Crónica Mundana / Manuel Espín
La soledad de Vladimir Putin se evidenció en la Asamblea de Naciones Unidas, donde sólo cinco Estados (Bielorrusia, Eritrea, Corea del Norte y Siria, además de la Federación Rusa) votaron contra la condena a la invasión de Ucrania frente a un abrumador 141 a favor. La escalada de sanciones contra Putin se extiende y acabará repercutiendo en la ciudadanía rusa, que por encima de la intensa propaganda de los medios oficiales vinculados a su omnipresente partido Rusia Unida y al conglomerado social Ejército-Medios-Iglesia ortodoxa, hará emerger opiniones disidentes por mucho que se controlen las redes sociales, se prohiba el uso de la palabra ‘guerra’ y salgan leyes castigando la difusión de “informaciones contra los intereses nacionales”, como las que han provocado la retirada de los corresponsales occidentales de Moscú.
“El impacto de las sanciones internacionales deja ver el aislamiento de la Federación Rusa y la condena por la guerra de Ucrania”
Aunque Putin utilice un mensaje patriótico-ultranacionalista donde menciona al “país más grande del mundo” y su “derecho a ser una superpotencia”, la realidad acaba por ser otra: soldados fallecidos en el frente que por muchos honores que reciban no dejan de ser muertes inútiles en un conflicto que podría haberse evitado a través de negociaciones, crecientes dificultades de abastecimiento, imposibilidad para viajar fuera de Rusia, tropiezos en las exportaciones, el riesgo de un ‘default’… Con repercusión en la vida cotidiana que aumenta a medida que la comunidad internacional siga presionando contra esa aventura imperial-militar. Hasta sus ‘amigos’ occidentales empiezan a renegar de él, como Marine Le Pen, que hace destruir millones de folletos de propaganda donde se retrata junto al hasta ahora ‘faro’ ultra, o navegantes a trasmano en el mar de los negocios, como el ex canciller Schroeder señalado por su hasta ahora ‘amistad’, la compañía de Fillon o la frialdad de su anterior ‘fiel’ Berlusconi. Estos y muchos otros queman apresuradamente las fotos con su ex-‘amigo’ Putin, ya fuera como compañero de caza, en una barra libre de vodka, de motero o colega de negocios.
La locura de un dirigente decidido a pasar a la historia como un nuevo Pedro el Grande, unificador de todas las Rusias, puede tener consecuencias imprevistas. Pese a las enormes dificultades de la oposición interna a Putin, la represión y el arrollador ‘discurso único’ impuesto desde el Kremlin, lo que más daño puede hacerle es el goteo constante de vetos desde todos los espacios contra una decisión contraria al Derecho Internacional. Hasta los nuevos millonarios fabricados tras los procesos de privatización y su aterrizaje en los mercados mundiales de capital, gracias a sectores estratégicos como la energía, las comunicaciones o el comercio, empiezan a tener problemas a medida que son desenmascaradas las sociedades pantalla que les dan cobijo desde territorios europeos o países de conveniencia.
Es esencial distinguir entre ciudadanos rusos normales de esos oligarcas que en el poder o en las claves fundamentales del poder económico forman parte de un conglomerado de intereses que se atrincheran al lado de Putin. Ni la memoria de Dostoievski, Tolstoi, Chéjov o Tchaikovski tienen que ver con los personajes, incluido artistas, que se alinean con el imperialista. Respeto, por lo tanto, a la ciudadanía rusa y a su cultura, y condena a su máximo dirigente y al ‘trust’ oligárquico que domina las claves de poder del inmenso país.
Sin que decaiga el discurso ultranacionalista-populista, machista, anti-LGTB y contrario a la libertad de pensamiento del núcleo de poder de Putin, hay evidencias económicas que corren en su contra: el corte parcial no total del sistema de mensajería global puede contribuir a la caída del PIB ruso, el comercio exterior se resentirá, el hundimiento del rublo un 30% y la desconfianza frente a los valores rusos presagia una turbulencia financiera interna, con fuga de capitales, avanzando una recesión. El impacto de la crisis es extremadamente perverso para Europa y el mundo, con una caída de las expectativas de crecimiento post-Covid que amenaza a sectores como el exterior o el turismo.
El daño está hecho y será difícil paliarlo, empezando por la pérdida de credibilidad en un estado como la Federación Rusa que podría haber jugado otra clase de liderazgo en la comunidad internacional diferente al de un Estado imperialista y una autocracia pese a sus formas supuestamente liberales. El retroceso en la recuperación mundial, además del temor a las consecuencias de un conflicto abierto donde se juega con la seguridad del continente, es consecuencia directa de la aventura de un personaje y un discurso construido desde el odio y la hegemonía de un poder sin cortapisas que se ampara en el chantaje nuclear.
“Más allá de la propaganda, la Bolsa se ve obligada a suspender cotizaciones, el rublo se hunde y la sensación de malestar se podría ampliar a la vida cotidiana”
Falta en los análisis occidentales una más ajustada percepción sobre la valoración de la ciudadanía respecto a su reciente historia, en la que Gorbachov es un personaje mal visto, que simboliza el hundimiento y desmantelamiento de un imperio; Yeltsin, la profunda crisis económica con retroceso en condiciones de vida sobre la URSS, y Putin emerge como salvador y cabeza de un despuntar a escala mundial. Mientras se mantenga esta imagen de ‘grandeur’ asociado a Putin será difícil que los mensajes disidentes calen en sectores de población fuera de las ciudades. Lamentable que el PIB de la Federación destine enormes cantidades a armamento que restan a sanidad, investigación, educación, vivienda, medio ambiente o cultura, y que para replicar a ese desafío también varíen las magnitudes en la UE con menos dinero para el Estado del Bienestar y servicios esenciales para la ciudadanía.