Crónica Mundana / Manuel Espín
El 83% de los españoles, según el Instituto Elcano, son partidarios de la OTAN; se entiende que en ese amplísimo porcentaje se encuentran muchos votantes de las más variadas izquierdas. Esto es lo que ha logrado Putin en el tablero geopolítico europeo y mundial con su agresión a Ucrania; una guerra cuyas consecuencias están siendo gravísimas. No sólo en vidas humanas y en destrucciones, sino en la vuelta a la política de bloques cerrados que se consideraba superada tras una horrible Guerra Fría donde no eran posibles los matices: en su día, OTAN y Pacto de Varsovia debían haberse disuelto en una alianza común, hoy por hoy utópica. La Guerra de Ucrania ha dado lugar a una crisis energética y la tolerancia respecto a la energía nuclear en varios países de Europa Occidental donde hasta ahora se manifestaba una opinión pública extremadamente sensibilizada ante los problemas ambientales. En estos momentos, además, ‘se perdonan’ los combustibles fósiles y las moratorias dejan su eliminación a mejores tiempos ante la amenaza de falta de suministro de gas y petróleo de las fuentes venidas desde el este de Europa y en concreto de la Federación Rusa. Incluso se vuelve a pensar en el carbón, altamente contaminante y condenado por sus daños ambientales.
“El antiguo proyecto de refundación de la Alianza en la que se consideraba incluir a Rusia en un mismo bloque de seguridad que reemplazara a la NATO y al Pacto de Varsovia ya no cabe en una agenda tras la guerra de Ucrania”
A ese efecto hay que añadir el económico con una sucesión de desabastecimientos de cereales y otros productos y las elevadas subidas de precios que a finales de año provocarán la mayor inflación en menos tiempo hasta ahora conocida fuera de las emergencias posbélicas, la Depresión o los peores momentos de la crisis del petróleo. Hay que interpretar el impacto que estas escandalosas subidas producen en los más variados países empezando por España, y una de las razones del desgaste del gobierno de Pedro Sánchez; pero aunque el Ejecutivo fuera de distinto signo político los problemas seguirían siendo los mismos. En los últimos días las elevaciones de precios han puesto contra las cuerdas a Lasso, presidente de Ecuador, dentro de un largo rosario de países afectados por los rebotes de esa horrible guerra; incluso la situación de Ucrania está detrás de las crisis humanitarias y de alimentos que se barruntan en países africanos extremadamente dependientes y en los que ni por asomo existe algo parecido a un Estado del Bienestar o un sistema de protección social.
En muy poco tiempo, la inflación llevará a tomar medidas al BCE, probablemente con una subida de tipos como la de la Reserva Federal americana, con el final de la época de dinero ‘a go-gó’; lo que generará malestar no sólo por el aumento de precios de las hipotecas, sino por los problemas de financiación que supondrá para muchas empresas, así como a los Estados por el pago de su deuda. Mientras, las economías se enfrentan a una situación de recesión con inflación que hace tambalear los PIB.
Bajo ese panorama, la conferencia de la OTAN en Madrid se diferencia de otros encuentros precedentes por tratarse de la primera cumbre de nuestra época en la que resuenan los ecos de la guerra, y por primera vez hay un riesgo de enfrentamiento Este-Oeste de imprevisibles consecuencias. El miedo es compartido en los estados fronterizos con la Federación Rusa y altamente dependientes del macroestado ante las decisiones ultranacionalistas e imprevisibles de Putin, bajo la mirada de China, el primer beneficiado de una crisis donde puede emerger definitivamente como primera potencia mundial dentro de una disputa entre nuevos nacionalismos donde todos tenemos mucho que perder. La petición de entrada de Suecia y Finlandia, neutrales hasta en los peores momentos de la Guerra Fría, define ese estado de cosas, y cambio en la opinión pública europea que siente el miedo y se refugia ante la protección de la Alianza, en lo que va camino de constituir la formación de una frontera-baluarte en el Este, desplazando de nuevo el eje de atención hacia esa zona. Mientras, el flanco mediterráneo queda muy en segundo plano o es ignorado (y de la gravedad de este último dan buena medida las crecientes y desgarradoras crisis humanitarias, como la ocurrida al otro lado de la valla de Melilla, junto a los constantes naufragios en ese mar, frente a la escasa respuesta a una situación que va más allá de la defensiva y se adentra en necesidades humanas y emergencias sociales que no pueden ser ignoradas).
La conferencia de Madrid que ha puesto a España en primer plano del escenario mundial se ha venido realizando bajo la presión de la guerra de Ucrania. Mostrando actitudes diferenciadas en las opiniones públicas (y en las fuerzas políticas, incluso en el gobierno de coalición) que no necesariamente han de ser consideradas antagónicas. Hay una conciencia de que es imprescindible reforzar la seguridad ante esa amenaza que viene del Este, incluso se evidencia una mayor permeabilidad al aumento del gasto militar; pero a la vez se es consciente de que la OTAN necesita fuera de la presión de una guerra en sus fronteras profundos cambios que ahora no se han podido abordar. Empezando por la práctica inexistencia de una defensa europea alejada del paraguas norteamericano. La administración Biden emplea un lenguaje más conciliador que el burdo y extremista de Trump; pero la UE debe reconocer su fracaso en la falta de política europea de defensa, que sin ser divergente por principio de la americana no tiene por qué ser necesariamente la misma.
“El miedo a una agresión desde el Este inclina la balanza hacia la conversión de esas fronteras en un verdadero fortín”
Tampoco éste ha sido el momento de proyectar lo que pocas décadas atrás parecía viable: la generación de un mecanismo de seguridad compartida con la participación de la Federación Rusa, hoy imposible tras la ‘patada de cabra’ de Putin. Se admite a regañadientes que los gobiernos europeos se vean abocados a aumentar el porcentaje de gasto militar pero igual de entendible es la reticencia de sectores de la ciudadanía tras la crisis de Ucrania hacia estrategias y alianzas diseñadas bajo los superados conceptos de la posguerra y la política de bloques. Además de la contrariedad que supone destinar más dinero a armamento, imprescindible en una situación de crisis, que se tendrá que restar de otras partidas de indudable impacto social como salud, educación, investigación, vivienda, igualdad, cultura o medio ambiente.