Tribuna filosófica / Bárbara Berrocal Fonseca. Licenciada en Filosofía y en Filología Hebrea por la Universidad Complutense de Madrid UCM). ■
No nos dejemos impresionar por el aspecto intimidante de la palabra «hermenéutica». Posee también una sonoridad seductora y una etimología incierta, sí, pero tan bella que es imposible resistirse a traerla a colación como quien narra una leyenda: la raíz del término «hermenéutica» parece estar relacionada con el nombre del dios Hermes, mensajero de los dioses en el panteón griego; su significado siempre guardó cierta referencia a la relación entre dioses y hombres, a la interpretación de mensajes divinos.
Muy cercana a la exégesis, aunque no sinónima, la hermenéutica encuentra su germen en la necesidad de interpretar los textos más relevantes de una tradición, no sólo para arrojar luz sobre su significado allí donde hay oscuridad, sino también, y principalmente, para actualizar su sentido y aplicarlo donde sea necesario. La práctica legal es el ejemplo paradigmático de una dialéctica hermenéutica en la que la interpretación de textos se lleva a cabo para su posterior aplicación. También el interés filológico por los textos, que despunta en el Renacimiento y se consolida en el siglo XIX, tiene su parte en esta dialéctica hermenéutica. Sin embargo, es en la necesidad acuciante de entender, actualizar y aplicar la verdad contenida en los textos sagrados donde encontramos la raíz de este ars interpretandi. Esta técnica fue volviéndose sobre sí misma y sus fundamentos teóricos a lo largo de la historia, hasta que en el siglo XX toma la forma de reflexión sobre el fenómeno de la interpretación y se consolida como hermenéutica filosófica, ubicada entre la epistemología y la ontología, en un retorno a la tradicional demanda de universalidad de la filosofía.
Podríamos discutir largo y tendido sobre la necesidad de volver a la hermenéutica filosófica en este siglo XXI en el que nos hayamos arrojados, para tender puentes entre las áreas hiperespecializadas de nuestra sociedad actual. Sin embargo, mi intención de hoy es volver la vista atrás, hacia la historia de la hermenéutica filosófica, para procurar entender su genealogía antes de emprender la tarea de reavivar sus rescoldos. Y qué mejor fuente para asomarnos a esta historia que la obra cumbre de la hermenéutica filosófica: Verdad y Método de Hans Georg Gadamer, publicada en 1960. Gadamer traza una línea en la que va engarzando todos los desarrollos en torno al fenómeno de la comprensión e interpretación, hasta llegar a su antecedente inmediatamente anterior, que no es otro que Martin Heidegger. Sin negar el peso específico de Heidegger para la hermenéutica filosófica en particular y para la filosofía del siglo XX en general, no será hoy el centro de nuestra atención. Hoy nos fijaremos en otro Martin, que nació también en Alemania pero algunos siglos antes, y que supuso el punto de arranque de la revolución hermenéutica. Nos referimos, evidentemente, a Martin Lutero.
En Lutero y su entorno encontramos algunos elementos que ya son claramente modernos (seguramente muy a su pesar), como el giro hacia la palabra escrita y la lectura, impulsado enormemente por la proliferación de las imprentas. También se ha señalado que la centralidad de la conciencia del creyente jugará un papel importante en el moderno desarrollo del concepto de subjetividad. En mi opinión, uno de los elementos más genuinamente modernos de la obra del agustino es su concepción histórica del lenguaje y de la traducción, desarrollada en la defensa de su traducción de la Biblia al alemán y recogida en la Misiva sobre el arte de traducir, escrita en 1530.
Gadamer encuentra la clave de la modernidad de Lutero en la doctrina de Sacra Scriptura sui ipsius interpres, es decir, que las Sagradas Escrituras son su propio intérprete. Tal y como expone en el artículo «Hermenéutica clásica y hermenéutica filosófica» de 1977 (recogido en el volumen Verdad y Método II, una colección de escritos posteriores a la publicación de Verdad y Método que ahondan en sus temas y facilitan su comprensión), la paradoja que contiene la doctrina del sui ipsius interpres inaugura la reflexión sobre el fenómeno de la precomprensión, que será central para la hermenéutica filosófica del siglo XX.
Después de Lutero, hay otras figuras clave que reflexionaron sobre los textos y su interpretación a lo largo de los cuatro siglos que separan a Gadamer del maestro de Wittemberg. Sin embargo, quizás por la influencia de la fuerte corriente secularizadora que atravesó el siglo XX, quizás por el ambiente acre que había inundado una Europa arrasada por las guerras mundiales, Gadamer decide apartar deliberadamente el elemento religioso de la historia de la hermenéutica. A pesar del atrevimiento que supone contradecir a Gadamer, insisto en reivindicar el importante papel que ha tenido el elemento religioso, particularmente el protestante, en la configuración de la hermenéutica filosófica. La Reforma no sólo planta semillas cuyos frutos recogerá la filosofía, sino que además esas semillas han hundido sus raíces en un sustrato de carácter marcadamente religioso sin el que no habrían podido desarrollarse.
