Humor Asalmonado / Mateo Estrella
Van a cerrar la sucursal bancaria que ha sido mi cobijo desde hace lustros. ‘Tempus fugit’, habría escrito el poeta Virgilio de haber abierto cuenta corriente en mi barrio. En los años 70 del siglo pasado era una tasca especializada en tapas y cerveza de grifo. Con la expansión financiera de los 80 compró el local una caja de ahorros, mandó al desguace la barra de zinc y la sustituyó por un mostrador resplandeciente hecho en mármol de Macael.
Nunca más resonaron aquellos alaridos de “¡Marchando una de bravas!”.
«La comunicación verbal entidad-cliente fue perdiendo peso. La inteligencia artificial comenzó a suplantar a la cerebral»
A partir de entonces te atendían empleados que hablaban bajito y te preguntaban si querías sacar o meter. Luego se apercibía el roce de los billetes, contados a mano si era un reembolso, o pasados por la máquina detectora de falsificaciones cuando se trataba de un ingreso. Nadie se impacientaba en la cola si gastabas unos minutos en departir con el cajero o cajera sobre las cosas respectivas.
El trato era exquisito en tus visitas de mayor enjundia. Te dedicaban el tiempo que fuera necesario para que aportaras documentación. Nómina de tu contrato indefinido, declaración de Hacienda, garantías hipotecarias, avales de familiares o amigos, etc. A veces el director o subdirector —no te recibía nadie con rango inferior—, miraba hacía el techo y te decía suavemente: “No sé si harán falta más papeles sobre tu solvencia. En todo caso tendrán que decidir los de arriba. Procuraré que mi informe sea favorable”.
Los trámites crediticios se demoraban lo suficiente como para suscitar nuevos encuentros, donde te interesabas sobre cómo iba lo tuyo. Se afianzaba así una relación de confianza cercana a la amistad. El directivo gozaba de prerrogativas para salir un rato contigo e invitarte a un café con cargo a gastos de representación.
Este modelo bancario de rostro humano evolucionó con ritmo vertiginoso en las décadas siguientes. La oficina cambió el logotipo de la caja por el de un banco con nombre interminable, fruto de sucesivas absorciones. La comunicación verbal entidad-cliente fue perdiendo peso. La inteligencia artificial comenzó a suplantar a la cerebral. Aparecieron en cada sucursal uno o dos artilugios similares a las tragaperras de los bares. Enseguida, acorde con el progreso tecnológico, acabaron pareciéndose a máquinas de videojuegos empotradas en la pared.
Era enternecedor ver a los miembros de la tercera edad lidiando con los botones electrónicos, como si estuvieran matando marcianitos con torpeza. El relevo generacional era un hecho irreversible. Un cartel en el interior del recinto ordenaba: “Para débitos inferiores a 300 euros, utilice el cajero automático”. En paralelo, recibías continuos mensajes que te animaban a compaginar o a sustituir tu banco, cada vez menos fiel. El gancho era una entidad ‘on line’. Mínimas demoras en las operaciones, menos trámites para los menguantes empleados de carne y hueso, y conocimiento en tiempo real del estado de tus finanzas.
Todo esto, sumado a la pandemia que ha fomentado las prácticas virtuales, termina como era de esperar. El banco de mi barrio ha vuelto a los orígenes que le dieron ser. Sólo en cierta medida. Ya no es bareto de tapas, sino gastroteca con bocata de calamares deconstruido.
Desde que cruzamos el año 2000 se ha acentuado una invasión silenciosa, cada vez más ininteligible para la gente con cultura analógica. Citaré las ‘fintech’, empresas no bancarias con tecnología digital, los ‘neobanks’, que se activan con tu móvil, o los ‘challengebanks’, que ofertan servicios financieros proclamándose fuera del sistema convencional.
“Funciona un instrumento inquietante, el‘Robo Advisor’. Tranquilos, la traducción es Asesor Robot”
Incluso funciona un instrumento inquietante, el ‘Robo Advisor’. Tranquilos, la traducción es Asesor Robot.
Sumemos la competencia de las criptomonedas a las divisas tradicionales, y la amenaza de que los monstruos que dominan las redes —Amazon, Google, Apple entre otros— empiecen a conceder créditos como pan caliente sin pedir avales, porque han espiado tu solvencia o insolvencia. Es admirable la resistencia de los bancos ‘zombies’, en quiebra técnica pero sostenidos por las autoridades monetarias. Muertos que no saben que lo están.
En un futuro no tan lejano, quedarán vestigios de la prehistoria. Allí donde se mantiene la tradición, en la plaza mayor de los pueblos, se alzarán unos monolitos fabricados en material resistente a los que se acercarán los paisanos para charlar un rato, como en siglos pasados. En un momento del palique pedirán de viva voz, o con huella digital, que vomiten dinero en efectivo por una boca sin lengua.