Crónica Mundana / Manuel Espín
Es muy común –y todavía más en España por el enorme peso a lo largo de varias décadas de la llamada ‘generación de la Transición’– creer que los y las jóvenes de hoy vienen a ser una repetición de cuando sus mayores lo eran. Un estereotipo muy típico, al que hay que añadir otro lugar común relativo a las preferencias electorales. Descartado el grupo de población de mayor edad que se inclina por las más conservadoras, el resto de la población vota con una creciente homogeneidad sin apenas diferencias entre jóvenes y adultos.
“Más de la mitad de los españoles creen que tendrán que emigrar para mejorar su calidad de vida”
A esto hay que unir una realidad indiscutible y que debería ser considerada fundamental por las organizaciones políticas: cada vez hay una menor relación entre el voto y un cierto perfil social. Se ha vuelto a comprobar en las recientes elecciones catalanas: sectores que proceden de la llamada clase trabajadora, como en el trumpismo, eligen la derecha incluso la extrema, mientras otros de clase media urbana votan a distintas izquierdas. Este fenómeno se acentuaría en los próximos años hasta convertirse en tendencia; lo que supondrá una invitación a la recomposición de discursos y argumentos de las campañas, especialmente por parte de la izquierda con el natural cambio de lenguaje.
Aparece un hecho incuestionable como es el papel socializador de las redes, frente a la comunicación tradicional, con nuevos sistemas y modos de percepción y de valoraciones sociales. Contando además con que a las consecuencias de una prolongada década de crisis se ha sumado en 2021 la del Covid-19, con una alta falta de expectativas sociolaborales; y la contradicción de que la “generación mejor preparada de la historia” tenga enormes dificultades de inserción en el mercado de empleo o el del acceso a la vivienda. Las cifras de desempleo juvenil en España son altísimas y las consecuencias de la crisis sanitaria las han agravado. Desde la perspectiva de las prioridades clásicas, “salud, familia y educación” son referenciales, con elementos tan irrenunciables y prioritarios como la “igualdad de género, protección del medio ambiente, y justicia social” (*).
¿Condenados a emigrar?
El 49% piensa que tendrá dificultades para trabajar en aquello que le gusta, y un número similar en lograr una vivienda adecuada. Tener que buscar una salida en el extranjero dada la falta de oportunidades en su país es considerado por un 52%, que ven probable verse obligados a emigrar para mejorar su calidad de vida.
El complejo análisis de esa realidad social donde hay muchas variables e interpretaciones se puede hacer en paralelo con una relativa desafección respecto al sistema socio-político-económico, como se detecta en varias investigaciones, en las que para un porcentaje no mayoritario pero significativo de jóvenes, especialmente aquellos que tienen peor perfil educativo, el marco democrático hoy no aparece como imprescindible.
“La igualdad de género, medio ambiente y justicia social, objetivos imprescindibles e irrenunciables”
Con el agravante de un discurso muy presente en la realidad social y perceptible en distintas capas de población sobre la baja valoración de la clase política, y una superficial generalización respecto a situaciones como la corrupción dando lugar a una estereotipada percepción: “Todos los políticos son iguales”.
Factores a los que hay que unir una rígida lectura sobre lo que significa la Constitución, muy común entre personajes y políticos que tuvieron protagonismo en la Transición, o el abuso del término constitucionalismo; para unos utilizado como referente de un marco de convivencia, con una carta de derechos y de obligaciones, y para otros esgrimido con el mismo énfasis que cuando en el tardofranquismo se mencionaban los denominados Principios Fundamentales del Movimiento.
De cara a los jóvenes, el peor favor que se puede prestar a la del 78 es presentarla esclerotizada, congelada en el tiempo, y no dinámica, abierta a cambios y a reformas que en el futuro tendrán que ser abordadas, como le viene ocurriendo a leyes fundamentales de distintos países. El texto debe ser un punto de partida, lo positivo que se quiera, pero no cerrado en sí mismo en una vía muerta. En los últimos tiempos se menciona el sistema democrático como si fuera un ‘copy’ congelado, y no como una realidad abierta, imperfecta como toda obra humana, en la que los cambios y adecuaciones son necesarios bajo el principio de que todo sistema siempre es mejorable.
Ahora de lo que se trata, y esto lo perciben sectores de jóvenes y no tan jóvenes, es que la palabra ‘democrático’ se utilice no como una moneda común, sino que su valor corresponda a la más alta calidad. Porque ha habido y sigue habiendo numerosos países y sociedades en las que como ‘sombrero’ se coloca el apellido ‘democrático’ cuando precisamente no está hecho de oro de ley la calidad de sus materiales, sino todo lo contrario.