Ángel Viñas / Historiador
En los últimos años han sido frecuentes las noticias aparecidas en la prensa y medios de comunicación social en España e incluso fuera de ella de que el joven partido Vox no toreaba en solitario en el turbulento ruedo de la política y de la sociedad españolas. Han abundado las referencias al apoyo que le ha ofrecido la ultraderecha norteamericana, sobre todo en los años Trump. Luego aparecieron noticias sobre la capa que que a Vox quería echarle el inefable Rassemblement National francés (denominación modernizada del agotado Front National –FN–) o, por lo menos, la nieta de su fundador, Marion Maréchal. También sobrina y algo rival (cosas de familia) de Marine Le Pen hoy, dirigente máxima del rebautizado partido.
Según la prensa francesa, la jovencísima política, nieta querida del anciano ultra, se retiró de la agitación activa y parlamentaria a raíz de las elecciones presidenciales de 2017 y se dedicó a velar armas, como corresponde a una heroína medieval: asumió la dirección del ISSEP (siglas en francés del Instituto de Ciencias Sociales, Económicas y Políticas). Todo en espera, probablemente, de que se despeje el ruedo político en el país vecino. Sin embargo, espera no equivale a quietud. La prensa se ha hecho eco de nuevo de sus esfuerzos por establecer relaciones con sectores de la ultraderecha española.
Experiencia, desde luego, no le falta. El FN ha sido un protagonista de altos y bajos vuelos en Francia y poco a poco ha ido ganando terreno. Bajo sus nuevas siglas quizá, aunque no es seguro como muestra un ejemplo reciente en el centroizquierda, las experiencias francesas puedan ser más fácilmente asimilables por los españoles que las norteamericanas, algo más exóticas. Aunque tal vez para los toreros hispánicos lo mejor sea jugar con dos capas.
El panorama francés, sin embargo, se acelera. Después de una larga saga de sí quiero/no quiero un rival de Marine Le Pen, Éric Zemmour se decidió el 30 de noviembre a echar su nombre en la corrida para torear y apuntillar al morlaco presidencial en las elecciones de abril próximo. ¿Tendremos a un Monsieur le Président de la République alternativo ?
Me tentó la curiosidad de ver en la televisión la declaración –largo tiempo esperada– que haría antes de anunciar su disposición a bajar al ruedo. Dado que evidentemente también toreará Madame Marine Le Pen, la ultraderecha del país vecino va a tener dos cuadrillas que se pelearán entre sí por llevarse todas las orejas que puedan recoger. Y si no apuntillan al morlaco, para quedar mejor situados de cara a la inescapable vuelta al ruedo, cinco años más tarde, para entonces asegurarse una nueva posibilidad de victoria en la siguiente corrida.
Los más afectados ahora quizá sean algunos sectores de los republicanos, el partido derechista clásico en Francia en sus múltiples y variadas denominaciones, a punto de decidir por votación de sus miembros inscritos quién se pondrá al frente de su propia cuadrilla. Es todavía pronto para saber si, con el desarrollo posible del “zemmourismo” y los resultados de las elecciones de la tercera en discordia (las cuadrillas de la izquierda están, ¡ay!, bastante desunidas), el nuevo candidato pueda proyectarse, o no, como el futuro nucleador de la ultraderecha para la siguiente corrida. Tampoco se sabe si para entonces Madame Marion Maréchal habrá sustituído a su tía y, con la eficaz ayuda de los expertos del ISSEP, disputarse la mise à mort del futuro morlaco con Zemmour tras convertirse en la futura cabeza del Rassemblement National.
Lo que pase en Francia interesa a los franceses, a los españoles, a la Unión Europea y puede tener una proyección incluso más amplia. A servidor no se le da bien hacer pronósticos a tan largo plazo. Se atiene al principio que sentó un expresidente del Gobierno japonés, Yasuhiro Nakasone: en política adelantar una pulgada es ya entrar en terreno desconocido. Me interesa más comparar su agresivo programa sobre Francia, su pasado, su presente y su futuro, con lo que dice Vox sobre los mismos tiempos de España.
