaron por mal actor y poco anarquista». Cuando el lunes llegaba al rodaje de ‘La ciudad…’ la había representado en los escenarios durante el fin de semana, conservaba todos los latiguillos de las tablas, había que decirle que los olvidara… Apenas sabía los diálogos de memoria y se apoyaba en su gran capacidad de improvisación, lo que no siempre valía en el cine». Mariné trabajó en todos los géneros, incluso en la ciencia-ficción con ‘La grieta’. Y en las últimas décadas pudo desarrollar una idea que lo acompañó durante el resto de su vida: el trabajo en las técnicas de restauración de películas. De su bolsillo fue adquiriendo distintas máquinas y tecnologías para crear sistemas y tecnologías propias y originales para preservar las películas del paso del tiempo y restaurarlas.
“Rodó en 1955 la primera película española en cinemascope, y su existencia es una verdadera aventura”
Todavía en esta parte de su vida, viene acudiendo mañana tras mañana a la sede de la ECAM, Escuela de Cine de Madrid, en la Ciudad de la Imagen, donde tiene su despacho y equipamiento para esta actividad, desenvolviéndose como figurara escrito en su DNI una fecha de nacimiento muy posterior. Gracias a su inseparable compañera Concha Figueras, Juan Mariné ha estado presente en multitud de actos y de proyecciones de películas, recibido toda clase de homenajes en los últimos tiempos, incluso planteándose como meses atrás una visita a Argelès ochenta años después de su odisea, mientras recibe toda clase de medallas y homenajes. El último, a las pocas horas de cumplir los 100 años, en la sede de la Academia de Cine en la calle de Zurbano de Madrid, donde pese al obligado recorte de aforo y a las limitaciones de aproximación pudo celebrarse un acto convocado (y suspendido) para finales del pasado marzo. Mariné lleva el cine (y la fotografía) en sus venas, y es una milagrosa memoria viva con una capacidad de recordar sin apenas límites. Sólo se lamenta de la guerra, y de que «por culpa de la política tuvieran que morir tantos jóvenes con los que convivió y lo pasó tan mal».