Cultura & Audiovisual / Equipo Lux
Pablo Sorozábal fue el último gran compositor de zarzuelas y el creador de títulos clásicos como ‘La del manojo de rosas’, ‘Katiuska’, ‘Black, el payaso’ o ‘La tabernera del puerto’, en cuyos contenidos había ya muchos apuntes de modernidad, como la inclusión de ritmos contemporáneos como el ‘fox’, o la presencia de personajes femeninos alejados del conformismo, la resignación o la pasividad. En los años centrales del pasado siglo Sorozábal se encontraba en un contexto muy peculiar. No era un personaje especialmente simpático para la dictadura franquista, había sido depurado en la posguerra por su pasado republicano, y el género ya no vivía su mejor momento.
“Hasta el 6 de febrero ‘Entre Sevilla y Triana’ ofrece un gran espectáculo con añadidos como un cantaor flamenco en las escenas de la Cruz de Mayo o sevillanas con orquesta”
‘Entre Sevilla y Triana’ se estrenó en 1950 en un local tan exótico para la zarzuela como el desaparecido Circo Price de Madrid (donde se hicieron temporadas de revista) y luego se representó en alguna otra ciudad de forma más bien apagada hasta desaparecer totalmente del repertorio. Tanto es así que su partitura original se consideró perdida hasta que a principios del XXI fue encontrada por Manuel Coves y Curro Carreres en el archivo de la SGAE. En 2012 una coproducción del Arriaga (Bilbao), Maestranza (Sevilla), Teatros del Canal (Madrid) y Campoamor (Oviedo) de la mano de Carreres la volvía a poner en escena, producción que desaparecía de nuevo hasta ser recuperada por La Zarzuela, donde se representa hasta el 6 de febrero.
Argumentalmente, el texto de Fdez. de Sevilla y Luis Tejedor, convenientemente aligerado en esta producción, se adscribe a un género como el sainete andaluz con todos sus estereotipos, pero donde hay un mejor apunte lírico que en otros autores y un personaje femenino a contracorriente: una madre soltera que lo asume con toda dignidad y lucidez y que decide renunciar finalmente al padre de su hijo en un final atípico y poco convencional en el subgénero. Es probable que ésta fuera una de las causas del ‘fracaso’ de esta obra en su estreno en la España de los primeros 50 pero también que una zarzuela ‘andalucista’ quedara eclipsara por el aluvión del género de variedades que inundaba los teatros españoles de la época en la que se mezclaban tonadilleras, cómicos y rapsodas.
Esos elementos son tratados con una gran depuración y dignidad artística. Es un acierto la inclusión de un cantaor (Jesús Méndez) y un guitarrista (Abraham Lojo) en tres ocasiones, especialmente en la escena de la Cruz de Mayo, y la presencia de apuntes de ballet flamenco en varias ocasiones dando cuerpo a sevillanas con orquesta, favorecida por el tratamiento orquestal de García Calvo con unas sonoridades andaluzas a las que se adapta muy bien la Orquesta Sinfónica de la Comunidad de Madrid (a veces con un tono excesivo que enmascara la voz de la protagonista). Todo dentro de un concepto de gran producción con decorado de corrala sevillana que se rompe literalmente para dar paso a un barco en escena. Esa ambientación es un acierto bajo escenografía (Sánchez Cuerda) con una paleta de colores e iluminaciones muy diversificas (Eduardo Branot) que se alejan del tratamiento monocromático de otras producciones, y vestuario de Jesús Ruiz muy propio de finales de los 40.

“Tras su estreno en 1950 la obra desapareció de forma casi misteriosa no volviéndose a representar hasta 2012”
La sorpresa en todo caso corresponde a la partitura: un autor sinfónico vasco como Sorozábal fue capaz de llevar al terreno de la romanza lírica –su especialidad– un tono cercano a una identidad andaluza. Más allá de la base del sainete sevillano que aparece al fondo del argumento podía haber ya un conato de evolución cuando se estrenó en 1950 y que ahora la dirección teatral de Curro Carreres potencia: los personajes están bien definidos en escena, especialmente los variados tipos femeninos. De la misma manera que las transiciones de los textos hablados a los cantados se realizan con acierto, dentro de la variada gama de contenidos que ofrece esta producción donde sobre una base de sainete hay romanzas, zorongo, farruca, coreografías flamencas, sevillanas, comedia y algo de melodrama, con un completísimo conjunto de actores-cantantes-bailarines bajo coreografías de Antonio Perea.
Doble reparto, como es habitual en las grandes producciones tanto del Real como de La Zarzuela, y más en estos tiempos del Covid, con Ángel Ódena/Javier Franco, Carmen Solìs/Berna Perales, Andeka Gorrotxategui/Alejando del Cerro, Ángel Ruiz –que vuelve a ser la ‘estrella’ con personajes cómicos muy extrovertidos–, Anna Gomá, Jesús Méndez, Garutze Beitia, José Luis Martínez, Antonio MM, Rocío Galán, David Sigüenza, Lara Chaves, Resu Morales, Manuel de Andrés, el Coro del Teatro de la Zarzuela y los actores/actrices figurantes bailarines, la mayoría con bastante trayectoria profesional, en un concepto de producción de otros tiempos por sus dimensiones. La Zarzuela la recupera diez años después de su primer ‘revival’ y redescubrimiento con la misma producción salvándola de nuevo del olvido, y con toda seguridad en un mejor tratamiento escénico que cuando se estrenó, en una época en la que no había vídeo y apenas se conservan imágenes sobre su representación en el Price de 1950.