Cultura & Audiovisual / Equipo Lux
En su origen una comedia de Beaumarchais estrenada en París en 1784 que en cierta medida seguía la estela de ‘El barbero de Sevilla’ dio pie para que Mozart, de la mano de su libretista y amigo Lorenzo da Ponte, en el primero de sus trabajos juntos, escribiera una de las partituras más redondas y perfectas del género, desde su famosísima obertura hasta su bellísimo desenlace. Estrenada en Viena en 1786 ‘Las bodas de Fígaro’ fue tan escandalosa como su precedente escénico: en principio una ópera bufa donde se mezclaban aristócratas y sirvientes en un complicado enredo amoroso donde aparecían toda clase de pasiones humanas, los celos, la infidelidad y el dinero. Una primera lectura podía hablar de una decadente aristocracia del antiguo régimen todavía con capacidad para imponer sus deseos y privilegios sobre vidas ajenas, antes de que las revoluciones liberales echaran por tierra su derecho a dominar. En su día escandalosa, la obra se convirtió en uno de los títulos básicos del repertorio operístico a lo largo de dos siglos.
“Se representarán 13 funciones hasta el 12 de mayo patrocinadas por Endesa”
En el Teatro Real se estrenó en 1903 y en los años transcurridos de las reinauguración del nuevo Real se ha representado nada menos que en cinco ocasiones con producciones muy diferentes. En esta ocasión llega en la de Claus Guth (Fráncfort, 1964) estrenada en el Festival de Salzburgo en 2006, que tras una primera vida en teatros europeos ha tenido un largo recorrido por el mundo. Guth, del que se puede recordar la puesta en escena de ‘Rodelinda’ en 2017 en el Real, aplica un tratamiento diferente a esta comedia que argumentalmente sucede en la Sevilla del XVIII. Una de las especialidades de Guth es su gusto por las escaleras y la construcción de espacios únicos, como un arquitecto del escenario, sacando buen partido del decorado realista con la introducción de proyecciones sobre el fondo claro y los juegos de la iluminación en un tratamiento casi cinematográfico.
Otras versiones de ‘Las bodas de Fígaro’ estaban inspiradas por la ‘comedia del arte’ a la sombra de un Goldoni, con mucho juego de puertas, entradas y salidas, acentuando el tono de disparate cómico. No hay nada de esto en la lectura que hace Guth, cercana en concepto y estética a las comedias puestas en escena o rodadas por Bergman antes que al espectáculo bufo latino. El director alemán desarrolla un gran juego escénico bajo un vestuario contemporáneo aunque intemporal, con una homologación de las pasiones de aristócratas y sirvientes, amores cruzados, deseo, frío sexo, contratos firmados, dinero, infidelidad…Pero lo que más peso tiene no es la crítica al dominio de una clase hegemónica que se cree con capacidad para dominar las vidas ajenas, sino el enredo de relaciones cruzadas entre personajes cuyas intenciones y deseos se confunden más allá de la pertenencia a una clase.
Al no verse obligado a presentar a los personajes en clave de disparate cómico se juega a una sutil y fría comedia de tratamiento nada ajeno a la ‘sit-com’ televisiva en la forma de contar la historia, a través de pequeñas acciones casi simultáneas, en las que se deja en algún momento traslucir una gran ambigüedad de géneros a través del personaje de ‘Cherubino’, obteniendo uno de los mejores logros de esta versión: nadie es bueno ni malo, mejor ni peor, todos son igual de libertinos y amorales, estén en un lugar u otro de la escala social. Guth introduce un personaje casi omnipresente y mudo, el ángel interpretado por el actor y bailarín Uli Kirsch, que literalmente enreda a los protagonistas de la complicada trama. Nada queda de Sevilla más allá de las referencias en el texto dentro de esta producción, y si mucho del teatro nórdico.
En la parte musical, Ivor Bolton sigue demostrando su maestría y empatía en las partituras barrocas y mozartianas, y aquí demuestra una gran complicidad con la orquesta, y una ‘química’ con un grupo de cantantes en un trazo casi coral donde estas voces ofrecen un variado abanico de su trabajo como actores. Una producción de estas características, con un constante movimiento corporal, acción permanente, subidas y bajadas por las escaleras, caídas y saltos por la ventana no se habría podido realizar años atrás cuando los cantantes, por magníficas que fueran sus voces carecían de aprendizaje físico y de habilidades en la expresión corporal. En este caso el conde Almaviva es más joven que en otras producciones, interpretado por André Schuer y Joan Martín-Royo en cada uno de los repartos, dentro de un acentuado conjunto coral en el que todos son protagonistas: María José Moreno/ Miren Urbieta Vega (Condesa), Julie Fuchs/Elena Sánchez Pérez (Susanna), Vito Priante/Thomas Oliemans (Fígaro), Rachel Wilson/Maite Beaumont(Cheburino), además de un selecto grupo del coro del Real.
“Producción estrenada en Salzburgo en 2006, ha tenido un largo recorrido por los principales escenarios del mundo”
En esta producción, cuyas representaciones patrocina Endesa, el espectador va a encontrar pequeños toques de sorpresa, como el del final de segundo acto donde con ironía se proyecta un vídeo sobre el decorado, con los nombres de los personajes y sus enredos, o la breve irrupción del ‘performer’ (Daniel Vento) colgado con la cabeza invertida, dentro de las ironías presentes en este montaje alejado de la comedia a la italiana. Donde sigue brillando una partitura perfecta de Mozart y destaca un juego escénico sin ninguna referencia costumbrista, atemporal aunque de una enorme sutileza.