Crónica Mundana / Manuel Espín
Por exótico que parezca, a diario recibimos mensajes desquiciados sobre la pandemia y la situación sociopolítica en clave de surrealista negacionismo. Que un año atrás se cuestionara el origen y la evolución de los contagios y su impacto económico no parecía extraño por cuanto se sabía poco del virus; once meses más tarde, con servicios médicos sobresaturados, urgencias colapsadas, cifras diarias inasumibles por la gravedad, y toda Europa en estado de ‘shock’, todavía hay quien es capaz de salir a la calle, y no sólo en España, para pedir la ‘liberación’ de mascarillas y obligaciones, poniendo en cuestión el trabajo de sanitarios y servicios sociales atribuyendo la crisis a una farsa instada por el poder, una conjura de los laboratorios y una conspiración de poderes ocultos.
“Frente al griterío oportunista de pescadores de río revuelto en la política los discursos serenos y los referentes son cada vez más imprescindibles”
Sin alcanzar ese nivel de provocación está la suma de opiniones acientíficas expresadas con evidente intención manipuladora o para obtener réditos políticos y de imagen pública que se han podido escuchar no sólo en medios y redes, sino en parlamentos. El elemento que caracterizó a las sociedades industriales occidentales desde la mitad de los 50 fue el positivismo. Ninguna de ellas estaba preparada para escuchar noticias como las que hoy se difunden, ni para registrar datos tan negativos en lo sanitario y económico.
Doce meses más tarde este principio se resquebraja, cuando Alemania, Francia o Reino Unido deben recurrir a medidas más severas de control social; y EE UU, de la mano de Biden, ha de encarar la pandemia con un sentido opuesto al del ‘frívolo’ Trump, empezando por inyectar dólares en la cuenta de los ciudadanos vulnerables que cada vez son más. La prolongación mes tras mes de la crisis con picos tan altos se traduce en una desconfianza hacia la clase política y las instituciones, que carecen de la varita mágica para revertir la situación de contagios.
Ese malestar se evidencia en los estados de opinión de distintos países; factor que intenta ser utilizado por demagogos ultras. El Covid y sus estragos podía significar lo que las deudas de la Gran Guerra supusieron en la Alemania de Weimar y el nacimiento del fascismo: un discurso reaccionario de frustración canalizado hacia el supremacismo. El momento social no es el mismo de los años 20 del XX, pero salvando las distancias aparecen tendencias comunes, entre otras la peligrosa decepción social acarreada por la crisis sanitaria y la imposición de normas que representan limitaciones en la vida cotidiana.
Uno de los más prestigiosos virólogos germanos advierte sobre un riesgo: a medida que la población de más edad esté vacunada y las víctimas mortales sean menores se pedirá una mayor relajación social con el peligro de un rebrote como el que en España sucedió al fin del confinamiento de la primavera y la pérdida de percepción del riesgo. Ese hartazgo social puede traducirse en una compra de los discursos aparentemente ‘libertarios’ de los ultras.
Una situación que debería obligar a los actuales gobiernos, de las más variadas gamas, a ser más escrupulosos que nunca en el ejercicio de su actuación. A sabiendas de que se les juzgará por signos y hechos concretos desde el escaparate público, y menos por sus trabajos continuados.
Esta situación se percibe ante la confusa situación de las vacunaciones fuera de turno, o el debate abierto sobre quién debe ser inyectado y a quién le debe corresponder después; en una confusa amalgama en la que se confunden ejercicio democrático, igualdad, jerarquía, privilegio social, clasismo y partitocracia.
En esta situación han fallado muchas cosas, empezando por la necesidad de determinar sin generar confusión unos criterios bien marcados y clarificadores sobre la administración de la vacuna y exigir su cumplimiento sin ‘reinos de taifas’ ni reductos feudales.
El debate podía haberse abierto socialmente, pero el primer y más básico criterio debe ser el científico: primero vacunar a los más vulnerables y los más expuestos por su trabajo en la actuación sanitaria directa. Otros conceptos como el de vacunar a la cabeza para que la jerarquía se mantenga se pueden analizar pero son incompletos: ¿por qué no hacerlo entonces con los investigadores, quienes más allá del trabajo en el campo sanitario-social directo desarrollan una labor imprescindible? ¿Y por qué no con los colectivos y grupos indispensables para que puedan funcionar los servicios públicos y básicos, dentro de una gama amplísima?
“Advertencia desde Alemania: riesgo de relajar los controles sociales una vez vacunados los sanitarios y los más mayores”
La polémica social da para mucho y las opiniones no son precisamente concordantes. Pretextos como el del obispo de Palma ‘argumentando’ que el Papa ha defendido la vacunación no se sostienen por sí mismos. El goteo de cargos públicos o sociales, incluso administrativos y sin contacto con pacientes o intervenciones directas, saltándose el turno o buscando inverosímiles pretextos para vacunarse antes de su turno es un espectáculo lamentable, y se produce no sólo en España.
Aunque su resonancia es mayor por la extrema sensibilización social ante una crisis donde la luz todavía no es del todo clara, y ‘los árboles no siempre permiten ver el bosque’, tensionando la estructura social hasta límites insospechados, cuestionando los liderazgos con una mayor fiscalización. Quienes desempeñan una actuación en los más variados espacios están obligados a ser más rigurosos y transparentes que nunca. Porque se les juzga no sólo a ellos y sus individualidades, y muy por encima de las siglas a las que se vinculan aparece la totalidad del sistema puesto en juego.
Escenificar un teatro de privilegios y un banquete de ‘ilustres’ privilegiados en un escenario de pandemia introduce un elemento muy negativo para la imagen de la totalidad del marco social y político, y la de quienes lo representan. Lo que se cuestionan no son siglas y rostros, sino el sistema, ante los ojos de quienes se mueven para hacerlo descarrilar en favor de discursos de odio y supremacísmo. Por eso mismo hay que prestar atención a un dato preocupante: el aumento de la desconfianza en la política y la clase política que nos representa, especialmente entre jóvenes. No vamos a ocultar que gestos todo lo simbólicos que se quiera como la vacunación antes de que les corresponda, son claramente desmotivadores y dejan en entredicho a teóricos representantes públicos.