Cultura & Audiovisual / Equipo Lux
En 2006 Vicente Molina Foix publicó la novela ‘El abrecartas’ (Anagrama), con diversas reediciones hasta 2021, un texto epistolar sobre personajes imprescindibles del s. XX español entrecruzados con las misivas de personajes que no han pasado a la historia. Luis de Pablo (1930-2021) propuso al escritor con el que había venido trabajando tiempo atrás, convertirlo en el libreto de una ópera, aunque acortando el tiempo en el que transcurre, de 1907 hasta 1956. Sin buscar el apunte biográfico se construye a lo largo de un prólogo y seis escenas –Fuentevaqueros (1907), Velintonia y Granada (1932), Guerra y Muerte (1936-37), Los derrotados (1942 y 1948), Ortega y D’Ors (1955) y Salvador (1956)–, un retablo sobre personajes entrecruzados al lado de anónimas presencias, girando alrededor de aquellos a quienes no se les permitió la libertad de poder amar a quien les pareciera.
“Hasta el 26 de febrero el estreno de ‘El abrecartas’ en el Teatro Real incorpora una pieza original, audaz y original con una imaginativa puesta en escena de Xavier Albertí y dirección musical de Fabián Panisello”
Del neologismo ‘epéntico’ inventado por Lorca para referirse al concepto casi impronunciable de ‘homosexualidad’, a las cartas que Aleixandre intercambia, o los versos de Calderón recogidos por La Barraca, a la letanía de Miguel Hernández en lo que se puede describir como una secuencia prolongada de sueños mezclados con las más borrascosas pesadillas. Desde los rimbombantes ripios que D’Ors dedica al dictador con las armas de la retórica más aduladora, a la fría prosa policial del expediente a los asistentes al entierro de Ortega y Gasset. Con una figura proyectada junto a sus guardias de pro: el turbio Comisario, en uno de los detalles más perversos de la obra es interpretado por un contratenor (Gabriel Díaz) en un trasunto del autócrata de voz aflautada.
En la que constituye la ópera póstuma de Luis de Pablo, aunque como recuerdan su viuda y Molina Foix siguió trabajando hasta sus últimos días pero en otro tipo de composiciones, hay una continuidad muy propia de lo que se llamó ‘contemporáneo’, con la búsqueda de las sonoridades singulares, sin melodía, y en este caso la incorporación de curiosos instrumentos, una hábil reconducción de los agudos para que las letras puedan ser entendidas a la perfección; con un elemento peculiar como las ironías, y las referencias a ciertos himnos y especialmente las zarzuelas, también una estrofa del cuplé ‘Nena’ con un abanico de citas que son un reto para el espectador. Más el peculiar uso de los recitativos que aparecen en la obra.

Este panel de contenidos es resuelto por Xavier Albertí, que no sólo es director de teatro, sino a su vez un hombre del mundo musical, con un fondo minimalista en el que juegan archivadores que pueden ser muralla, pared, paredón de las palabras, espacio para la memoria, y morgue. La escenografía de Max Glaenzel es ‘limpia’ y evita ‘asfixiar’ a los personajes: no sólo los archivadores, que son desplazados, sino las fotografías que juegan un gran papel, o el tríptico que se compone sobre la ‘Venus de Urbino’ de Tiziano, sin olvidar el sello con la imagen del señor de El Pardo en el centro de la estancia. Muy interesante la iluminación de Juan Gómez Cornejo con el contraluz lateral que juega un gran papel, y el vestuario de Silvia Delagneau donde hay seco realismo e idealización, con recreación de estéticas lorquianas. El movimiento escénico de Roberto G. Alonso juega un papel especialmente en las escenas de Aleixandre.
“Los personajes de Lorca, Vicente Aleixandre, Miguel Hernández o Eugenio D’Ors, junto a imaginarios que representan distintas pulsiones afectivas y eróticas”
Necesario destacar el importante soporte que representan las voces que además tienen que desenvolverse como actores caracterizados: el tinerfeño Airam Hernández muy identificado con su Lorca (según Albertí ha aportado mucho al montaje), mientras el barítono lírico Borja Quizá, ya un habitual tanto en el Real como en La Zarzuela es uno de los nombres de la lírica española con mayor capacidad y soltura como actor, aquí embutido en una caracterización de Vicente Aleixandre. José Antonio López es Miguel Hernández, y David Sánchez, Eugenio D’ Ors, que se entrecruzan con ‘Rafael’ (José Manuel Montero), ‘Alfonso’ (Mikeldi Atxalandabaso), ‘Andrés Acero’ (Jorge Rodríguez-Norton, otra de las voces con mejores características de actor del actual panorama lírico-escénico), ‘Salvador/Stefilla’ (Ana Ibarra), ‘Ramiro’ (Vicenç Esteve), en un reparto casi coral donde no hay un único protagonista, con la presencia del Coro Titular y de un coro infantil.
‘El abrecartas’, que está en cartel hasta el 26 de febrero, se grabará para RNE y rodará en HD Digital para el portal My Opera Prayer. Es un reto singular para el espectador, y no sólo desde el punto de vista argumental, sino orquestal: la dirección del hispanoargentino Fabián Panisello interpreta la amplia gama de tonalidades de esta ópera diversa y pueden apreciarse citas y procedencias muy variadas en las instrumentaciones. Destacable desde el punto de vista teatral en un terreno en el que Albertí se mueve siempre con soltura, desde ‘Yo, Dalí’ a sus versiones de zarzuela. Con el poso amargo que queda tras escuchar esos retazos sobre personajes reales o de ficción que mezclan deseos y pulsiones de amor y sexo disfrazado, y la enorme dificultad para poderlos ejercitar, así como el contraste latente entre la lírica de los idealistas, y los ripios de ‘trepas’ y oportunistas que se venden al vencedor.