Crónica Mundana / Manuel Espín
Ucrania significa un reguero de desastres y no sólo en el terreno de las armas, pérdida de vidas humanas y destrucciones, o millones de refugiados. Su impacto alcanza a América del Sur, empezando por Argentina, donde la inflación es un problema endémico bajo gobiernos del más variado signo. El último episodio, estos días, con la dimisión del ministro Martín Guzmán, hasta ahora cerebro económico de Alberto Fernández, aunque muy criticado por la ‘vice’ Cristina Fernández y la oposición, lo que sitúa la fractura no sólo en el plano financiero, sino en el político. La crisis del Covid puso de nuevo en evidencia la fragilidad de la economía pese al crecimiento del 10,4%. Después del experimento neoliberal de Macri con un 47,6% de inflación en 2018 y del 53,8% en 2019, el nuevo ejecutivo de centro-izquierda trató de ganar confianza en los mercados exteriores, especialmente con los deudores, no sólo el FMI, sino también los privados, frente al riesgo de quiebra técnica por impagos.
“La dimisión del ministro de Economía pone de relieve las tensiones internas dentro de la coalición presidida por el justicialismo ante la nueva gran subida de precios y el impacto de la guerra de Ucrania”
Alberto Fernández llegó a acuerdos de pago para dar cierta seguridad a las finanzas exteriores. Pero en Argentina tanto la inflación como la pérdida constante del valor de la moneda frente al dólar son endémicos. La crisis del Covid puso en entredicho el cuadro macroeconómico, y ahora la subida del precio de las materias primas y de la energía resucita el alza de los precios desmesurados de la cesta diaria, especialmente en alimentos, vestido, educación, vivienda, ocio… Si la inflación está golpeando a la UE con tasas entre el 8% y el 10% en este año, y para España supone la generación de un constante malestar entre la ciudadanía, mientras para Italiaesta pasada semana constituyó uno de los temas más alarmantes con una incierta situación política a corto plazo, en Argentina fue del 50,9% en 2021 y los datos de los primeros meses de 2022 ponen en evidencia que el nivel se ha superado.
Con el aumento del valor del dólar y el nuevo hundimiento del peso, las restricciones del Banco Central a la compra de la divisa americana ponen en un brete a las empresas que necesitan importar y a las que se imponen más limitaciones para evitar gastar algo tan escaso y valioso como dólares. Las grandes subidas de precios impulsan revisiones salariales que se ven reducidas a la nada a medida que el coste de la vida sigue aumentando. Se producen así varias paradojas: Argentina, que es un enorme país con capacidad para producir buena parte de las materias primas, se ve en la necesidad de conseguir dólares para costear importaciones y acreedores de los más variados tipos. Pero a la vez las tensiones en los mercados y la elevación al alza de muchos de ellos imprescindibles en el día a día a causa de las distorsiones y la inestabilidad causada por la guerra de Ucrania favorecen la desconfianza hacia el país para poder seguir haciendo frente a sus deudores.
Las subidas de precios en Italia están siendo un dolor de cabeza para el complejo y diverso ejecutivo Draghipese a poder contar, todavía, con un cierto colchón de las instituciones económicas europeas. Una almohada de la que carece Argentina, acostumbrada a los vaivenes en las cotizaciones, las devaluaciones dramáticas y las brutales subidas de precios. Se puede decir que es el país con un gobierno democrático en el que no existe una situación de guerra que registra más altas subidas de precios, con una larga experiencia de tensiones inflacionarias, algunas de ellas verdaderamente históricas. Tras el golpe de estado que echó a Perón del gobierno, el conservador Frondizi vio cómo la inflación alcanzaba el 120%. Con el terrible periodo de la pre-dictadura de Isabelita Perón tocó el 182% en 1975, y con Lanuse el 63,4%. Los récords se alcanzaron con Bignone (410%), último de los presidentes-dictadores (1982-83) y Alfonsín (398%), el primero tras la vuelta al sistema democrático (1983-89) y el pico de 1989 con un 3.079% de inflación. Eran los tiempos en los que a lo largo de una jornada las tiendas de alimentación, las salas de cine o los periódicos variaban tres o cuatro veces al día su precio, cuando la divisa local valía menos que el papel en que billetes y monedas se habían fabricado. Y empleados y funcionarios nada más cobrar a principios de cada mes corrían hacia el otro lado de las fronteras o asaltaban a los turistas que se dejaban caer por Buenos Aires, dispuestos a comprar dólares a un precio muy superior al cambio oficial; la única manera de asegurar un cierto poder adquisitivo. Tras las crisis de principios de este siglo, con el corralito y los sucesivos endeudamientos, Kirchner logró un cierto milagro que pasaba por una cierta credibilidad y confianza a ciudadanos e inversores del exterior.
El peso de la inflación, la subida del dólar y la dificultad para pagar al FMI y a los otros deudores pusieron contra las cuerdas el modelo ultraliberal de Macri, que saltó por los aires cuando se perfiló el riesgo de caer en el agujero negro de los ‘defaut’. Pero como todo gobierno, incluido el de Italia, con cifras de inflación que para Argentina servirían para tirar cohetes, ante una situación de inflación más recesión como la que se apunta en Estados Unidos, la UE y muchos otros países en 2022, el nubarrón en forma de política de ajuste y restricción del gasto se convierte en veneno letal ante el malestar que genera entre la ciudadanía. En el gobierno y la administración argentina sigue habiendo dos almas: una de ellas partidaria de seguir dando prioridad a los acuerdos internacionales y al pago de la deuda aunque ello genere malestar social; la otra quiere dar prioridad al mantenimiento de los servicios públicos sin ‘cirugías’ económicas rechazadas por muchos sectores, especialmente los más vulnerables.
“En 2021 la inflación alcanzó el 50,9%; este año puede ser mayor con otra nueva depreciación del peso y la consabida inestabilidad financiera y de los mercados”
La única vía intermedia y creíble es la que pueda ser capaz de generar un gran acuerdo nacional impulsado desde el espacio político para lograr pactos entre los sindicatos y las patronales con compromisos para evitar que los precios se sigan disparando al mismo tiempo que las subidas salariales pierden su eficacia ante la desbocada inflación. Tratando de dar confianza no sólo a los mercados exteriores, sino a las propias fuerzas productivas interiores, en un país dotado de uno de los mejores capitales humanos y recursos naturales y productivos de todo el planeta, pero lastrado por una crisis endémica, una devastadora inflación y un tipo de cambio en el que parece difícil dar confianza a una divisa propia que sigue deteriorándose frente al dólar, como ha venido ocurriendo a lo largo del siglo XX.