Manuel Espín
El lamentable episodio del asalto al Capitolio para presionar contra la proclamación de Joe Biden, con cuatro muertos –nada que ver con el “Rodea al Congreso” o el 15-M español donde no se puso en cuestión el orden institucional, se protestaba contra la política de recortes, y las escenas de violencia fueron muy escasas y a cargo de provocadores antisistema– podría parecer una escena de mal telefilme, de una república bananera como las que han despreciado siempre los medios norteamericanos, no del país líder de Occidente y de la primera potencia mundial. En las últimas semanas las proclamas de Trump han jugado con pólvora verbal incitando a rechazar los resultados electorales, pese a las verificaciones de los recuentos una y otra vez, y los continuos requerimientos a los tribunales, y a las propias administraciones, incluso republicanas; todas ellas caídas por su inconsistencia y falta de validez. Desde las redes sociales e intervenciones públicas el todavía presidente ha dado lugar a titulares incendiarios, frases explosivas, azuzando a una minoría radical que se cree legitimada por su líder y a la que se incentiva contra el nuevo ocupante de la Casa Blanca alimentando un discurso de odio, interpretado en tonos claramente golpistas y parafascistas por una parte de esa masa.
“El Partido Republicano, la derecha conservadora y el propio Trump tendrán un problema con el ‘monstruo’ que han venido alimentando en este tiempo”
Esta situación se produce en uno de los peores momentos para la sociedad americana, con una oleada de contagios por Covid, la escalada de víctimas mortales, el desbordamiento del sistema médico, privado en una nación donde no existe sanidad pública ni Estado del Bienestar, tal como se conoce en Europa, en el que los republicanos boicotearon el Medicare de Obama. En estos pasados meses, Trump se dedicó a coquetear con el negacionismo, anteponer creencias, mitos, estereotipos y ‘fake news’ a evidencias científicas sobre la gravedad de una pandemia que se ha llevado por delante miles y miles de vidas humanas, y ha destruido empleo y tejido productivo. Alimentando a un ‘monstruo’ que cree en las conspiraciones y elucubraciones más disparatadas –como la de atribuir el ‘fraude electoral’ a una empresa chavista, ¡siempre a vueltas con Venezuela!– , y hurgando en el lodo de las divisiones y el odio histórico de los tiempos del esclavismo y el racismo institucionalizado.
Presentar como anecdótica o folclórica la extracción ultra de quienes accedieron al Capitolio representa una banalización del fenómeno. Por que Trump, por estrambótico que su discurso pueda parecer desde una sociedad liberal y parlamentaria como la de la UE, ha tenido nada menos que 85 millones de votos, y la mitad de sus electores, según sondeos, creen que un fraude ha despojado a su líder de seguir en la Casa Blanca por encima de cualquier recuento objetivo o sentencia judicial, frente a lo que pueda opinar una institución creíble y teóricamente independiente.
Generar ese ‘dragón’ y alimentarlo día a día tiene riesgos muy graves. En primer término para el Partido Republicano que se va a tener que enfrentar en los próximos tiempos a un tremendo dilema. Durante bastante tiempo una derecha conservadora pero respetuosa de las instituciones parlamentarias se dejó atrapar por el arrollador discurso de un líder sin freno, asomándose al vacío de un sui géneris neofascismo populista, por encima de todo antiliberal en lo político aunque ultra en lo económico, que ahora tendrá que regresar a su identidad autóctona de partido en el que históricamente convivió un republicanismo liberal (Rockefeller) con la extrema derecha (Goldwater). Hasta el propio Trump tendrá que echar el freno para no lanzar más combustible al fuego de una hoguera que puede provocar violencia y un impredecible enfrentamiento.
“Las ‘fake news’ y la ‘mentira tras la mentira’ llegan a calar en época de la desinformación y del ‘todo vale’ en las redes sociales”
Es necesario evaluar la parte de ego que hay en la revuelta del presidente en funciones contra los resultados electorales en un personaje que fue educado para la que la palabra ‘perder’ jamás fuera admitida en su vocabulario. Trump, aunque para muchos pueda aparecer como una caricatura de sí mismo, seguirá desde la calle, los medios y las redes sociales alimentando la teoría ‘conspiranoica’ esperando que la llama se mantenga viva hasta 2024; en lo que constituye un impredecible escenario que afecta no ya a Biden, sino especialmente a los republicanos divididos entre los partidarios de la legalidad constitucional y los que coquetean con un aventurerismo antisistema que tiene puntos en común con el ascenso de los movimientos ultraderechistas del periodo de entreguerras.
En consecuencia, Trump tendría que separarse del trumpismo, ese ‘monstruo’ al que ha venido dando de comer y que podría ser irreductible y provocar más discordia civil. Los primeros meses de presidencia de Biden serán decisivos para calibrar el alcance de esa amalgama ‘conspiranoica’ de tintes ultra y lo que puede tardar en agotarse fuera de la Casa Blanca su líder, capaz de revivir mediáticamente aun en contra del partido que le dio cobijo y resonancia a su discurso.