Tradicionalmente la historiografía se ha empeñado en presentarnos la historia como un conjunto de departamentos estancos, separando herméticamente una época de otra. Una vez ha brotado la Modernidad, seguida de la Ilustración, no parece que vayamos a encontrar rastro de aquel sustrato religioso propio de la Edad Media en corrientes fundamentales de la filosofía del siglo XX. Pero si nos acercamos a los textos, a los personajes y a las ideas nos damos cuenta de que el paso de una época a otra no se da como un progreso en línea recta siempre hacia delante, sino que se trata más bien de un crecimiento arbóreo, con raíces que se hunden en la época que le precede y ramas que tienden sus frutos hacia un futuro inmediato. Y así ocurre con ese sustrato religioso de corte protestante que recorre toda la historia de la hermenéutica filosófica a través de la savia que alimenta raíces, tronco y ramas, si bien es cierto que su presencia se va diluyendo con el paso de los siglos.
En los siglos XVI y XVII proliferaban los manuales de interpretación bíblica para los pastores protestantes, en un movimiento de retroalimentación en el que la oferta de nuevos contenidos y la demanda de directrices crecía exponencialmente. En este caldo de cultivo va desarrollándose una conciencia reflexiva sobre el fenómeno de la interpretación que culminará en el siglo XVIII con la figura y obra de Friedrich D. E. Schleiermacher. Schleiermacher fue un filólogo y pensador que desarrolló la primera teoría hermenéutica filosófica en sus Discursos sobre hermenéutica. Gadamer insiste en que su motivación era principalmente filosófica, pero no podemos olvidar que también fue un importante teólogo protestante. Si nos asomamos a su biografía podremos percibir un impulso muy personal de raíz religiosa que lo empujó a buscar un camino intermedio entre la filosofía y el protestantismo, una filosofía de la religión autónoma.
Podría argumentarse, quizás, que aun en plena Ilustración el ambiente pietista en el que se crió y formó Schleiermacher le hizo «desviarse» de una motivación puramente filosófica. Pero no olvidemos que hay algo en ese primer contacto que tenemos con el mundo, mediado por la tradición, por el ámbito más familiar y popular, que acaba impregnándonos de un modo casi permanente. Quizás algo así le ocurrió a Wilhem Dilthey, cabeza visible de la escuela historicista en el salto del siglo XIX al XX. Dilthey es otra de las figuras fundamentales en la historia de la hermenéutica filosófica que traza Gadamer. Formado en el idealismo trascendental de corte neokantiano, con el que estableció una fructífera relación crítica, no debería ser sospechoso de motivaciones religiosas. Sin embargo, es más que probable que el hecho de que su padre fuera pastor le hiciera crecer en un entorno en el que el trato con los textos estaba empapado de luteranismo. Desde esta perspectiva se podría explicar que en los Esbozos para una crítica de la razón histórica, un texto lacónico y parco en ejemplos, dedique varias líneas a la figura de Lutero y su influencia en el pensamiento.
En Heidegger y en Gadamer ya no se puede rastrear tan claramente esa influencia del elemento religioso, pero sí que queda en ellos un poso protestante, una tradición que ha tenido su papel en la configuración del pensamiento secular en Alemania, eso que algunos autores han tenido a bien llamar el «carácter germánico». Después de Gadamer vinieron muchas tendencias del pensamiento que sería difícil encajar en este análisis. Jürgen Habermas, por ejemplo, se escora hacia el pensamiento más sociológico y la crítica de la ideología, aunque no deja de percibirse en su obra una intención explícita de dialogar con la religión. En Paul Ricoeur, uno de los herederos directos de la línea hermenéutica, se percibe la estela de su tradición católica y del postestructuralismo francés, que no dejan de ser otras maneras de entender el trato con los textos.
No obstante, no debemos ignorar que los desarrollos de la hermenéutica filosófica del siglo XX fueron posibles gracias a una larga tradición de trato con los textos que se gestó en el seno de la Reforma, y que durante mucho tiempo bebió de ella. No debemos olvidar ese ars interpretandi que se vuelve sobre sí mismo para reflexionar en torno al fenómeno de la interpretación y la comprensión, íntimamente relacionado con los textos sagrados, con esa tarea del dios Hermes como intermediario entre la humanidad y los mensajes divinos.