Cultura & Audiovisual / Equipo Lux ■
Pocas veces se dan en una producción operística tal cantidad de procedencias singulares. El ucraniano-polaco-ruso Gogol (1809-1852) más allá de sus novelas épicas (‘Taras Bulba’) o de la era romántica (‘Almas muertas’) encierra un filón con sus cuentos impregnados de amarga sátira. De uno de ellos, ‘El abrigo’, en 1952 se hizo una de las comedias italianas más ácidas, ‘Il capotto’ (‘El alcalde, el escribano y su abrigo’ (Lattuada), en torno a un modesto funcionario que tras llevar años con un raído abrigo se compra uno nuevo y éste le es robado). El compositor Shostakóvich (1906-1975) se inspiró en otro relato de Gogol para hacer ‘La nariz’ (1930), donde presenta a un acaudalado hombre que vive en la opulencia y un día descubre que su órgano nasal le ha desaparecido y con ello todo lo que significa de poder económico y sexual.
“Del 13 al 30 el Teatro Real hará siete funciones de esta coproducción con la Royal Ópera House (Londres), Komische Oper (Berlín) y Ópera de Australia”
Shostakóvich, de quien se conocen sus numerosas sinfonías, se han visto óperas como ‘Lady Macbeth en Mitsensk’ (1934) y mucho menos sus trabajos para cine (como en el ‘Hamlet’ soviético), es otro personaje fronterizo en muchos aspectos. Asume una parte de la heterodoxia de los primeros años de la Revolución y de ello está impregnada ‘La nariz’, que dista de ser una ópera convencional a la manera del XIX; en ella hay un aluvión de personajes, toda clase de citas y tratamientos musicales, ruidos, gritos, frases, sirenas, atonales, reminiscencias del folklore y del ‘jazz’… con una endiablada partitura a caballo entre la modernidad y el clasicismo. Tras su estreno en 1930, ‘La nariz’ permaneció 40 años sin representarse porque chocaba de lleno con la escolástica del realismo socialista de los tiempos de Stalin (otro día habrá que hablar de la peculiar y debatida situación de Shostakóvich en aquella época y de sus muchas incógnitas sobre las que se ha podido discutir: ¿fue un disidente antiestalinista del interior?, ¿un colaborador amigable aunque incómodo, que llegó a tener el carnet del PCUS y a disfrutar de buenas oportunidades por parte del sistema?…).
Su ópera, escrita con sólo 23 años de edad, fue rehabilitada a partir de 1974 y tuvo un largo recorrido en la antigua URSS y en el extranjero a través de una versión de cámara de la Ópera de Moscú. ‘La nariz’ es otra ‘mina de oro’ por las posibilidades modernas que ofrece a tratamientos rompedores, aunque sean arriesgadas sus apuestas.
En época reciente, las óperas de Londres, Berlín, Australia y ahora Madrid han impulsado esta nueva producción en manos del director teatral australiano Barry Kosky, hijo de judíos europeos, que se ha ocupado lo mismo de grandes textos teatrales que de un amplio repertorio de óperas, con tratamientos muy originales y extremadamente personales. En el Real se pudo ver antes de la pandemia su original y rompedora visión sobre ‘La flauta mágica’ con un tratamiento directamente inspirado en el cine mudo. Un punto en el que podría coincidir con Shostakóvich que en su juventud trabajó como pianista y compositor para acompañar a las películas silentes.
‘La nariz’ tiene una gran dificultad de producción, empezando por los 79 cantados y los ocho declamados que contiene, por el abanico de personajes hasta casi el centenar, y el dinamismo y velocidad de las situaciones, más los 28 solistas que necesita. En el tono tan personal que caracteriza a las producciones dirigidas por Kosky, el material original le permite toda clase de excesos caricaturescos hasta derivar a un delirio satírico, que requiere no sólo una dirección musical a la misma altura colaborativa de la dirección escénica, sino un equipo de músicos y solistas con la suficiente capacidad de elasticidad para adecuarse al desafío.
“Su director escénico, el australiano hijo de judíos europeos Barry Kosky, experto en tratamientos innovadores, ya ofreció en Madrid una divertida ‘Flauta mágica’ en clave de cine mudo”
Mark Wigglesworth, director musical, ya estuvo en el Real para la excelente ópera contemporánea ‘Dead Men Walking’, uno de los más acertados trabajos de ópera de hoy vistas en el último lustro en el Teatro Real.
Para incidir en esa capacidad de adaptarse a una partitura y un tema nada convencionales, reaparece el barítono Martin Winckler al que pudimos ver semanas atrás en este mismo escenario en ‘Arabella’, y que además de poseer una voz ‘todoterreno’ es un estupendo actor con una seguridad en escena apabullante. Los ganchos mediáticos también están presentes en esta producción, con el cameo de la presentadora Anne Igartiburu como conductora de televisión, dentro de un conjunto caricaturesco, a ratos caótico y disparatado, y que va a dar que hablar porque una producción de estas características no siempre se ve en un escenario. Queda por ver la reacción de la platea ante un desafío de esta nivel con gran protagonismo de coro, solistas, coreografía y movimiento escénico casi delirante.