Crónica Mundana / Manuel Espín
Los partidos europeos liberalconservadores han significado un pilar en la política de la UE desde su fundación, lo mismo que los socialdemócratas. Pero los sistemas bipartidistas de antaño pasaron a mejor vida con un tentador abanico de opciones a los electores, expresión de la complejidad y diversificación de sus sociedades, ahora más plurales que nunca.
“Dudas entre el centrista Laschet (CDU) y el derechista Markus Söder (CSU) de cara al relevo en el partido federado”
En ese marco las fuerzas que encarnaron lo que se llamó ‘conservadurismo’ se han encontrado a su derecha más extrema con muy radicales expresiones en una amalgama en la que se mezcla la negativa a casi todo, el trumpismo, la retórica imperial, el posfascismo, el neoliberalismo más rotundo, la acracia ultra, el rechazo a la inmigración, el antifeminismo o la negación LGTBI. Los ‘nuevos’ movimientos han calado en sectores provenientes de clase trabajadora que antes votaban a partidos de izquierda, seducidos por un hábil discurso contra todo, sin lenguaje políticamente correcto, ni débitos a una imagen cortés, aun a riesgo de que los conceptos puedan parecer bizarros.
Ante esta situación la derecha liberal, pieza fundamental en la historia europea, capaz en épocas recientes de dialogar sin complejos con partidos de origen e identidad socialista o marxista, una derecha que fue capaz de asumir un marco avanzado de derechos y de libertades representativas de una modernidad, así como la concepción del Estado del Bienestar, se han encontrado con un problema de identidad, sin saber cómo actuar ante esa fuerte competencia surgida a su derecha, y sin posibilidad de respuestas a muchos retos de las actuales sociedades.
Ese desafío lo resolvió Merkel con acierto. Jugó duro en sus primeros años en la Cancillería imponiendo a la UE un extremo rigor presupuestario no siempre bien comprendido por países que se vieron obligados a hacer sustanciales recortes en sus sistemas de protección social. Pero en último extremo Merkel se mostró sensible en un tema de resolución tan dificultosa como la crisis de los refugiados, sin dejarse llevar por las presiones de halcones, incluso de su partido.
Centrismo sin complejos
Esa ubicación en un centrismo sin complejos le dio un buen juego, no tanto como a su socio de coalición socialdemócrata, que también debió afrontar su propia crisis de identidad no resuelta. En los últimos meses en la cancillería, Merkel ha tenido que afrontar una situación como la del Covid-19 con medidas que no gustan a todo el mundo y que han erosionado su gobierno, de la misma manera que ha ocurrido en todos los europeos ante una situación inédita para lo que no había recetas previas.
CDU es un partido democristiano asociado a su hermano CSU de Baviera, y cada organización mantiene tendencias diferenciadas. Frente a las elecciones federales de septiembre hay dos sucesores ‘in pectore’ de la canciller que responden a tendencias distintas: Armin Laschet, que representa al centrismo y no se apartaría teóricamente de las líneas de su predecesora, y Markus Söder, de CSU, afirmado dentro de la derecha tradicional. El problema para estos dos candidatos es que CDU podría perder las elecciones del otoño a la vista de las primeras tendencias. El domingo anterior lograba su peor resultado histórico en dos estados alemanes. En Baden Würtemberg se quedaba en un 23% frente al 30 de los Verdes. Mientras en Renania Palatinado marcaba 25% contra el 33% de los socialdemócratas.
El bipartidismo incompleto se ha quebrado con la irrupción de Los Verdes que ahora son contemplados como verdadero partido de gobierno y no como una fuerza testimonial. Aunque ocuparon carteras en Ejecutivos federales del SPD nunca alcanzaron la Cancillería, lo que ahora podría ocurrir si adelantan al SPD y forman coalición con éste. Frente a la ultraderecha de AfD que irrumpió con enorme bíceps en el Parlamento federal, Merkel optó por el ‘cordón sanitario’ ignorando literalmente a un partido xenófobo, alguno de cuyos representantes ha coqueteado con la nostalgia del nazismo, lo que parece inadmisible en una sociedad democrática. Con el paso del tiempo AfD se ha ido desgastando sin tener oportunidad de rozar el más mínimo poder y sus expectativas merman.
Complementan el sistema de partidos los liberales, típico superviviente de centroderecha, con vocación de bisagra que aparece y desaparece con la misma velocidad, y La Izquierda, un pariente alemán de Unidas Podemos, presente en algunos Estados y en varias grandes ciudades, pero a quien el auge creciente de Los Verdes la ha dejado en un espacio acotado y con dificultades para crecer.
“Los malos resultados en los últimos comicios territoriales castigan a la derecha alemana con la vista puesta en las elecciones federales del 26 de septiembre”
Merkel y su partido se han debido enfrentar no sólo a la gestión de la crisis, que desgasta a cualquier gobierno por la imposición de severas limitaciones a las formas de vida, sino a los casos de corrupción que han salpicado a parlamentarios de su partido, acusados de maniobrar a favor de fabricantes de mascarillas ‘amigos’ o de los intereses de Azerbayán.
En la política alemana, como en la de otros estados de la UE, la corrupción tiene un precio elevado político, y no se subsume en el alineamiento y la fidelización en bloques o frentes; teniendo en cuenta que con un sistema diversificado de fuerzas las posibilidades de elegir son más amplias. Junto a ello una cultura de pacto y de coalición de gobierno que preside la política germana desde la posguerra, tanto a nivel de los ‘länder’ como del Parlamento federal.
A diferencia de España, donde viene siendo una novedad desde hace pocos meses, y cuyos roces chirrían, tal y como se ha podido ver en las crisis de Murcia y de Madrid entre PP y Ciudadanos.