Zemmour se limitó a decir banalidades, por no utilizar el término más apropiado de estupideces. Miró hacia atrás, muy atrás, en la historia. Es decir, a la grandeur sempiterna de Francia ya en la época medieval, a las bondades del Ancien Régime, incluso a la época napoleónica cuando las armas francesas doblegaban casi la totalidad de Europa (excepto –un descuido que obvió– España, Rusia e Inglaterra), a los sacrificios impuestos por el Imperio, a las conquistas francesas en todos los terrenos de la cultura, de las artes, de las letras, de la moda, de la ciencia, incluso de la canción. Todo muy interesante, aunque quizá más para los historiadores que para anticipar la Francia del futuro.
Lógicamente (la lógica, dicen, es patrimonio del país de Pascal) para ello, hay que reformar (creativamente) la Francia del presente: aquí el inventario de males que ha diseñado es como para echarse a temblar. La Gloire está, insinúa, por los suelos. La sociedad, invadida por extranjeros de nombres y colores nada franceses. Hoy Francia es una nación mestiza, inhabitable para sus buenos hijos, irreconocible para todos. No es la de los abuelitos. Tampoco la de los papis. Sin embargo, como en Francia ya no se puede hacer nada en política sin enaltecer a De Gaulle, Zemmour se ha autoproyectado, ¡faltaría más!, como el nuevo salvador de una idea, su idea, de Francia. Como hizo De Gaulle.
Toda esta aspiración se adereza con ataques feroces contra los culpables del mestizaje, de la negritud, de la musulmanización del país. Es decir, todos los partidos y los hombres políticos que han laborado incesantemente por llevar ¡a la FRANCE! al estado de decadencia y de decrepitud en que ha caído. Se requiere un Salvador (no utiliza el término Caudillo que tiene malas resonancias en el país vecino. Mucho menos el de Führer).
A mí esto me suena un poco a Vox, con su énfasis en las glorias pasadas, en un pasado inmortal, en una raza no bastardeada. Pensar que ya bien entrado el siglo XXI un partido político quiera remontarse hasta las hazañas de Viriato, festejar las batallas casi siempre victoriosas de la Reconquista, exaltar el Imperio por la gracia de Dios, toparse en todos los rincones con la malvada influencia de los enemigos históricos de la grandeza española, celebrar a los promotores y vencedores de la guerra civil, denostar a quienes no piensan como ellos, subir a los altares de la PATRIA al hombre predestinado por Dios y elegido por la Iglesia Católica española (Zemmour incluso se atrevió en su alocución del 30 de noviembre a echar un capote al mariscal Pétain) son cosas que suenan a esquemas de “guerrillita cultural”, importadas e impostadas.
Con independencia de que Zemmour pase o no a la segunda vuelta, sus alaridos son, mutatis mutandis, muy similares a los que que emite Vox al dirigirse a los dormidos, a los comodones, a los patriotas, incluso a los que no tienen el equivalente del pan y la lumbre falangistas de los años cuarenta y cincuenta, cuando España estaba sometida al cerco internacional. Quizá han llegado para quedarse, al menos unos cuantos años. Son esos años en los que Marine Le Pen (desahuciada o no), o Marion Maréchal o los neotrumpistas norteamericanos al acecho, seguirán pensando en con quién conviene más seguir acostándose en España para ver si, en base a sus propias experiencias, pueden contribuir a que dé una vuelta la tortilla peninsular y comenzar el descabello de socialistas, comunistas, liberales, masones, feministas y demás representantes de lo que en una época pasada se denominaba “la Anti-España”.
Moraleja: cuando las barbas de tu vecino veas pelar…
Nota
El discurso entero de Zemmour, de algo más de diez minutos, podía verse en https://www.youtube.com/watch?v=k8IGBDK1BH8. No sé si habrá desaparecido, porque la “pericia” de su equipo de comunicación fue tan sobrecogedora que se les olvidó pedir autorización para utilizar imágenes tomadas de diversos medios. Ya se anuncian batallas legales. A la mayor gloria de la justicia francesa.