Cultura & Audiovisual / Equipo Lux ■
No hay carrera más corta que la del siciliano Vicenzo Bellini (1801-1835), tan precoz como Mozart, muerto de una infección intestinal a los tempranos 33 años en los que tuvo tiempo de hacer diez óperas, de las que unas cuantas como ‘Norma’, ‘I Puritani’ o ‘La sonámbula’ han llegado a ser elementos referenciales del ‘belcantismo romántico’. Estrenada en Milán en 1831, en la mitad del XIX fue representada en Madrid y escuchada en múltiples ocasiones a lo largo de las siguientes décadas. El libreto de poeta-dramaturgo Felice Romani (1780-1865), libretista de otras obras de Bellini, estaba inspirado en un ballet pantomina, y adscrito plenamente a las corrientes románticas, donde los sueños, las idealizaciones y las fantasías cobraban cuerpo. El argumento de ‘La sonámbula’ presenta a una joven virginal, ingenua (Amina) dispuesta a casarse con un rico propietario, pero que por las noches vaga sonámbula y se sospecha que puede haber sido utilizada por un conde, en una época en la que la ‘virtud’ femenina exigía que la sexualidad y el disfrute sexual correspondieran exclusivamente al género masculino.
“Hasta el 6 de enero el Teatro Real recupera este clásico del belcantismo en 13 funciones patrocinadas por Endesa”
El Real encomienda la dirección escénica de esta coproducción con el Teatro Nacional de Tokio, Liceu de Barcelona y Massimo de Palermo a una mujer, Bárbara Lluch, no sólo debutante en este coliseo, sino una de las directoras más activas en el arte lírico dentro de un sector como el de la dirección, y no sólo dramática, sino musical donde la presencia femenina ha sido escasa. Lluch huye del mito romántico de la muchacha angelical, resignada, sumisa y pasiva envuelta en tules, y le da la vuelta al personaje, presentándola como una especie de mujer herida tras la agresión sexual (o la violación) en sueños, pero a la vez atacada por la superstición, el ultraconservadurismo del pueblo campesino y las sospechas del hombre con el que se va a casar.
Este cambio de rol se aprecia en la última de las escenas con una valerosa ‘Amina’ subida a lo alto de un alero sin una barandilla que la proteja a diez metros del suelo, en un increíble vértigo que Nadine Sierra (en el primero de los repartos, junto a Jessica Pratt en el segundo) resuelven con brillantez. ‘La sonámbula’ se hizo famosa a lo largo del tiempo por los sobreagudos y trinos que exige a las sopranos protagonistas con altas tesituras que representan a la vez una dificultad y riesgo. Sierra, norteamericana de Florida, está vibrante en el personaje, demostrando su enorme soltura y dominio escénico a lo largo de una representación que gira en torno a ella, y a los dos personajes masculinos.
Si joven era Bellini cuando la escribió también lo es el tenor donostiarra Xabier Andueza (1995), una de las estrellas del arte lírico llamado a ser uno de los grandes porque tiene mucha carrera por delante, aquí con una potencia de voz pletórica y a veces algo sobreactuada (Francisco Demuro es el otro ‘Elvino’ en el reparto B). Mientras los barítonos Roberto Tagliavini y Fernando Radó encarnan en los sucesivos ‘cast’ al ‘Conde Rodolfo’, Rocío Pérez y Serena Sáenz son ‘Lisa’, y Mónica Bacelli y Genma Coma-Alabert las diferentes ‘Teresa’. Con Gerardo López como el notario.
“Barbara Lluch en su debut en este teatro como directora de escena presenta a una ‘Amina’ distante de la mujer resignada”
Más allá de la gran presencia del coro del Teatro Real dirigido por Andrés Máspero, a lo largo de la función hay un elemento que destacar en esta producción: el cometido de los nueve bailarines bajo coreografías de Iratxe Ansa, que desde que se alza el telón con el foso en silencio previamente a la obertura, se convierten en una especie de demonios invisibles que asedian a la protagonista, y cuya función es muy destacable a lo largo de la obra. Lluch ha respetado la época, principios del XIX en un mundo campesino que podría ser Suiza (en el original), Centroeuropa, Inglaterra o Estados Unidos, con una masa puritana que se convierte en represiva y juzga a ‘Amina’ por algo hoy tan periclitado como la ‘honra’, en un juego de roles en el que ella es una víctima que finalmente toma conciencia de su fuerza y decisión. El vestuario (Clara Peluffo) es discreto, lo mismo que la escenografía (Christof Hetzer), que en el primer acto recurre a un gran árbol colocado en el centro de la escena que recuerda peligrosamente al espectacular árbol de Navidad del vestíbulo del Real, en unas iniciales escenas de escaso movimiento; pero que poco a poco van ganando nivel y de interés, con nuevos elementos de decorado –la bañera, el horno….– que potencian la tensión escénica hasta el clímax final bajo una iluminación ‘fría’ de Urs Chönebaum con un fondo que va cambiando de color sobre una tela manchada.
En este reencuentro con una ‘nueva’ ‘Sonámbula’ el espectador va a citarse con una reinterpretación distante del mito romántico de la ‘débil’ doncella, en la que coros y bailarines se llevan la palma, junto a nombres como Andueza y especialmente Nadine Sierra, cuya personalidad no se olvidará por su seguridad vocal y escénica. Con la correcta responsabilidad musical de Mauricio Benini, que ya dirigiera en el Real ‘Tosca’, ‘L’élisir…’, ‘Trovattore’, o ‘Il pirata’ en 2019. Endesa patrocina las trece funciones hasta el 6 de enero. RNE-Radio Clásica la grabará para su difusión en las emisoras de la UER.