Humor asalmonado / Mateo Estrella
¿En qué se parecen un ventrílocuo mal pagador en general, un entrenador de fútbol estrábico y un escritor especializado en edificios sacros? ¿En que todos ellos se han hecho ricos? Por supuesto.
Pero, sobre todo, en que los tres son grandes defraudadores (presuntos) a la Hacienda Pública, hasta que se demuestre lo contrario. O no.
“Hay empresas, mujeres y hombres. Es un catálogo muy inclusivo, como exigen los avances en la transparencia económica y en la igualdad de género”
No vulnero su intimidad financiera, porque los nombres se han difundido con profusión. Son José Luis Moreno, creador de inolvidables muñecos como ‘Monchito’ y ‘Macario’; Carlo Ancelotti, nuevo preparador del Real Madrid en construcción; Ildefonso Falcones, autor de la novela superventas ‘La catedral del mar’. El requisito para entrar en la lista de privilegiados es que debas al Fisco más de un millón de euros.
’Los 40 Principales’ del sableo público, sólo que en este ‘ranking’ llegan hasta 3.869 y se incluyen unas cuantas empresas. Hay mujeres y hombres. Es un catálogo muy inclusivo, como exigen los avances en la transparencia económica y en la igualdad de género.
Se publica desde 2015, cuando nuestra democracia cuarentona cumplía los 38 años. Y lo hace cuando faltan pocos días para el plazo final de la declaración sobre la renta de las personas físicas.
¿Con qué fines el altavoz de la Agencia Tributaria consigue que los medios de comunicación destaquen a determinados deudores? ¿Será beneficioso para mejorar la conciencia contributiva y que nadie se escaquee? Pretende, al parecer, que los autónomos con ingresos incontrolables entren en pánico con el escarnio a los pudientes y renuncien a cobrar en negro.
Otra intención sería acongojar a los propios grandes morosos, para que se retraten de una vez por todas. En este punto hay expertos que sostienen la inutilidad del intento. A guisa de ejemplo, Mario Conde, el exbanquero exambicioso, es asiduo en la lista y no parece que se arrepienta.
A la altura del escalón social de Conde y de muchos otros, los pleitos se eternizan entre los bufetes especializados en que pagues menos y la Agencia Tributaria, con idas y venidas a los tribunales. Se eternizan porque el choque entre ambas partes es muy equilibrado. Los expertos en elusión fiscal suelen ser inspectores en excedencia, que sólo vuelven a su antiguo cometido cuando se aproxima la jubilación.
Hay una solución intermedia cuando los bufetes ven la cosa cruda y que sus clientes pueden ir al trullo. Alcanzar un pacto. Algo que no pudo hacer Al Capone, un histórico del crimen. Acabó en la cárcel no por ordenar el asesinato de 64 competidores del gansterismo, sino por impago de impuestos. Peculiaridades de Estados Unidos que aquí no suelen producirse.
Como toda información es espectáculo, filtrar las deudas de personajes del deporte y la farándula consigue la atención del resto de contribuyentes. No para que los señalados se pongan al día en sus obligaciones, sino para que los inviten a los programas del famoseo y puedan quejarse amargamente de injusticia tan grande. Alguien malévolo podría detectar un hilo invisible entre las notas de prensa ministeriales y los intereses del telemorbo a domicilio.
Luego de que pongan en libertad a José Luis Moreno, tras su espectacular detención, lo veremos muy posiblemente como asiduo en tertulias televisivas. Una manera lícita de recuperar la popularidad perdida e ingresar unos dinerillos.
Me cuentan, por contra, el caso de un modesto periodista freelance, que hace unos años incluyó como gasto un almuerzo junto a tres personas, en concepto de contacto con sus fuentes informativas. Sufrió una paralela por la factura de 95 euros y pagó principal, intereses y multa. El suplicio es que cada año le llaman de nuevo para comprobar si intenta colar algún otro banquete.
“Alguien malévolo podría detectar un hilo invisible entre las notas de prensa ministeriales y los intereses del telemorbo a domicilio”
No afecta a su economía, pero sufre desde entonces crisis de claustrofobia fiscal. Una forma de miedo enfermizo a un recinto cerrado, cuando al otro lado de la mesa se sienta un inspector de tributos. Este profesional bajo sospecha no necesita saber los millones que debe la bella Paz Vega o el decaído Rodrigo Rato, para cumplir escrupulosamente por su parte. Aun así, las pasa canutas en cada ejercicio, cuando miran su declaración con lupa.
Como consuelo, el periodista imagina la enormidad de euros que se habrá cargado en las tarjetas bancarias del comisario José Manuel Villarejo, reputado cliente de restaurantes de lujo como gasto necesario para el ejercicio de su actividad, sea ésta la que sea. Aunque se rumorea que siempre han pagado los otros comensales.